miércoles, 8 de octubre de 2008

Angel del Oeste.

Debería de haber recordado hace años atrás y un par de soles antes de la primavera a Prudencio Esquinas, un joven vagabundo en busca de nada. Impasible ante la vida y desembarazado de todo prejuicio, norma y utopía de la sociedad. Era como yo quise ser toda la vida: nunca lo logré. Nunca supo nada acerca de su origen o quienes fueron sus padres. Sobrevivió diez años de su vida en aquel terrible orfanato donde todos los días tenía que despertar a las cuatro de la madrugada a cortar trozos de tomate para el desayuno inmemorial de comer huevos con tomates.
Una noche antes de la navidad Prudencio Esquinas desapareció del lugar donde lo mantenían en cautiverio. Saltó la barda con mochila al dorso, a sus diesi siete años de edad se enfrentaba a la calle, era lo que tanto había esperado. Inimaginablemente viajó por casi todos los estados del país, pero en una de sus paradas extraviadas fue donde lo encontré.
Era martes y llovía, la manera más adecuada de disfrutar el hermoso clima de Orizaba era tomándose una taza de café en La parroquia. Los meseros elegantes a punto de casarse con su oficio despabilado, el piso de madera, los cuadros en la pared y una poción extraña de distintos cafés amenizaban los antojos de la melancolía y de la soledad. Ordené una taza de café guatemalteco, eso provocó una caída en mi economía que no me alcanzó para un café colombiano. De pronto un tipo se me aproxima y me susurra al oído:
— Ángel del oeste.
— A Dios gracias— le dije—, pero mejor sería si estuviera a la hora de lidiar con los problemas de la economía.
— Ángel del oeste—lo repitió apretando los dientes—.
— No lo sé— contesté con remilgos—.
— El problema es que ya está pagado el envío—apuntó él—.
— Yo camino de esquina a esquina alrededor del país, mi nombre es Prudencio Esquinas—se presentó—.
Él tenía el oficio solemne y muy reconocido de pasar al otro lado al que se quedó del lado de los jodidos. De Latinoamérica para los Estados Unidos. Desde que salió del orfanato se prometió así mismo ayudar a las personas que no se encuentran felices en el lugar en donde están, cómo él algún día lo estuvo. Era una manera de conmiseración hacia el tipo que se moja la camisa al caminar y sudar en el desierto, o provocado por el agua del Rió bravo hacia los condenados a cien años de pobreza.
El mojado, el tipo con mas agallas, el que tiene los huevos de a kilo, el que se preocupa por su familia y se arriesga al viaje kamikaze. Prudencio era la persona encargada de pasar de contrabando a toda persona dispuesta a soñar el sueño de soñar menos con el sueño americano.
Después de aquel suceso ignoto salimos de La parroquia y nos dirigimos al parque Castillo donde un centenar de montículos de origen celular abarrotaban un pasillo del parque. Un conjunto de rubias hermosas desprendían un aroma a magnolias y adornaban con su belleza de fábula aquel parque. <>, me preguntó. Me incliné por la tendente y le dije que no.

Hace años atrás en uno de sus múltiples viajes constructores de sueños Prudencio Aguilar viajó con María Candelaria Salazar y Amado Paz, un par de oaxaqueños buscando el sueño de soñar más. Recordaba sus nombre porque significaron mucho para él y descubrió que los que se dedican a esto muchas veces se olvidan del sentido común, del sentido humano y sólo les interesa el dinero más que la integridad del paisano latino que pone toda su fe en sus trampas.
De no haber tenido ésa fobia imprudente Amado Paz hubiera cruzado el río: pero no lo logró. María Candelaria llevaba en brazos a una niña de cinco años de nombre Luz María que era por lo que se atrevían a desafiar las desaventuras de una realidad de terrible calamidad. Cruzaron el desierto a las once de la noche, durmieron toda la tarde para que el sueño no fuera una carga. Discurrieron cuarenta kilómetros debajo de la inmensidad del cielo sideral con luz de luna. La temperatura comenzó a bajar, y las ráfagas de arena conseguían moverles el coraje para darle paso al miedo. La única persona que lo disimulaba o lo eludía era la pequeña Luz María, nunca aprendió el miedo heredado de manera que nunca lo sintió hasta el instante de presenciar el final del camino. El Muro De La Vergüenza no acaparaba más tierra azteca. Para pasar a tierra de Donald Trump, Michelle Jackson, del mal jugador Donovan y míster Bush un par de troncos entrelazados por una valla electrificada conseguían separarlos. La niña se asustó, su madre le colocó en su cuello un collar plateado, con una medalla de un ángel inclinado al oeste que le fue otorgado de premio por ganar un concurso de pinturas en el Caribe. Amado Paz tomó con las manos la valla electrificada y soportó los miles de kilowatts gringos, pero se mantuvo firme. Levantó la valla para que su esposa pasara mientras Prudencio ayudaba a la pequeña niña a pasar. Los tres consiguieron pasar pero después un estropicio se escuchó y miles de disparos sacudieron a los padres, matándolos. El infante consiguió escabullirse por debajo de la valla, la nena y Prudencio Esquinas escaparon de aquel terrible lugar.
Hace un par de días le llamó por teléfono Luz María, después de quince años, pero ahora acompañada de su esposo.
<>.
A veces uno queda totalmente convencido que las verdaderas amigas se descubren en la cama, y que los verdaderos amigos se conocen en situaciones difíciles, entonces por eso opté por ayudarlo.

Ese mismo día llamó por teléfono a Luz María, ambos acordaron reunirse en ciudad Juárez. Viajé más de quince horas con el culo entumido y la columna rota por la dureza del respaldo de los autobuses del ADO.
Al llegar a la ciudad nos aguardaba Luz María y un taciturno poblano, Juan Ayala.
—Ángel del oeste—dijo Prudencio—.
—Nariz de zanahoria y culo de elefante— contestó ella—.
—Mi chaparra buena parte— sonrió y se burló Prudencio—.
Tomamos la misma receta contra el sueño y partimos a las once de la noche rumbo a los Estados Unidos. Discurrimos hasta donde ya no había muro de la vergüenza, burlando otra vez la valla electrificada y nos adentramos a un pequeño bosque, tenía yo la adrenalina corriendo por mis venas. Pero de improviso le saltó un enorme perro al esposo de Luz María, los oficiales le dispararon a Prudencio Esquinas a quemarropa; Juan tenía el rostro destrozado y murió desangrado. A lo lejos lentamente observé el cuerpo de Luz María caer inerte con los ojos puestos al oeste, después de eso comencé a sentir las miradas de los policías norte americanos y al mismo instante sentí caliente el pecho y me ahogaba con mi propia sangre, antes de morir escuché que uno de ellos dijo:
— No te preocupes son mexicanos.

1 comentario:

isilwen08 dijo...

hola amiguito, como siempre una lectura lo suficientemente amena para que disperse el tedio y aburrimiento de mis horas interminables de clases, sigue asi neno, que tiene un talento envidiable, espero k igual mañana leer algo mas eh ah y si, t mereces un premio de nuevo jeje tkm!! i mizz u!!!