sábado, 26 de noviembre de 2011

Haromi, en el lugar de los ojos abierto.

Cada mañana ella abría los ojos al mundo, suave, limpia y ligera como las nubes partía la luz del alba con su belleza. Insultantemente feliz era vivir la vida junto a ella.
Cada vez que dejaba caer las gotas de agua sobre su claro rostro los peces del rio nadaban interminablemente, irremediablemente. La luz flagrante del sol le alumbraba la piel, y su sombra de pronto salía para cuidarle los pasos.
Le resultaba fácil hablar de la felicidad y a veces le daba por ponerse triste de deberás cuando las gentes no entendían el significado del milagro de despertar cada mañana. Dicen por ahí que volvía locos a los nostálgicos poetas que para ella recitaban sus poemas, los pintores no encontraban defecto alguno en su perfil, Haromi era bella interminablemente y se sentía a gusto de no saberlo, de no tener contacto con la vanidad. A veces el viento soplaba con fuerza y ella sentía cosquillas debajo de su falda, sonreía aunque el estruendo del aire destrozara las flores de los jardines. Haromi tenia unos ojos verdes color cocodrilos, y una boca angustia de los corazones sin dueños, y un par de cejas; pinceladas de Dios.

Una tarde de otoño estaba recostada sobre un árbol y sentada sobre las hojas secas que cubrían el suelo. Llevaba puesto un vestido blanco de manta con un listón dorado en la cintura, estaba descalza y las uñas de sus pies eran perfectas, en su largo y pasible cuello tenia colgado un collar de conchas que hizo cuando horas antes caminaba por la playa. Mientras seguía observando con abstracción la margarita que tenia sobre el dorso de su mano el viento sopló, consiguiendo en ese acto de la naturaleza mover la guirnalda de girasoles que sobre su cabeza llevaba, sin embargo el insecto resistió el embate del viento, se aferraba a su nueva patria de carne y hueso, de calidez y tersidad.
Su rostro de princesa oriental, fino y exacto logró sorprenderse minutos después al ser testigo de la repentina aparición de decenas de margaritas que venían volando de diferentes direcciones para establecerse sutilmente a su alrededor. Haromi sonrió y se puso de pie para alegremente girar con los brazos extendidos sobre su propio eje.
Eso ocurrió porque todos recuerdan que fue cierto, lo que nunca se explicó fue lo que pasó después.

“Me duele el alma, se me entumece el corazón”

Tristemente ese día Haromi después de jugar con las margaritas tuvo que cerrar los ojos a la fuerza, insultaron al destino, todos los ángeles hubieran querido impedir que ella cerrara los ojos; no hubo tiempo, el mal ya estaba hecho.
Una gran tormenta nunca antes vista y que jamás se consiguió olvidar se presentó esa vez que ella dejó de ocupar un sitio en el lugar de los ojos abiertos. Las personas no lloraban, qué mas daba, si el cielo lo hacia por ellos. Todos sintieron en aquel momento que Haromi era en verdad el alma, la pureza y el halito pulcro de la vida.

“La oscuridad se equivocó, no debió acercase a ella, ¿por qué lo hizo?”

A nosotros los mortales nos conmueve el presentimiento de vivir en un pozo sin fondo, y si por mis venas pasara el dolor de la muerte, me echaría a llorar, pero algunos no quieren y no les gusta llenarse los ojos con pura oscuridad, el murmullo de la belleza y de la vida no se escuchan cuando uno se esta quieto.
Después, aunque me gusta ver los amaneceres y giñarle el ojo a la vida, decidí caminar con la luz apagada, fundir los focos de mis ojos.
¿Restauraré los actos de Dios?








Francisco Rico Hernández.
26 de febrero del 20009.
Cosamaloapan, Veracruz.

(Nota breve; Nunca entendí mucho porque escribí este texto, tal vez encuentren simbolismos o redundancias de algún tipo que cree en la belleza pulcra, en el viento, que no le gusta la idea de morirse pero que sin embargo lo acepta. Y para ser sinceros este texto lo escribí mientras en la sala de espera de un hospital mientras esperaba no sé que)

jueves, 3 de noviembre de 2011

Bar.

Me gusta ver a la gente a las espaldas. Aquí la gente se le ve por la espalda y se descubre por la cantidad de botellas los clavos de su cruz, de la nostalgia que pretende curar las canciones, que no logra disiparse como el humo de sus cigarrillos. Que lastima que le dé al hombre por desprenderse de su corazón, que aquí en este bar le dé por extrañar…




Francisco Rico Hernández.
2 de noviembre del 2011.

martes, 25 de octubre de 2011

Enemigo Intimo.

Soy el escándalo de tu cuerpo, el aire que pasa sobre tu vientre, en tu rostro.
Y en tus pies soy la limpieza, la estética de tu belleza.
Soy lo que soy porque lo he sido.
En todas partes de tu cuerpo llevas algo de mí,
En la sangre pura de tus ancestros, en la estirpe que te vio nacer.
En el linaje que busco en ti.
Ando por ahí entre tus dientes, resbalo por tu nariz y
Soy el que asecha su pezón, uva ejemplar, natural y dichosa.
También soy la angustia en las uñas, la adrenalina por entre tus piernas,
Un todo que nunca es nada, un enemigo intimo que necesitas.
Una mano que acaricias y besas. Tu primer hombre.
Soy lo que soy porque lo he sido, y lo sabes amor mío.

Francisco Rico Hernández.
15 de octubre del 2011.

martes, 27 de septiembre de 2011

A las tres de la tarde.

Mi cuarto es la capsula perfecta para escapar del mundo y sus complejos, de quitarme la camiseta de la caminata de no encontrar nada. El eco de las canciones intenta huir, pero se encuentran con las cuatro paredes que asemejan una caja de sorpresas que espera ser descubierta.

Hojas y cartas sin buzón nadan por el piso, mientras dos sillones son las islas a las que nunca vendrás. Náufrago en mis sueños, en mis ilusiones y siento que estoy más triste que la muñeca despeinada y sola que se quedó abandona en mi cuarto.

Sin pilas como mi reloj y no hay mensaje oculto en mi puerta que me anime el corazón. ¿Por qué no vienes? Aunque sea un rato. Siempre Procuro volverte a ver, olvidarte es físicamente imposible. Y me pregunto ¿Porqué tengo calor?

Un día a las tres de la tarde.

Francisco Rico Hernández.

sábado, 24 de septiembre de 2011

13 de Junio.

( El dia que abrió los ojos)
II Parte.

Entre las horas ahogadas en el tumulto del silencio
Me envuelvo y te acompaño.
Cuando cierro los ojos al menos no busco la luz ni la sombra,
Quiero ver con las manos.
Hay veces que me duele tu ausencia que es como una bocanada
De aire manso y sin color que yo no veo.
Quisiera tocarte, perfumarte de jazmines, acompañarte en las
Soledades sin días, estar mirándote sin hacer nada.
En la magia de lo insondable, en el calor de tu alma
Hay espacio para a todos los que a ti te llaman.
Eres dulce yerba fresca, embravecido canto del gallo,
Luciérnaga curiosa, un grillo debajo de los estrellas.

Que Dios te cuide.

Aun vives en nosotros,
En el suave murmullo del nuevo día,
En el vientre de tu madre
Que fue tu primer hogar en el mundo,
Vives en mis sueños y en las manos de tu padre,
En la mirada de tus hermanos.

Que Dios te cuide.

Ahora que tu cuerpo es polvo y tu alma es aire
Ya nadie esta triste en la casa,
Siempre que piensan en ti vuelan las mariposas.



Francisco Rico Hernández.
24 de Septiembre del 2011

jueves, 1 de septiembre de 2011

Para los dedos sueltos.

El camino de tu espalda es un sendero de ciegos, una brecha que conduce a la gloria,la calma de los huesos,en el camino de tu espalda cae la cascada de tus cabellos y mis dedos sueltos tocan tu piel y saltan de un lugar a otro. Tu espalda es el principio de Septiembre, un mapa sin revés ni marcha atrás...




Francisco Rico Hernández.
1 de Septiembre del 2011.

miércoles, 31 de agosto de 2011

Se Trata.

Se trata de acrobacias, se trata de llevarse la presa arriba de los arboles,
se trata de pedir una coca-cola, se trata de buscarse, de no dejarse ir,
Se trata de acomuladores, de colegialas, de la noche,de huir de los mosquitos,
se trata de besar, se trata de esconderse, de ya no tener memoria para ti...


Francisco Rico Hernández.
29 de Agosto 2011.

lunes, 29 de agosto de 2011

Bocetos del amar.



Había visto un cuerpo desnudo y tirado sobre un colchón, nunca. O tal vez si, pero no con la misma intensidad, el aire de su boca se entrelazaba con el halito que tenia ese vientre tan suave, dulce, limpio y esplendido. Eran dos. Sin serlo. Al menos eran dos en la habitación, en el colchón, en el calor que se encerraba. Ellos lo sabían.
Ella tenía una piel como si fuera un lienzo, como si fuera un llano limpio de malezas, su piel olía a las madrugadas del campo, diáfanos y pulcros. Solemnes. Sabía a flores, su cuerpo, su vientre a pera.
Tenía una cara bonita, ella era bonita. Apenas una niña que quería ser mujer, aun sin serlo, no tenia hijos, ni esposo, el tiempo aun le daba la oportunidad de hundirse con él. Con nadie más, él se devoraba toda su malicia. Le entregaba su amor, un cariño que se compartían, en la soledad. En el desamparo del mundo con ellos.
Apenas aprendían amarse, el ya había amado. Pero a su mujer se le acabo el amor, al menos con él. Ella no sabia que era amar sólo besaba y lo que más le gustaba eran los abrazos. Las risas, los chicos altos.
Eran, fueron, aquella tarde después del colegio, la noche llego entonces, terminaron de amarse, se vieron, ya no desnudos, pero aun así seguían siendo los mismos.
Salieron de la habitación, salieron del departamento, bajaron del piso. Caminaron, tomaron coca-cola, se rieron, se despidió, un beso acarició el final de esa noche.
Aun siguen perdidos, no se encuentran, volverán a verse no importa lo que diga la gente, ellos no son de aquí. Porque ellos si se atreven amar…


Francisco Rico Hernández.
29 de Agosto del 2011.

jueves, 11 de agosto de 2011

Vivir al Dia.

No dejas mas de lo que se deberia
pero con lo que se debe alcanza
al menos para vivir al dia.



Francisco Rico.

domingo, 17 de julio de 2011

Pelusa.

Para; René.



Ey fortachon/ alocate un poco/ aqui te espera la cerveza , el humo , los antros, las mujeres y un poco de regetoon/ engachate a la oferta y la demanda/ viejo juegate el pellejo/ ey loco despiertate y vive la vida no es negocio/ ey renecito que te necesito/ eres el perfume mas caro/ la paciencia en losjusgados / julio astrologicamente en cancer/ futbol/ para tu mala suerte Cruz Azul/ box/ eres muy sano/ ey socio hechame una mano, sientate en sala de mi casa/ ey renecito que te necesito.



Francisco Rico.

Posdata; espero que un dia te vuelvas mas canalla y sinverguenza, tanta bondad en ti me hace daño.

lunes, 4 de julio de 2011

Buenos Días.

— Buenos días señor policía.
— Buenos días joven.
— ¿Qué dice el narcotráfico?
— Nada ahí anda…



Francisco Rico Hernández.
30 de junio del 2011.

viernes, 1 de julio de 2011

De vuelta,

He cierto que he dejado de escribir en éste espacio cibernético que tantos recuerdos me ha traído, sumando a lo ello las satisfacciones, dolores, alegrías, y glorias de los días que fueron y que celebré y presumí con descaro crepuscular en este espacio tan bendito-maldito.
Pasar sin ser visto o percibido es renacer entre lunas, besos y cigarros. Buscar para entonces el espacio en ésta habitación de la casa de la abuela donde se desoja el diario de peatón de éste fulano tan de todos y de tan de nadie. Éste diario de peatón trae el aroma de la nicotina que deambuló inútil por alguna habitación de hoteles de mala muerte, la emoción de las borracheras que acaban al otro día, la calma de la tertulia de los bares, de la fecundidad de las habitaciones, y el misterio de los viajes a ninguna parte.

“Soy la caricatura en blanco y negro, fumador empedernido y golfo hace ya muchos meses retirado. Yo aquellos años de la caricatura los disfruté mucho también, no estoy arrepentido de nada ni tengo nostalgia de nada. A mí me gusta estar vivo y aprovechar cada momento.”

Es verdad que uno sigue siendo el mismo pero no puedo desistir de mi evolución, de ese cambio que para bien o para mal sufro a diario como una insolencia que disfruta volviéndome loco. Por esa razón hoy sólo compartiré la emoción por vivir cada día como si fuera el último. Quisiera mostrar a ustedes lectores empedernidos y ufanos que casi nunca se atreven a leerme, porque casi nunca me interesa que lo lean. Que el asesino asueldo de las letras. (Que mariconada es esto) sigue siendo el mismo de siempre, que se esmera en volverse mas famoso y útil para este bien aventurado y truhan camino que es el de inventar historias, ya no para que te quieran tus amigos, ni para conquistar minas con traviesos carmesís, si no para levitar un poco mas en esos paisajes que nos prometió Cervantes, Homero y García Márquez.
Me gusta escribir aun cuando soy feliz, increíblemente feliz con mi novia que casi nunca lee lo que escribo, feliz con mis amigos que les interesa de todo menos aguantarme dos horas en conferencias ni eventos, sigo siendo insultantemente feliz porque hago lo que quiero, porque no me duermo sin sueño, ni congelo el jubilo, ni hago del mundo un lugar pequeño y tranquilo.

Francisco Rico Hernández.
1 de Julio del 2011.

martes, 17 de mayo de 2011

Me gustas Tú.

Me gusta escribir, me gustas Tú, me gusta viajar, me gustas tú, me gusta beber agua, me gustas tú, me gusta cuando cantas, me gustas tú, me gusta tu sonrisa, me gustas tú, me gusta besarte en la cocina, me gustas tú, me gusta que me ames, me gustas tú, me gusta la coca-cola, me gustas tú, me gusta fumar, me gustas tú, me gusta verte lavar los platos, me gustas tú, me gustan tus pies, me gustas tú, me gusta que te pongas vestidos,me gustas TÚ...



Francisco Rico Hernández.
10 de Mayo del 2011.

sábado, 7 de mayo de 2011

Había humo y una luna de Caribe que flotaba en el mar, que lo pisaba.


Francisco Rico.
6 de Mayo del 2011.

viernes, 29 de abril de 2011

La noche en que me dejaron solo.

La noche en que me dejaron solo había viento, hablábamos de Sabines, y se discutía en la mesa la redacción del periodista, no había cigarros y yo tenia ganas de orinar. La noche en que me dejaron solo escuchábamos Queen, teníamos cervezas y René celebraba su cumple años. La noche en que me dejaron solo no duró mucho, sólo un momento.



Francisco Rico Hernández.

lunes, 18 de abril de 2011

Un señor muy viejo con Alas enormes.

Al tercer día de lluvia habían matado tantos cangrejos dentro de la casa, que Pelayo tuvo que atravesar su patio anegado para tirarlos al mar, pues el niño recién nacido había pasado la noche con calenturas y se pensaba que era causa de la pestilencia. El mundo estaba triste desde el martes. El cielo y el mar eran una misma cosa de ceniza, y las arenas de la playa, que en marzo fulguraban como polvo de lumbre, se habían convertido en un caldo de lodo y mariscos podridos. La luz era tan mansa al mediodía, que cuando Pelayo regresaba a la casa después de haber tirado los cangrejos, le costó trabajo ver qué era lo que se movía y se quejaba en el fondo del patio. Tuvo que acercarse mucho para descubrir que era un hombre viejo, que estaba tumbado boca abajo en el lodazal, y a pesar de sus grandes esfuerzos no podía levantarse, porque se lo impedían sus enormes alas.

Asustado por aquella pesadilla, Pelayo corrió en busca de Elisenda, su mujer, que estaba poniéndole compresas al niño enfermo, y la llevó hasta el fondo del patio. Ambos observaron el cuerpo caído con un callado estupor. Estaba vestido como un trapero. Le quedaban apenas unas hilachas descoloridas en el cráneo pelado y muy pocos dientes en la boca, y su lastimosa condición de bisabuelo ensopado lo había desprovisto de toda grandeza. Sus alas de gallinazo grande, sucias y medio desplumadas, estaban encalladas para siempre en el lodazal. Tanto lo observaron, y con tanta atención, que Pelayo y Elisenda se sobrepusieron muy pronto del asombro y acabaron por encontrarlo familiar. Entonces se atrevieron a hablarle, y él les contestó en un dialecto incomprensible pero con una buena voz de navegante. Fue así como pasaron por alto el inconveniente de las alas, y concluyeron con muy buen juicio que era un náufrago solitario de alguna nave extranjera abatida por el temporal. Sin embargo, llamaron para que lo viera a una vecina que sabía todas las cosas de la vida y la muerte, y a ella le bastó con una mirada para sacarlos del error.

- Es un ángel –les dijo-. Seguro que venía por el niño, pero el pobre está tan viejo que lo ha tumbado la lluvia.

Al día siguiente todo el mundo sabía que en casa de Pelayo tenían cautivo un ángel de carne y hueso. Contra el criterio de la vecina sabia, para quien los ángeles de estos tiempos eran sobrevivientes fugitivos de una conspiración celestial, no habían tenido corazón para matarlo a palos. Pelayo estuvo vigilándolo toda la tarde desde la cocina, armado con un garrote de alguacil, y antes de acostarse lo sacó a rastras del lodazal y lo encerró con las gallinas en el gallinero alumbrado. A media noche, cuando terminó la lluvia, Pelayo y Elisenda seguían matando cangrejos. Poco después el niño despertó sin fiebre y con deseos de comer. Entonces se sintieron magnánimos y decidieron poner al ángel en una balsa con agua dulce y provisiones para tres días, y abandonarlo a su suerte en altamar. Pero cuando salieron al patio con las primeras luces, encontraron a todo el vecindario frente al gallinero, retozando con el ángel sin la menor devoción y echándole cosas de comer por los huecos de las alambradas, como si no fuera una criatura sobrenatural sino un animal de circo.

El padre Gonzaga llegó antes de las siete alarmado por la desproporción de la noticia. A esa hora ya habían acudido curiosos menos frívolos que los del amanecer, y habían hecho toda clase de conjeturas sobre el porvenir del cautivo. Los más simples pensaban que sería nombrado alcalde del mundo. Otros, de espíritu más áspero, suponían que sería ascendido a general de cinco estrellas para que ganara todas las guerras. Algunos visionarios esperaban que fuera conservado como semental para implantar en la tierra una estirpe de hombres alados y sabios que se hicieran cargo del Universo. Pero el padre Gonzaga, antes de ser cura, había sido leñador macizo. Asomado a las alambradas repasó un instante su catecismo, y todavía pidió que le abrieran la puerta para examinar de cerca de aquel varón de lástima que más parecía una enorme gallina decrépita entre las gallinas absortas. Estaba echado en un rincón, secándose al sol las alas extendidas, entre las cáscaras de fruta y las sobras de desayunos que le habían tirado los madrugadores. Ajeno a las impertinencias del mundo, apenas si levantó sus ojos de anticuario y murmuró algo en su dialecto cuando el padre Gonzaga entró en el gallinero y le dio los buenos días en latín. El párroco tuvo la primera sospecha de impostura al comprobar que no entendía la lengua de Dios ni sabía saludar a sus ministros. Luego observó que visto de cerca resultaba demasiado humano: tenía un insoportable olor de intemperie, el revés de las alas sembrado de algas parasitarias y las plumas mayores maltratadas por vientos terrestres, y nada de su naturaleza miserable estaba de acuerdo con la egregia dignidad de los ángeles. Entonces abandonó el gallinero, y con un breve sermón previno a los curiosos contra los riesgos de la ingenuidad. Les recordó que el demonio tenía la mala costumbre de recurrir a artificios de carnaval para confundir a los incautos. Argumentó que si las alas no eran el elemento esencial para determinar las diferencias entre un gavilán y un aeroplano, mucho menos podían serlo para reconocer a los ángeles. Sin embargo, prometió escribir una carta a su obispo, para que éste escribiera otra al Sumo Pontífice, de modo que el veredicto final viniera de los tribunales más altos.

Su prudencia cayó en corazones estériles. La noticia del ángel cautivo se divulgó con tanta rapidez, que al cabo de pocas horas había en el patio un alboroto de mercado, y tuvieron que llevar la tropa con bayonetas para espantar el tumulto que ya estaba a punto de tumbar la casa. Elisenda, con el espinazo torcido de tanto barrer basura de feria, tuvo entonces la buena idea de tapiar el patio y cobrar cinco centavos por la entrada para ver al ángel.

Vinieron curiosos hasta de la Martinica. Vino una feria ambulante con un acróbata volador, que pasó zumbando varias veces por encima de la muchedumbre, pero nadie le hizo caso porque sus alas no eran de ángel sino de murciélago sideral. Vinieron en busca de salud los enfermos más desdichados del Caribe: una pobre mujer que desde niña estaba contando los latidos de su corazón y ya no le alcanzaban los números, un jamaicano que no podía dormir porque lo atormentaba el ruido de las estrellas, un sonámbulo que se levantaba de noche a deshacer dormido las cosas que había hecho despierto, y muchos otros de menor gravedad. En medio de aquel desorden de naufragio que hacía temblar la tierra, Pelayo y Elisenda estaban felices de cansancio, porque en menos de una semana atiborraron de plata los dormitorios, y todavía la fila de peregrinos que esperaban su turno para entrar llegaba hasta el otro lado del horizonte.

El ángel era el único que no participaba de su propio acontecimiento. El tiempo se le iba buscando acomodo en su nido prestado, aturdido por el calor de infierno de las lámparas de aceite y las velas de sacrificio que le arrimaban a las alambradas. Al principio trataron de que comiera cristales de alcanfor, que, de acuerdo con la sabiduría de la vecina sabia, era el alimento específico de los ángeles. Pero él los despreciaba, como despreció sin probarlos los almuerzos papales que le llevaban los penitentes, y nunca se supo si fue por ángel o por viejo que terminó comiendo nada más que papillas de berenjena. Su única virtud sobrenatural parecía ser la paciencia. Sobre todo en los primeros tiempos, cuando le picoteaban las gallinas en busca de los parásitos estelares que proliferaban en sus alas, y los baldados le arrancaban plumas para tocarse con ellas sus defectos, y hasta los más piadosos le tiraban piedras tratando de que se levantara para verlo de cuerpo entero. La única vez que consiguieron alterarlo fue cuando le abrasaron el costado con un hierro de marcar novillos, porque llevaba tantas horas de estar inmóvil que lo creyeron muerto. Despertó sobresaltado, despotricando en lengua hermética y con los ojos en lágrimas, y dio un par de aletazos que provocaron un remolino de estiércol de gallinero y polvo lunar, y un ventarrón de pánico que no parecía de este mundo. Aunque muchos creyeron que su reacción no había sido de rabia sino de dolor, desde entonces se cuidaron de no molestarlo, porque la mayoría entendió que su pasividad no era la de un héroe en uso de buen retiro sino la de un cataclismo en reposo.

El padre Gonzaga se enfrentó a la frivolidad de la muchedumbre con fórmulas de inspiración doméstica, mientras le llegaba un juicio terminante sobre la naturaleza del cautivo. Pero el correo de Roma había perdido la noción de la urgencia. El tiempo se les iba en averiguar si el convicto tenía ombligo, si su dialecto tenía algo que ver con el arameo, si podía caber muchas veces en la punta de un alfiler, o si no sería simplemente un noruego con alas. Aquellas cartas de parsimonia habrían ido y venido hasta el fin de los siglos, si un acontecimiento providencial no hubiera puesto término a las tribulaciones del párroco.

Sucedió que por esos días, entre muchas otras atracciones de las ferias errantes del Caribe, llevaron al pueblo el espectáculo triste de la mujer que se había convertido en araña por desobedecer a sus padres. La entrada para verla no sólo costaba menos que la entrada para ver al ángel, sino que permitían hacerle toda clase de preguntas sobre su absurda condición, y examinarla al derecho y al revés, de modo que nadie pusiera en duda la verdad del horror. Era una tarántula espantosa del tamaño de un carnero y con la cabeza de una doncella triste. Pero lo más desgarrador no era su figura de disparate, sino la sincera aflicción con que contaba los pormenores de su desgracia: siendo casi una niña se había escapado de la casa de sus padres para ir a un baile, y cuando regresaba por el bosque después de haber bailado toda la noche sin permiso, un trueno pavoroso abrió el cielo en dos mitades, y por aquella grieta salió el relámpago de azufre que la convirtió en araña. Su único alimento eran las bolitas de carne molida que las almas caritativas quisieran echarle en la boca. Semejante espectáculo, cargado de tanta verdad humana y de tan temible escarmiento, tenía que derrotar sin proponérselo al de un ángel despectivo que apenas si se dignaba mirar a los mortales. Además los escasos milagros que se le atribuían al ángel revelaban un cierto desorden mental, como el del ciego que no recobró la visión pero le salieron tres dientes nuevos, y el del paralítico que no pudo andar pero estuvo a punto de ganarse la lotería, y el del leproso a quien le nacieron girasoles en las heridas. Aquellos milagros de consolación que más bien parecían entretenimientos de burla, habían quebrantado ya la reputación del ángel cuando la mujer convertida en araña terminó de aniquilarla. Fue así como el padre Gonzaga se curó para siempre del insomnio, y el patio de Pelayo volvió a quedar tan solitario como en los tiempos en que llovió tres días y los cangrejos caminaban por los dormitorios.

Los dueños de la casa no tuvieron nada que lamentar. Con el dinero recaudado construyeron una mansión de dos plantas, con balcones y jardines, y con sardineles muy altos para que no se metieran los cangrejos del invierno, y con barras de hierro en las ventanas para que no se metieran los ángeles. Pelayo estableció además un criadero de conejos muy cerca del pueblo y renunció para siempre a su mal empleo de alguacil, y Elisenda se compró unas zapatillas satinadas de tacones altos y muchos vestidos de seda tornasol, de los que usaban las señoras más codiciadas en los domingos de aquellos tiempos. El gallinero fue lo único que no mereció atención. Si alguna vez lo lavaron con creolina y quemaron las lágrimas de mirra en su interior, no fue por hacerle honor al ángel, sino por conjurar la pestilencia de muladar que ya andaba como un fantasma por todas partes y estaba volviendo vieja la casa nueva. Al principio, cuando el niño aprendió a caminar, se cuidaron de que no estuviera cerca del gallinero. Pero luego se fueron olvidando del temor y acostumbrándose a la peste, y antes de que el niño mudara los dientes se había metido a jugar dentro del gallinero, cuyas alambradas podridas se caían a pedazos. El ángel no fue menos displicente con él que con el resto de los mortales, pero soportaba las infamias más ingeniosas con una mansedumbre de perro sin ilusiones. Ambos contrajeron la varicela al mismo tiempo. El médico que atendió al niño no resistió la tentación de auscultar al ángel, y encontró tantos soplos en el corazón y tantos ruidos en los riñones, que no le pareció posible que estuviera vivo. Lo que más le asombró, sin embargo, fue la lógica de sus alas. Resultaban tan naturales en aquel organismo completamente humano, que no podía entender por qué no las tenían también los otros hombres.

Cuando el niño fue a la escuela, hacía mucho tiempo que el sol y la lluvia habían desbaratado el gallinero. El ángel andaba arrastrándose por acá y por allá como un moribundo sin dueño. Lo sacaban a escobazos de un dormitorio y un momento después lo encontraban en la cocina. Parecía estar en tantos lugares al mismo tiempo, que llegaron a pensar que se desdoblaba, que se repetía a sí mismo por toda la casa, y la exasperada Elisenda gritaba fuera de quicio que era una desgracia vivir en aquel infierno lleno de ángeles. Apenas si podía comer, sus ojos de anticuario se le habían vuelto tan turbios que andaba tropezando con los horcones, y ya no le quedaban sino las cánulas peladas de las últimas plumas. Pelayo le echó encima una manta y le hizo la caridad de dejarlo dormir en el cobertizo, y sólo entonces advirtieron que pasaba la noche con calenturas delirantes en trabalenguas de noruego viejo. Fue esa una de las pocas veces en que se alarmaron, porque pensaban que se iba a morir, y ni siquiera la vecina sabia había podido decirles qué se hacía con los ángeles muertos.

Sin embargo, no sólo sobrevivió a su peor invierno, sino que pareció mejor con los primeros soles. Se quedó inmóvil muchos días en el rincón más apartado del patio, donde nadie lo viera, y a principios de diciembre empezaron a nacerle en las alas unas plumas grandes y duras, plumas de pajarraco viejo, que más bien parecían un nuevo percance de la decrepitud. Pero él debía conocer la razón de estos cambios, porque se cuidaba muy bien de que nadie los notara, y de que nadie oyera las canciones de navegantes que a veces cantaba bajo las estrellas. Una mañana, Elisenda estaba cortando rebanadas de cebolla para el almuerzo, cuando un viento que parecía de alta mar se metió en la cocina. Entonces se asomó por la ventana, y sorprendió al ángel en las primeras tentativas del vuelo. Eran tan torpes, que abrió con las uñas un surco de arado en las hortalizas y estuvo a punto de desbaratar el cobertizo con aquellos aletazos indignos que resbalaban en la luz y no encontraban asidero en el aire. Pero logró ganar altura. Elisenda exhaló un suspiro de descanso, por ella y por él, cuando lo vio pasar por encima de las últimas casas, sustentándose de cualquier modo con un azaroso aleteo de buitre senil. Siguió viéndolo hasta cuando acabó de cortar la cebolla, y siguió viéndolo hasta cuando ya no era posible que lo pudiera ver, porque entonces ya no era un estorbo en su vida, sino un punto imaginario en el horizonte del mar.

Gabriel Garcia Marquez.

lunes, 11 de abril de 2011




Pepe el Toro es Inocente...!

miércoles, 6 de abril de 2011

Figuras de Lodo

El sol desbarata las figuras de lodo. De pronto él se vio convertido en un objeto de barro. La tierra estaba quebrada, árida y él se encontraba parado en ella debajo del sol que los consumía a ambos — Tierra y hombre—.

Ahí se encontraba ese hombre quemándose los cueros de barro, despellejándose todito. Su corazón latía, pero no tenia ni una gota de vida, el calor lo consumía, le pudría el alma. En aquel lugar exiguo de sombras no existían las flores y el único ruido que se escuchaba era el sonido del palpitar de su corazón.
Sin darse cuenta de pronto sus piernas áridas estaban clavadas en el suelo. Eran estacas de barro. Del ombligo le creció una semilla de maíz, le había nacido un pequeño sol en su cuerpo.

“El cielo estaba ardiendo, Huitzilopochtli sonreía.”


Vio sus manos; eran dos y estaban inmóviles, secas, hechas barro como todo su cuerpo, inútiles. De su boca entreabierta salió una serpiente misma que después se convirtió en humo, el sol se come hasta el humo.
Él con una estrella sobre su frente seguía observando el cielo que se situaba allá arriba, es muy alto allá arriba donde se encuentra el cielo.
El sol es enorme, es una bola de fuego que da calor, es una yema de huevo hirviendo.

Un viento imprevisible que venia desde más allá de la distancia en donde el ojo pierde la vista desbarataba todo a su paso, quebraba el filo de las piedras, destrozaba los cimientos de la vida, desmenuzaba estirpes de nubes. Ahora en la tierra lo derruía todo; hasta los pensamientos borraba el aire.
Y él inmóvil e ingenuo aun se mantenía pensando si el sol estaba en la tierra o, la tierra en el sol. Pobre objeto de barro, desconocía su desgracia.
No tuvo tiempo de sucumbir al miedo, sus ojos de cristal se destruyeron de inmediato, su cuerpo se partió, se desmoronó, se hizo añicos; los remolinos intempestivos del viento lo trasformaron a pequeñas migajas de polvo. No quedó nada de él. El viento se fue y sólo quedó el sol allá arriba; un ojo de lumbre que lo ve todo, que lo sabe todo.
¿Qué culpas habrá pagado aquel hombre de barro? Suplicio indecoroso es esperar ser destruido por algo tan ligero y tormentoso como es el viento.

Al final, en un enorme agujero oscuro de pronto despertó del sueño, no, no es cierto; los muertos no sueñan.




Francisco Rico Hernández.
19 de febrero del 2009.
Escrita en el transcurso de Tlacotalpan – Cosamaloapan.

miércoles, 30 de marzo de 2011

27 de Marzo del 2011.

Hay algo que no olvidaré nunca; las muestras inolvidables e indelebles de caricias que me regalaste en la gracia de tu cuerpo que junto al mio encontró la muestra mas clara del amor.

Atte¨; Francisco Rico...

martes, 22 de marzo de 2011

Las Batallas en el Desierto.



Esta historia narra los problemas políticos, sociales y económicos que vivió un niño llamado Carlos durante el gobierno de Miguel Alemán. Carlos había nacido en Guadalajara y vivía en la colonia Roma de la Cd. de México, colonia en la cual vivían judíos, árabes y gente del sur de México. Era de la clase media, su madre provenía de una familia conservadora de Guadalajara, antes pudiente y luego venida a menos y su padre tenía una compañía de jabones, la cual había entrado en bancarrota debido a la invasión del detergente en polvo de aquella época.

Durante la historia, se narran las diferencias sociales dentro de la escuela de Carlos, también había un niño japonés llamado Toru al que le hacían burla (y que luego se convirtió en próspero empresario con "tres mil esclavos mexicanos"), se presentan problemas de racismo con judíos, árabes etc. Los conflictos que había en un patio de tierra colorada, polvo de ladrillo, sin árboles ni plantas eran denominadas las batallas en el desierto; Carlos conoce a Jim y se hacen amigos tras una riña con su compañero Rosales.

Un día, Jim invita a Carlos a comer a su casa, ahí Carlos conoce a Mariana, la madre de Jim, de quien se enamora perdidamente. Jim era hijo natural de un periodista estadounidense que no había querido reconocerlo y Mariana era amante de diversos prominentes políticos mexicanos, pero ambas circunstancias se las ocultaba a su hijo.

Un día Carlos sale durante plena clase a la casa de Jim, ahí encuentra a Mariana y le declara que está enamorado de ella (platónicamente pues era un niño de apenas ocho años), Mariana le deja claro de que nunca podría haber nada entre los dos (en la novela Mariana es una mujer de veintiocho años).

Después de esto los padres de Carlos se enteraron de lo sucedido, y éstos obligan a Carlos a confesarse ante la iglesia e ir al psiquiatra. Carlos es cambiado de escuela y su familia entra en una época mejor en la cual su padre había sido contratado por las empresas que lo habían dejado en bancarrota. Héctor, hermano de Carlos quién había entrado a la cárcel tras una riña y que era el conflictivo de la familia, llegó a estudiar en Chicago; sus hermanas, una de las cuales había tenido un amorío con un actor fracasado y el cual se ahorcó, se fueron a Texas.

Un día, después de algún tiempo, Carlos encuentra a Rosales, el compañero más pobre de su antigua escuela y un buen alumno con quien había tenido un pleito. Éste le cuenta a Carlos que Mariana se había suicidado tras una discusión con su amante, un político. El padre biológico de Jim se había llevado a Jim a San Francisco. Carlos al no creer lo que había escuchado fue en busca de Mariana a su casa creyendo que era mentira, pero no logró encontrar ninguna información a cerca de ella o de Jim.

La historia termina en que Carlos nunca supo si Mariana se suicidó o si aún siguió con vida; terminó sin saber nada a cerca de Jim, de Rosales o de alguien de aquella época. Carlitos trató de investigar el paradero de Jim y/o de Mariana, pero los vecinos del departamento donde vivía Jim parecían no saber nada, casi como si el verdadero problema de Carlos hubiese sido una esquizofrenia.

Tiempo después todos esos edificios en los que vivían ellos son demolidos y Carlos no tiene otra opción más que recordar con nostalgia, no sólo a Mariana y a sus compañeros de clase de su época de niño, sino a la propia ciudad de México en que sucedió la historia. Carlos refiere que "Se acabó esa ciudad. Terminó aquél país. No hay memoria del México de aquéllos años. Y a nadie le importa: de ese horror quién puede tener nostalgia. Todo pasó como pasan los discos en la sinfonola. Nunca sabré si aún vive Mariana. Si hoy viviera tendría ya ochenta años".


De José Emilio Pacheco.
Un Buen libro que les recomiendo.

lunes, 14 de marzo de 2011

Me sé de Ti.

De tanto Besarte ya me se tu boca como yo mismo,
y también el aire que sale de tu cuerpo
cuando tu respiración es intranquila.
Me sé de Ti siempre cuando nos toca amarnos,
Cuando nos perdemos y volamos en el silencio
de nuestros Cuerpos.



Francisco Rico Hernández.
14 de Marzo del 2011.

lunes, 28 de febrero de 2011




"Hace Siglos que quiero enviarte palomas de humo..."

lunes, 21 de febrero de 2011

De Ti.

A Laura.

Nacen de ti las mejores palabras
Que no pronuncio,
Aquellas que se encienden
Cuando tú apareces ante mis ojos
Con toda tu hermosura.
Me miras y prendes las palabras,
Le das el placer al verbo que te ofrezco
Cuando te amo.
Eres toda entera para mí y ya no sufro
De ausencia y de arrepentimientos cuando estás conmigo.
En el aire, en tu mismo aroma de viento
Con tus labios colocas un beso
Tuyo que deja huella en mi corazón.
Todo se hace en un instante,
Como la luz en el cielo.
Nuestro amor une cuerpos.



Francisco Rico Hernández.
20 de Febrero del 2011.

lunes, 7 de febrero de 2011

Hoy te soñé.

Hoy te soñé y hasta este momento no me di cuenta lo
Hermosa que eres al dormir en mis sueños.
Te miré asombrado detrás de mi ventana,
Estabas en sábanas blancas como un Ángel
que descansa en una nube.

Tu cabello alborotado, tan suave que no me atreví a tocarlo y
Lentamente me fui acercando a la nube de mis sueños,
Donde Sueñas tú.

Tenias las uñas perfectas, tus piernas cerradas y
tus pies dejando huellas en mi corazón.
Tu vientre entre lo profundo y
Lo irreal la mixtura perfecta de algún lugar.

Estabas en sábanas blancas, con esos labios tan suaves
como el algodón,
Y es que te soñé y por un momento pensé que era realidad.
Hoy te soñé y ni cuenta te diste que estabas conmigo.
Aunque sólo duró un momento, me sentí completo.
El gran tesoro de esa noche, la ventana donde no mira nadie,
Es la nube de sábanas blancas donde sueñas tú.

Francisco Rico Hernandez.

miércoles, 2 de febrero de 2011

La Playa.

Mientras caminaba por el terraplén fui testigo de que mi sombra se movía un poco al suroeste, sentí que era de noche, y la luna pegada en el cielo me dio la razón.
No se que horas eran, pero yo seguía caminando no se para a donde, pero cuando llegamos a nuestro destino, los tipos que venían de lado mío del corazón me dijeron:
— Es aquí.
Y si, era allí, como decían ellos.
Dejé mi mochila trotamundos adentro de la casa de campaña, luego alguien encendió un cigarro, y así todos empezamos de pronto a fumar, luego se inventaron la idea de hacer una fogata y de pronto todos nos sentamos cerca de la fogata. Estábamos debajo de un gran árbol de mangos, hojas secas, y dulces grillos nos acariciaban el sueño, la tierna luz de la noche nos embellecía la cara, algunos y todos, y yo, mas tarde nos fuimos a dormir.
Al despertar al otro día, me dolían los hombros a causa de la mala posición que ocupe para soñar, escuché minutos mas tarde que un niño cantaba interminablemente junto a la casa de campaña y pensé: — Que locura, ahora se olvidan los gallos, y recuren a los ángeles del amanecer-.
Total que después de no tener el tiempo de lavarme los dientes, me fui acompañado de todos a la playa, días después supe que era Punta Azul. La arena se metía entre mis dedos de los pies, y poco a poco me fui metiendo en la laguna de Catemaco, mientras otros se asoleaban como lagartijas fatigados de tanto andar sin encontrar el sol, ahora mientras resolvía ese problema que tenia con las olas, me abrazaré al agua de regaderas que había en la laguna, y sumergí y soñé que nadaba mientras silbaba el sol.



Francisco Rico Hernandez.
Catemaco, Veracruz.
8 de Abril del 2009

lunes, 24 de enero de 2011

La Casa de la Abuela y sus cuatro generaciones perdidas. (Fragmento)

Michel Hernández era un adolecente irreverente que la primera vez que había llegado a la casa de la abuela logró perturbar la tranquilidad de aquella anciana que hasta ese era día inflexible. Él era alto y fornido, tenía mejillas coloradas y un carácter liberal que muchas veces exasperaría a la abuela, Michel le gustaba tanto el lenguaje de la lengua libre que en algunas ocasiones no entendía el real significado de tener una vida ya consumada por personas ajenas a él. La abuela lo habría de recordar hasta el día en que tendida sobre su sillón y llena de soledad estaría esperando la muerte. Michel fue para la abuela su cruz, su martirio, ella nunca pudo controlar el libertinaje de aquel muchacho hijo del demonio como ciertas veces le decía.
Cuando llegó Michel a Cosamaloapan asistió la misa dominical, siendo esa la única ocasión que se le vio por aquel lugar en la singular semana que duró en la casa de la abuela. Michel ocasionó en esos siete días más estragos que los que hicieron las dos inundaciones y la estirpe de los Chiunti en toda la época. En las noches mientras la abuela dormía él se escapaba de la casa saltándose la barda llegando a la Carreta o lugares que olvidaba al salir el sol. Una noche su bisnieto logró sigilosamente robarle el dinero a la abuela y hasta se inició en una expedición asidua por todos los lugares de la casa hasta encontrar el lugar preciso donde la abuela guardaba sus joyas. Empeñó la arracada bañada de oro, las dos peinetas de plata, un anillo de su bisabuelo y un crucifijo con incrustaciones de diamantes. Todo el dinero que recibió lo dilapidó en una sola noche en la borrachera mas grande que se hubiera organizado hasta ese día en el pueblo, pidió para todos tragos y mas tragos de cervezas, luego fueron botellas y mas tarde cartones y barriles, había mujeres que hacían cola para complacerlo, cadenas de cigarros que se encendía y se apagaban, músicos que cantaban hasta que se les secara el gañote y también se escuchaba el sonido de la arpa y la jarana. Toda esa depravación y solemnidad de los placeres mundanos Michel la disfrutaba.
Fue una borrachera cataclasita en la que ése adolecente de quince años había de remedir y cambiar el rumbo del destino de una anciana que habría de llenarse de coraje y desdicha por la perdida de su tercera generación. La abuela recordaría para siempre la escena que presenció cuando encontró a su bisnieto Michel en cueros y borracho en compañía de una puta que le doblaba la edad. Impasible a las rogativas de Michel ella lo echó de la casa.
—Esperé quince años y los voté al carajo — finalizó la abuela con amargura —.
Emiliano no dijo nada. Permaneció en silencio.
Nueve meses después apareció en una cesta al pie de la puerta de la casa una criatura que resultaba ser la última generación que la abuela tendría, la última oportunidad de reivindicar el camino. Tenía todas las intenciones de deshacerse de su tataranieto pero entonces recordó el peso de aquella promesa casi de honor que tenia con Dios y entonces desistió a su cometido.
A Emiliano lo crió en un ambiente riguroso y lo acompañó súbitamente a realizar el cumplimiento de los protocolos que exigía la iglesia y que un fiel debería de consumar. Para Emiliano su mundo era la casa de la abuela, el se sentía plenamente feliz. Nunca salía de la casa acepto cuando tenia que cumplir con ir al colegio y asistir a la iglesia. La abuela se alejó de las desaventuras de la vida moderna y se dedicó escrupulosamente a educar plenamente a Emiliano.


Francisco Rico Hernández.

miércoles, 19 de enero de 2011

Soñó que estaba Preso.

Aquel preso soñó que estaba preso. Con matices, claro, con diferencias. Por ejemplo, en la pared del sueño había un afiche de París; en la pared real sólo había una oscura mancha de humedad. En el piso del sueño corría una lagartija; desde el suelo verdadero lo miraba una rata. El preso soñó que estaba preso. Alguien le daba masajes en la espalda y él empezaba a sentirse mejor. No podía ver quién era, pero estaba seguro de que se trataba de su madre, que en eso era una experta. Por el amplio ventanal entraba el sol mañanero y él lo recibía como una señal de libertad. Cuando abrió los ojos, no había sol. El ventanuco con barrotes (tres palmos por dos) daba a un pozo de aire, a otro muro de sombra. El preso soñó que estaba preso. Que tenía sed y bebía abundante agua helada. Y el agua le brotaba de inmediato por los ojos en forma de llanto. Tenía conciencia de por qué lloraba, pero no se lo confesaba ni siquiera a sí mismo. Se miraba las manos ociosas, las que antes construyeron torsos, rostros de yeso, piernas, cuerpos enlazados, mujeres de mármol. Cuando despertó, los ojos estaban secos, las manos sucias, las bisagras oxidadas, el pulso galopante, los bronquios sin aire, el techo con goteras. A esa altura, el preso decidió que era mejor soñar que estaba preso. Cerró los ojos y se vio con un retrato de Milagros entre las manos. Pero el no se conformaba con la foto. Quería a Milagros en persona, y ella compareció, con una amplia sonrisa y un camisón celeste. Se arrimó para que él se lo quitara y él, no faltaba más, se lo quitó. La desnudez de Milagros era por supuesto milagrosa y él la fue recorriendo con toda su memoria, con todo su disfrute. No quería despertarse, pero se despertó, unos segundos antes del orgasmo onírico y virtual. Y no había nadie. Ni foto ni Milagros ni camisón celeste. Admitió que la soledad podía ser insoportable. El preso soñó que estaba preso. Su madre había cesado los masajes, entre otras cosas porque hacía años que había muerto. A él invadió la nostalgia de su mirada, de su canto, de su regazo, de sus caricias, de sus reproches, de sus perdones. Se abrazó a sí mismo, pero así no valía. Milagros le hacía adiós, desde muy lejos. A él le pareció que desde un cementerio. Pero no podía ser. Era desde un parque. Pero en la celda o había parque, de modo que, aun dentro del sueño, tuvo conciencia de que era eso: un sueño. Alzó su brazo para también él brindar su adiós. Pero su mano era solo un puño, y, como es sabido, los puños apretados no han aprendido a decir adiós. Cuando abrió los ojos, el camastro de siempre le trasmitió un frío impertinente. Tembloroso, entumecido, trató de calentar sus manos con el aliento. Pero no podía respirar. Allá, en el rincón, la rata lo seguía mirando, tan congelada como él. El movió la mano y la rata adelantó una pata.
Eran viejos conocidos. A veces él le arrojaba un trozo de su horrible, despreciable menú. La rata era agradecida. Así y todo, el preso echó de menos a la verde, agilísima lagartija de sus sueños y se durmió para recuperarla. Se encontró con que la lagartija había perdido la cola. Un sueño así, ya no valía la pena de ser soñado. Y sin embargo. Sin embargo empezó a contar con los dedos los años que le faltaban. Uno dos tres cuatro y despertó. En total eran seis y había cumplido tres. Los contó de nuevo, pero ahora con los dedos despiertos. No ten a radio ni reloj ni libros ni lápiz ni cuaderno. A veces cantaba bajito para llenar precariamente el vacío. Pero cada vez recordaba menos canciones. De niño también había aprendido algunas oraciones que le había enseñado la abuela. Pero ahora a quién le iba a rezar?. Se sentía estafado por Dios, pero tampoco él quería estafar a Dios. El preso soñó que estaba preso y que llegaba Dios y le confesaba que se sentía cansado, que padecía insomnio y eso lo agotaba, y que a veces, cuando por fin lograba conciliar el sueño, tenía pesadillas, en las que Jesús le pedía auxilio desde la cruz, pero El estaba encaprichado y no se lo daba. Lo peor de todo, le decía Dios, es que Yo no tengo Dios a quien encomendarme. Soy como un Huérfano con mayúscula. El preso sintió lástima por ese Dios tan solo y abandonado. Entendió que, en todo caso, la enfermedad de Dios era la soledad, ya que su fama de supremo, inmarcesible y perpetuo espantaba a los santos, tanto a los titulares como a los suplentes. Cuando despertó y recordó que era ateo, se le acabó la lástima hacia Dios, más bien sintió lástima de sí mismo, que se hallaba enclaustrado, solitario, sumido en la mugre y en el tedio. Después de incontables sueños y vigilias llegó una tarde en que dormía y fue sacudido sin la brusquedad habitual, y un guardia le dijo que se levantara porque le habían concedido la libertad. El preso sólo se convenció de que no soñaba cuando sintió el frío del camastro y verificó la presencia eterna de la rata. La saludó con pena y luego se fue con el guardia para que le dieran la ropa, algún dinero, el reloj, el bolígrafo, una cartera de cuero, lo poco que le habían quitado cuando fue encarcelado. A la salida no lo esperaba nadie. Empezó a caminar.

Caminó como dos días, durmiendo al borde del camino o entre los árboles. En un bar de suburbio comió dos sandwiches y tomó una cerveza en la que reconoció un sabor antiguo. Cuando por fin llegó a casa de su hermana, ella casi se desmayó por la sorpresa. Estuvieron abrazados como diez minutos. Después de llorar un rato ella le preguntó qué pensaba hacer. Por ahora, una ducha y dormir, estoy francamente reventado. Después de la ducha, ella lo llevó hasta un altillo, donde había una cama. No un camastro inmundo, sino una cama limpia, blanda y decente. Durmió más de doce horas de un tirón. Curiosamente, durante ese largo descanso, el ex preso soñó que estaba preso. Con lagartija y todo

Mario Benedetti.

jueves, 13 de enero de 2011



Este es un premio que recibo de mi querida amiga Raquel Lopez.
Sinceramente es un gusto para mi que cada vez puedan llegar lo que uno escribe al gusto de las personas. Pienso también que seria grandioso publicar los demás premios que he recibido, ya que es un compromiso que tengo con la gente que confía en mi y le gusta lo que hago pero esta tarea quedará en pausa ya que no dispongo de mucho tiempo.
Gracias.

"En La Casa de la Abuela se podrá encontrar las cartas que nunca se mandaron, la música que se quedó impregnada, las pinturas sobre los años...

Francisco Rico.

miércoles, 12 de enero de 2011

Sueños.

Fue una tarde bajo el sopor horrible del calor de las tres de la tarde cuando después de unos sueños intranquilos tuve un desvarió que no entendía de razones ni mucho menos de años, tiempos o gallardía alguna. Lo que había soñado claramente carecía de dos cosas en mi realidad; locura o valentía. Cosas que por esos años yo no tenía. Pues yo era una especie extraterrestre que dejaba su habitación y recién salía a la calle en busca de placeres o travesuras, un callejero recién nacido que pasaba por muchas cosas por aquellos años.
Lo que Soñé aquella madrugada fue una especie de despedida que enmarcaba un nuevo camino para mi. Caminaba por una calle oscura yo solo y mientras seguía avanzando empecé a sentir la alerta del sexto sentido, cuando de pronto se aparecieron un par de tipos que nunca había visto y que sin embargo querían agredirme, de repente ante tanto miedo y sin posibilidades de defenderme salió de la oscuridad un amigo, el bueno de José María. El se encargo de alejarlos y cuando estuvimos solos habló conmigo y me aconsejó muchas cosas pero lo que mas me causó la certera impresión de la locura fue cuando me dijo:
— Puedes quedarte con ella.
Yo aun en la incomprensión de mis sueños, pensé que era una broma. Puesto que mi amigo estaba muerto en mi realidad, y la mina aquella no se atrevía a mirarme con otros ojos que no fueran los inmisericordes ojos de la amistad.
— Carajo — pensé. Estás loco Chema, le dije.
Pero él sólo sonrió y me dio una palmada en el hombro. Después, pero después caí en la cuenta que mis sueños eran una mierda, que aun mis propios sueños se burlaban de mi y de mi realidad que a pesar de mi corta edad andaba con una nube negra y sacándole la lengua a la suerte que nunca venia avistarme.
Sin embargo en mi sueño después de que Chema me dijo que ahora si tenía el camino libre para enamora a esa aquella chica yo fui hasta ella y le dije las mejores palabras de amor (En ese momento supe que era un sueño, nunca en mis cinco sentidos me habría a atrevido hacer eso) y ella había quedado tan satisfecha y feliz que sus ojos ahora habían cambiado y me miraban con la mirada de un amor recién fecundado. Nunca entendí como era posible tal descaro de mi puto subconsciente que desperté en la buena hora cuando yo por fin había conseguido tener el amor de esa chica que me había vuelto loco y dejado sin sueño muchas noches. No era posible que en ese momento la realidad se interpuso y me bajó de la nube por la que andaba y me dejó otra vez; cobarde, loco y con una sutil emoción en la entrepierna.
Y así fue pues como al amanecer tomé un lápiz y un papel y comencé a escribir un poema mal logrado y lleno de sueños en los cuales era mas afortunado que en mi realidad.
Aquella tarde calorosa mi amigo César llego de improviso y en la azotea le enseñé el poema para José María y la mujer aquella que había logrado conquistar al menos en mis sueños…


Francisco Rico Hernández.
12 de Enero del 2011.