miércoles, 30 de septiembre de 2009

La Muerte es una Joda

Gerardo:
qué tal? Estoy en México, distrito federal, o mejor dicho DF, para evitar la rima en prosa, algo que, según recuerdo, figura entre tus alergias de lector. Hace quince días que llegué y tal vez me quede (ya te indicaré más adelante el porqué de esa inseguridad) quince días más. Como siempre que me sumerjo en esta combinación de historia precolombina y contaminación poshispana, ya me desmayé en dos ocasiones (una vez fue en la bañera y otra junto a la cama de este simpático hotel de tres estrellas), sin que nadie acudiera a socorrerme, y al cabo de cinco o diez minutos (no llevo conmigo un desmayómetro) resucité sin mayores consecuencias físicas. Y digo físicas, porque cada vez que me desmayo en México (en otros puntos del planeta sólo me desmayé una vez: a la vista del óleo con los zapatos de Cezanne, pero fue de emoción incontrolada), digo que cada vez que me desmayo en México DF, tengo la impresión de que en el alma me sale una verruga. Vos que sos licenciado en psicología tal vez puedas responderme: existen las verrugas virtuales? Ustedes no las llaman así, ya lo sé, sería demasiado comprensible para vuestros inermes pacientes, pero yo, como no-licenciado en psicología, las llamo verrugas y se acabó.
De esta ciudad, en la que uno tiene la impresión de que vive media humanidad y que siempre está cubierta de humo o de bruma o de neblina, me gusta la gente, ufana y desenvuelta, con un enigmático mohín indígena, habituada al inevitable deterioro de sus pulmones y a la comparecencia pretérita y actual (y casi seguramente venidera) de los vecinos del norte que les robaron buena parte de su territorio. Los yanquis son en México la otra contaminación. Los aman y los odian. Es tan raro, che. Tengo aquí amigos entrañables a los que nunca les digo ni les escribo semejantes pelotudeces, acaso injustas. Sé que no escribís a los amigos (y menos aún a los enemigos), me consta que sos un estreñido postal, pero ahora que la humanidad se ha vuelto cibernauta, podrías agenciarte un modesto Windows 95 (todavía no el 98) para hacerme saber, en uso u abuso del e-mail, de tu vida y milagros, de tu tenaz y casi fanática solteronía, de tu siempre actualizada profesión, que tanta atracción ejerce sobre inexpertos catalanes y madrileños. Ya sé que los analistas porteños han copado el mercado peninsular, pero vos te metiste de a poco en ese ruedo casi exclusivo y ya tenés más pacientes (y sobre todo impacientes) que los coleccionados por el viejito Freud en su largo campeonato.
Pero ahora te estampo una consulta en serio, cuya respuesta a distancia confío no genere honorarios, debido 1) a nuestra larga, fecunda y leal amistad, 2) a que los giros bancarios suelen extraviarse, y 3) a que nunca creí demasiado en el psicoanálisis. Carajo, pensarás con toda razón, y entonces para qué me consulta este tilingo?. Bueno, en realidad este tilingo te consulta, no como reputado profesional, sino como amigo del alma, alma que en mi caso es más tacaña que mi esqueleto, pero mucho más sabia. La pregunta es la siguiente: A qué altura de la existencia puede aparecer la obsesión de la muerte? Pavada de pregunta no? Te confieso que nunca tuve ese metejón premortuorio. Siempre me desenvolví como si fuera eterno, es decir inmorible, un neologismo que me parece más adecuado a mi caso. Nunca padecí esa angustia, mejor dicho, nunca hasta hace dos meses, o sea hasta mis 54 años recién cumplidos, cuando detecté un dolorcito estúpido en mi flanco izquierdo, y, por segunda vez en mi vida (la primera fue a los doce años, cuando tuve la tos convulsa) fui atendido por un médico, quien, tras hacerme varios análisis clínicos y ecografías, me volvió a citar en su consultorio, y allí, tras repatingarse como un gorila en un sofá francamente repulsivo y dedicarme una sonrisa odiosa, me espetó, escuetamente y sin anestesia, que el resultado de tantos exámenes era que yo tenía cáncer, y luego, sin darme ni un minuto de tregua, completó su diagnóstico augurándome que en el mejor de los casos me quedaban unos seis meses de roñosa vida. Qué tal, pibe? Por eso me vine a México DF, ansioso por desmayarme por última vez en tierra de Pancho Villa y del subcomandante Marcos.
Ante semejante futuro ignominioso tal vez te sorprenda el tono bienhumorado y hasta jodón de mi misiva, pero no me creas. Es puro teatro. Desde cualquier ángulo que la mires, la muerte es una joda. En el fondo me siento como un escombro finisecular y prematuro. Te diré que lloro promedialmente cinco horas por noche. A veces seis. Mi última confianza es que mi próximo desmayo mexicano no me despierte en esta confortable habitación 904 sino a la vera de San Pedro. Porque sigo convencido de que Dios no existe pero San Pedro sí. A la espera de tu carta de consuelo, aquí va un abrazote casi póstumo de tu amigo de siempre y hasta nunca.
JUAN ANDRÉS.


Mario Benedetti.

martes, 29 de septiembre de 2009

Acuerdate.

Acuerdate bien cuando aquella noche al filo de las once, íbamos caminando por las calles, si, claro que nos tomamos de la mano mientras cantábamos "Yo quiero ser una chica almodovar". No tenias porque asustarte cuando aquel perro te ladró, sabias que estaba yo ahí para defenderte. Nunca supe que hacer cuando trataste de bailar y lo único que se me ocurrió fue bailar contigo sin música en plena acera, y terminamos besandonos debajo de esa farola que nos alumbraba el alma.

Decía un poeta, que los amores a primera vista son los únicos que valen, y lo supe de inmediato cuando te vi por primera vez sentada a lado mio, y lo asenté cuando entablamos aquella conversión de minutos.
Por eso cuando llegamos a esa esquina y escuchamos los trenes enseguida supe que los amorosos se despiden dolorosamente entre trenes...
Cuando me enredé en tu cintura con la sana intención de no dejarte ir recuerdo que me besaste, y me abrazaste y nos miramos." Tu mirada me hizo sentir el abordaje del amor,sensaciones de ternura." Después al escuchar tus pasos lejanos y decidida de irte no aguante, y lo sabes, y de nuevo fui a ti, como un niño que no abandona sus sueños, como un hombre sin mas religión que el cuerpo tuyo Bella. Te besé, recuerdalo, y nos miramos, y terminamos por hundirnos en el hueco que deja la ansiedad.
Siempre recuerdo cuando cerré los ojos, si, los cerré después de que vi que tu cuerpo se alejaba y se convertía en la ausencia.
Bella, eres bella porque de algún modo me lo dicen tus ojos, tus labios....
Nunca olvidaré los detalles tuyos que se convirtieron en los muy mios, ahora casi siempre nunca paro de viajar hacia ti, claro solo con la imaginacion.

Te veías mas hermosa besandome..."


Francisco Rico

lunes, 28 de septiembre de 2009

Cronica de un viaje.

“Hay veces que uno emprende aventuras y viajes a lugares que no conoce, es bien raro hacer esos viajes y más cuando suele ser el día en que naciste. Los amigos y tu familia no entienden tu repentina decisión de marcharte prometiendo que volverás un día, pero que volverás. No haces otra cosa que sentirla a ella a pesar de las distancias. Sabes que cuando llegas a la estación la veras, y ella a ti. Te da por sentir ese revoloteo de sentimientos en tu panza, y luego, luego tienes ganas de vomitar de la emoción.”

Lo recuerdo, había emprendido el viaje para coincidir con ella, el día de san Miguel de arcángel, un tal 29 de septiembre. Había seguido las recomendaciones de la señorita de la ventanilla que un día atrás me atendió en la terminal de autobuses y me aclaró que lo mas oportuno seria no comprara el boleto en ese momento, ya que las carreteras estaban inundadas e intransitables, que lo que debería de hacer era comprarlo al día siguiente.
Por esa razón llegué a la estación con una hora de anticipación en medio de una madrugada angelical. Volví a comprar el boleto numero 9. Y cuando me embarqué en el autobús lleno de optimismo sentí un apoyo con una frase de amor que había llegado a mi celular. No pude dormir en todo el viaje, y por la ventanilla vislumbraba el amanecer en la cuenca del papaloapan, era mágico, había unas nubes teñidas de un dorado nostálgico, y un sol enorme que salía bostezando al mundo, a las nubes se las llevaba el viento, y sobre el rio volaban algunas mariposas. Luego ahí esta el mar, un mar tranquilo que miraba de lejos y que me daba paz.
El conductor amenizaba el viaje con música, la misma que me daba por imaginarme un mundo con La Bella, tenia ganas de verla, y que volara el autobús,— Maldición porque no me compré un boleto de avión, pensé desilusionado.
Total que llegué al puerto a las nueve de la mañana, como la carretera que me llevaría al lugar exacto donde encontraría a La bella esta inundada tuve que transbordar. Por eso mi primera parada fue el puerto. Había una ventanilla exprés sólo para estos viajes de amor. Después de comprar el boleto tuve que esperar en contra de mi voluntad una hora a que el autobús llegara.
Viví un tedio escabroso en la terminal, había una multitud de personas formadas en fila india que avanzaban lentamente hacia las ventanillas. En el muro de la pared que tenia enfrente había un cartel de Maelo Ruiz que anunciaba su concierto en los próximos días, por igual se encontraba otro cartel que invitaba al público a la presentación del ballet Ruso de Moscú. En punto de las diez de la mañana abordé el último autobús que me pondría en el mismo lugar que el de La Bella. Mientras emprendíamos el viaje en plena carretera me dio por verme en la necesidad de armar un buen argumento que dijera algo mas que un “Hola Bella, un gusto en verte” no sabia que coños le iba yo a decir a esa mujer que me había convertido en un extraterrestre enamorado. Luego me calmé un poco y decidí ver la película que nadie estaba viendo. La mayoría de los pasajeros dormía. No sentí la primera hora de viaje, pero la segunda hora vino a romperme la cordura. A la señora que viajaba con sus dos pequeños hijos en los asientos de atrás le pregunté:
—¿Disculpe, cuando falta para llegar?
—Normalmente el viaje dura menos de dos horas— dijo—.
—Vamos retrasados — dije—.
—Si, pero no se preocupe joven llegaremos pronto.
No podía concebir esos retrasos ocasionales ya que había pactado una hora exacta con La Bella, el violar ese pacto con una hora de retraso me hacia sentirme exasperado.
—Mierda— dije. Y volví a recortarme para tratar de encontrar un remido para aquellas astucias de las horas.
Cuando entramos a la ciudad y vi el anuncio de Bienvenidos mi corazón se hinchó de felicidad. Estaba a un par de minutos de verme con la mujer con la que había soñado.
Estiré los músculos, dibujé una sonrisa en mi cara, y bajé del autobús.
Caminé por los andenes hasta llegar a los baños de la estación, saqué de mi mochila trotamundos un abrigo y me lo puse. Cuando me puse sobre el tocador del baño me lavé la cara, y me enjuague la boca además de peinarme y giñarle el ojo al espejo.
Mientras caminaba hacia la sala de espera me froté las manos tratando de quitarle el frio a mis manos, había cambiado en un par de horas de un clima caluroso a uno gélido.

Total que acostumbrado o no a esos climas salí de la estación y me fui al lugar centro en donde nos quedamos de ver la Bella y yo. No estaba. No supe que hacer. Y la busqué con los ojos llenos de pánico por no encontrarla. No estaba en las bancas de la afuera en las cuales nos quedamos de ver, tampoco en el pequeño parquecito de enfrente, ni mucho menos por el túnel en donde salían los taxis y a los cuales fui con la misión de encontrarla. Nada ni rastro de la Bella.
A mi mente llegó la certidumbre de que por culpa de los retrasos la Bella se había marchado de allí encolerizada, y eso era lo más obvio pues no la encontré en el lugar en donde pactos vernos.
Cuando regresaba desilusionado a la sala de espera y con la firme convicción de irme, la vi de lejos sentada en una de las bancas de afuera, estaba fumando un cigarrillo y tenía las piernas cruzadas. Estaba vestida con un pantalón de mezclilla y una camisa blanca ligera y tenía una chaqueta de cuero y unos lentes ray-ban puestos, su cabello de sirena lo tenía amarrado. Estaba irremediablemente bella, tenía una presencia sublime y una personalidad seductora. La Bella me esperaba y yo estaba consiente de ello, no había mas cuerpo en el mundo para mi que el de la Bella.
No me dirigí inmediatamente hacia ella, entré sin que me viera a la sala de espera y ahí me compré una cajetilla de cigarros para calmar los nervios y anestesiar la cabrona timidez. Mientras fumaba un cigarrillo, exhalaba el aire y pensaba que lo a continuación sucedería jamás lo iba a olvidar.
Apagué el cigarrillo y caminé lentamente hacia el lugar de la Bella, cuando la vi ella alzó la vista y me miró suavemente, se levantó de la banca y me sonrió y yo le dije:
— Hola.


Francisco Rico.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Espero curarme de Ti.

Espero curarme de ti en unos días. Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte. Es posible. Siguiendo las prescripciones de la moral en turno. Me receto tiempo, abstinencia, soledad.

¿Te parece bien que te quiera nada más una semana? No es mucho, ni es poco, es bastante. En una semana se puede reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra y se les puede prender fuego. Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado. Y también el silencio. Porque las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada.

Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral y subversivo del que ama. (Tú sabes cómo te digo que te quiero cuando digo: «qué calor hace», «dame agua», «¿sabes manejar?», «se hizo de noche»... Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías, te he dicho «ya es tarde», y tú sabías que decía «te quiero»).

Una semana más para reunir todo el amor del tiempo. Para dártelo. Para que hagas con él lo que quieras: guardarlo, acariciarlo, tirarlo a la basura. No sirve, es cierto. Sólo quiero una semana para entender las cosas. Porque esto es muy parecido a estar saliendo de un manicomio para entrar a un panteón.


Jaime Sabines

lunes, 21 de septiembre de 2009

El Cuervo.


Cierta noche aciaga, cuando, con la mente cansada,
meditaba sobre varios libracos de sabiduría ancestral
y asentía, adormecido, de pronto se oyó un rasguido,
como si alguien muy suavemente llamara a mi portal.
"Es un visitante -me dije-, que está llamando al portal;
sólo eso y nada más."


¡Ah, recuerdo tan claramente aquel desolado diciembre!
Cada chispa resplandeciente dejaba un rastro espectral.
Yo esperaba ansioso el alba, pues no había hallado calma en mis libros,
ni consuelo a la pérdida abismal
de aquella a quien los ángeles Leonor podrán llamar
y aquí nadie nombrará.


Cada crujido de las cortinas purpúreas y cetrinas
me embargaba de dañinas dudas y mi sobresalto era tal
que, para calmar mi angustia repetí con voz mustia:
"No es sino un visitante que ha llegado a mi portal;
un tardío visitante esperando en mi portal.
Sólo eso y nada más".


Mas de pronto me animé y sin vacilación hablé:
"Caballero -dije-, o señora, me tendréis que disculpar
pues estaba adormecido cuando oí vuestro rasguido
y tan suave había sido vuestro golpe en mi portal
que dudé de haberlo oído...", y abrí de golpe el portal:
sólo sombras, nada más.


La noche miré de lleno, de temor y dudas pleno,
y soñé sueños que nadie osó soñar jamás;
pero en este silencio atroz, superior a toda voz,
sólo se oyó la palabra "Leonor", que yo me atreví a susurrar...
sí, susurré la palabra "Leonor" y un eco volvióla a nombrar.
Sólo eso y nada más.


Aunque mi alma ardía por dentro regresé a mis aposentos
pero pronto aquel rasguido se escuchó más pertinaz.
"Esta vez quien sea que llama ha llamado a mi ventana;
veré pues de qué se trata, que misterio habrá detrás.
Si mi corazón se aplaca lo podré desentrañar.
¡Es el viento y nada más!".


Mas cuando abrí la persiana se coló por la ventana,
agitando el plumaje, un cuervo muy solemne y ancestral.
Sin cumplido o miramiento, sin detenerse un momento,
con aire envarado y grave fue a posarse en mi portal,
en un pálido busto de Palas que hay encima del umbral;
fue, posóse y nada más.


Esta negra y torva ave tocó, con su aire grave,
en sonriente extrañeza mi gris solemnidad.
"Ese penacho rapado -le dije-, no te impide ser
osado, viejo cuervo desterrado de la negrura abisal;
¿cuál es tu tétrico nombre en el abismo infernal?"
Dijo el cuervo: "Nunca más".


Que una ave zarrapastrosa tuviera esa voz virtuosa
sorprendióme aunque el sentido fuera tan poco cabal,
pues acordaréis conmigo que pocos habrán tenido
ocasión de ver posado tal pájaro en su portal.
Ni ave ni bestia alguna en la estatua del portal
que se llamara "Nunca más".


Mas el cuervo, altivo, adusto, no pronunció desde el busto,
como si en ello le fuera el alma, ni una sílaba más.
No movió una sola pluma ni dijo palabra alguna
hasta que al fin musité: "Vi a otros amigos volar;
por la mañana él también, cual mis anhelos, volará".
Dijo entonces :"Nunca más".


Esta certera respuesta dejó mi alma traspuesta;
"Sin duda - dije-, repite lo que ha podido acopiar
del repertorio olvidado de algún amo desgraciado
que en su caída redujo sus canciones a un refrán:
"Nunca, nunca más".


Como el cuervo aún convertía en sonrisa mi porfía
planté una silla mullida frente al ave y el portal;
y hundido en el terciopelo me afané con recelo
en descubrir qué quería la funesta ave ancestral
al repetir: "Nunca más".


Esto, sentado, pensaba, aunque sin decir palabra
al ave que ahora quemaba mi pecho con su mirar;
eso y más cosas pensaba, con la cabeza apoyada
sobre el cojín purpúreo que el candil hacía brillar.
¡Sobre aquel cojín purpúreo que ella gustaba de usar,
y ya no usará nunca más!.



Luego el aire se hizo denso, como si ardiera un incienso
mecido por serafines de leve andar musical.
"¡Miserable! -me dije-. ¡Tu Dios estos ángeles dirige
hacia ti con el filtro que a Leonor te hará olvidar!
¡Bebe, bebe el dulce filtro, y a Leonor olvidarás!".
Dijo el cuervo: "Nunca más".


"¡Profeta! -grité -, ser malvado, profeta eres, diablo alado!
¿Del Tentador enviado o acaso una tempestad
trajo tu torvo plumaje hasta este yermo paraje,
a esta morada espectral? ¡Mas te imploro, dime ya,
dime, te imploro, si existe algún bálsamo en Galaad!"
Dijo el cuervo: "Nunca más".


"¡Profeta! -grité -, ser malvado, profeta eres, diablo alado!
Por el Dios que veneramos, por el manto celestial,
dile a este desventurado si en el Edén lejano
a Leonor, ahora entre ángeles, un día podré abrazar".
Dijo el cuervo: "¡Nunca más!".


"¡Diablo alado, no hables más!", dije, dando un paso atrás;
¡Que la tromba te devuelva a la negrura abisal!
¡Ni rastro de tu plumaje en recuerdo de tu ultraje
quiero en mi portal! ¡Deja en paz mi soledad!
¡Quita el pico de mi pecho y tu sombra del portal!"
Dijo el cuervo: "Nunca más".


Y el impávido cuervo osado aún sigue, sigue posado,
en el pálido busto de Palas que hay encima del portal;
y su mirada aguileña es la de un demonio que sueña,
cuya sombra el candil en el suelo proyecta fantasmal;
y mi alma, de esa sombra que allí flota fantasmal,
no se alzará...¡nunca más!.



Edgar Allan Poe.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Noche, y nada.

Soledades que no se desnudan,
besos empotrados, y escapes bajo
la luna.Me comes cuando quieres.
Manos que preparan el amor,
ojos de ciruela.
Nunca como hoy serás tan mujer
debajo de la lluvia,
sobre tu vestido mis sueños
llevas, te robas, mi espíritu.
Tu fotografía es la invitada
en mi noche que hacia tus pies
me conducen.
Multitudes de colillas
me critican, me fumaron.




Francisco Rico Hernandez.
Septiembre 16 del 2009.

sábado, 12 de septiembre de 2009

En la Casa numero 33.


Eran las nueves de la mañana, un sol enorme se ponía en el cielo limpio, el viento había escurrido las nubes.
El cartero anunciaba su llegada silbando alegremente el pito, había llegado como todos los días puntualmente al lugar correspondiente, cumpliendo en ese acto el inicio de su ruta de trabajo. Aquel hombre llevaba puesto orgullosamente el uniforme de los servidores públicos del correo postal, unos zapatos negros, una gorra en la cabeza que lo cubría inútilmente de los rayos del sol; él tenia una cara alegre y un bigote estéticamente bien cortado.
La mochila de piel que traía consigo guardaba en su interior una variabilidad de sentimientos tangibles hechos cartas, mismos que estaban pronosticados a liberarse del encarcelamiento ocasional al abrirse un día de tantos.
En esas horas de aquella mañana don Gaspar, el cartero, recorría la calle Mariano Abasolo a pie. Escrupulosamente dejaba las cartas en las casas precisas. No había errores en el cumplimiento de su menester, más de diez años de experiencia lo abalaban.

En la casa marcada con el numero veintinueve le dejó a la maestra que ahí vivía, un paquete que contenía el libro del Kamasultra que por oferta única tenia ocho posiciones nunca antes vistas, además de cinco cartas pasionales escritas por sus diferentes novios por correspondencia. La siguiente morada que visitó era un lugar triste y solitario, desde que tenia memoria nunca había visto salir a nadie de allí, eso si, el buzón al otro día estaba vacio. La casa con el numero treinta y uno recibió del cartero un sobre tamaño oficio, el cual tenia una revista de astronomía, y una carta en donde mandaban una subscripción para pertenecer al equipo de Mausan.
En el siguiente hogar don Gaspar puso al buzón despintado y oxidado una carta para el pastor de una iglesia, misma que le enviaba desde prisión su hermano, en el escrito redactaba la cantidad exacta de dinero que tenia que reunir de su fieles para pagar la fianza.

“Una gota de sudor se escurría lentamente sobre su frente, don Gaspar sentía el calor del infierno en su pecho, le sudaban los testículos.”

Cuando por fin llegó al hogar de Toto, la casa marcada con el número treinta y tres de la calle Mariano Abasolo, don Gaspar tuvo un sentimiento de culpa, lo sentía cada día desde hace diecinueve meses, dos semanas, y cuatro días.
Sigilosamente colocó un par de cartas en el buzón y cuando se disponía a irse, la puerta se abrió y alguien dijo:
—¡ oiga cartero! Ese alguien era Toto.
—Hijo acaso no te rindes — agregó don Gaspar—.
—La esperanza no me deja.
—El cartero le lanzó una mirada de conmiseración.
Toto Riquelme todas las mañanas; sentado en su sillón, en silencio y con la vista bien puesta en su buzón, esperaba una carta que nunca llegaba. - Tal vez esta seleccionando las mejores palabras de amor, esa es la razón de su demora -, pensaba por las noches cuando el sueño era una excusa.
Cuando se atrevía a cerrar los ojos pensaba en Esperanza, recordaba la constelación de lunares en su cuello, el olor de otoños vivos de desprendía su cuerpo, sus manos largas y flacas, la amalgama peligrosa de sus labios juntos.

“Pienso en ti Esperanza, te amo y te deseo como si fueras la única mujer del mundo”.

Toto abrió las cartas enfrente de don Gaspar con una excelsitud de maestro, tanto esperar lo había vuelto juicioso. Una a una las fue abriendo; en la primer carta le informaban que Reader’s Digest necesitaba urgentemente el pago del segundo mes de su subscripción, en la otra carta le advertían que tenia que pagar el adeudo del predial de su casa, ya que el Honorable Ayuntamiento no tendría piedad alguna con los ciudadanos morosos. Las demás cartas eran de sus admiradores que leían sus notas en el periódico. No había ningún rastro escrito de algún amor. Que pequeño es el mundo cuando el pasado se hincha de recuerdos.
—¿Que día es hoy? — preguntó Toto—.
—Domingo — respondió el cartero—.
—La fecha.
—19 de octubre — dijo el cartero —.
—Un día como hoy, hace un par de años atrás ella abrió por primera vez los ojos al mundo. La vida se volvió desde entonces más feliz.

“Empecé a soñar contigo Esperanza desde el momento en que te comencé a extrañar, ahora cada noche no hago otra cosa que pensar en ti”.

Ha deber sido porque don Gaspar nunca se enamoró, por ese motivo no entendía lo que sufría aquel muchacho exiliado del amor. Toto la había conocido un buen día, en un viaje, en un salón, en una hora precisa, en el lugar exacto. Pasaron doce horas juntos, buen pretexto para enamorarse. Fue amor a primera vista, de esos de los que quedan pocos.
Don Gaspar escuchó otra vez la historia de amor de Toto, y harto después de una hora encolerizado gritó:
—¡Desde hace diecinueve meses, dos semanas y cuatro días escuchó tu historia de mierda!
—Que casualidad, es el mismo tiempo que llevo esperando alguna carta que me alivie el corazón.
—Lo siento hijo, es que hablar de amor, es hablar de enfermedades, y yo no soy doctor — finalizó el cartero—.
Toto invitó a don Gaspar a pasar adentro de su casa. El cartero en su estancia en la sala pudo ver un cuadro de ángeles colgado en la pared, una lámpara hecha de madera en la esquina, una galería de fotografías puestas en la mesa rectangular, y en el sillón vio el estuche de un violín, también observó que en la mesa principal Toto tenia una maquina de escribir, una taza de café y un cenicero lleno de cenizas.
Toto no pasaba de los treinta años, era un hombre largo, no tenia bigote y a veces miraba con la mirada abstraída de un sordo.

“Hay veces en que duermes con alguien para callar una platica insulsa y saciar tu sed de placer, por ego. Hay veces en cambio, que quisieras dormir con alguien para seguir la conversación y saciar tu sed de sentir, por compartir”.

Mientras fumaba sin prejuicio alguno él le contaba al cartero ya no la historia de amor, si no el motivo por el cual había visto pasar el invierno, la primavera, el verano, el otoño; sentado todas las mañanas en el mismo lugar, aguardando paciente una carta que no llegaba nunca.
—Fue una promesa — dijo desilusionado Toto—.
—Dicen que las mejores promesas, son esas que no hay que cumplir.
—Eso es de Sabina.
De pronto el sol se perdió en la inmensidad del cielo — el cielo esta muy alto — las nubes se reunieron y el viento luego sopló debajo del cielo. El viento barría las calles.

Cuando abrió la puerta para que el cartero se fuera, el viento descarrilado consiguió que la gorra de don Gaspar callera al suelo. Se inclinó para recogerla. Toto le agradeció por su visita, discurrió rumbo al buró y sacó del cajón una carta que le entregó al cartero.
—Llevas diecinueve meses, dos semanas y cuatro días entregándome una carta.
El sonrío y después agregó: — Lo hago porque es lo mejor que sé hacer.

“Esperanza arroyo claro, mariposa ligera ¿recuerdas cuando nos besábamos? ¿Qué sentiste con el primer beso? ¿Dicha, el amor? Yo me sentía el hombre más feliz del mundo. De pronto me vi soñando con los ojos abiertos, no había más cuerpo en el mundo que el tuyo, yo era tierra y tú nieve. ¿Cuantas cosas hermosas se nos han muerto? Decir tu nombre me eleva al firmamento”.

Se despidió de don Gaspar con un abrazo sincero y, recobró la esperanza porque sabía que mañana lo vería otra vez.


A Marisa.
“Fumando te espero.”






Francisco Rico Hernández.

8 de febrero del 2009.
Tlacotalpan, Veracruz.

martes, 8 de septiembre de 2009

Diario de un peaton.

En la madrugada con un frío del carajo me despedí de mi madre, subí al taxi que puntualmente había llegado a la hora que se pactó 5:40am, alcancé a decirle a mi madre antes de marcharme — Me voy para ser famoso— Ella me miró y cruzada de brazos me lanzó un gesto de complicidad.Mientras el taxi discurría por el pueblo observé las calles vacías y una madrugada que ostentaba para los rumberos el regocijo extraordinario de la noche anterior del antro, cuando llegamos a la zona céntrica vislumbré a un par de tipos que se habían divertido mas de lo debido, uno de ello se detuvo a vomitar; descargando los excesos de la fiesta.
— Mierda, esos podríamos ser mis amigos y yo — pensé desilusionado—.
El taxista tuvo la buena idea de no hacerme plática, éste señor canoso y de espalda ancha se apresuró a poner en su estero una canción optimista de Diego Torres que decía más o menos así Es mejor perderse que nunca embargar, mejor intentar que dejar de intentar/ color esperanza. Cuando llegamos a la estación de autobuses creo que hasta el panteón era más divertido que la misma, tuve las ganas de fumar, pero recordé que una cajetilla de cigarros comprada en una estación de autobuses era un gran pecado a la economía.
En la ventanilla pedí el asiento número 9 que según la astrología china es mi número de vida y de buena suerte. El viaje demoró más de lo que había pronosticado, los intermitentes ronquidos de mi vecino de viaje mermaron mi sueño, pero gracias a eso observé el amanecer majestuoso en el puente de Alvarado en donde los rayos del sol se acostaban sobre el mar. También escuché en aquel viaje casi toda la vida de una anciana que nació en 1925 y que evocó en una tertulia viajera todos sus recuerdos hasta el año 2008.
Después de tres horas llegamos a la ciudad de Xalapa, había emprendido el viaje para asistir a la Feria Internacional del Libro Universitario que se organizó en esa ciudad. Creo que asistí por pura coincidencia y tentativas del destino, fragué el viaje con dos semanas de anticipación y, según yo y mi amigo seria un viaje de placer, de excesos y de libros. Pero el muy cabrón no ahorró el dinero pertinente, y por eso después tuvimos la idea sensata de irnos mejor a Orizaba, yo llevaría las llaves de la casa de mi abuela, la cual estaba desocupada y acta para dar asilo a un par de canallas buscadores de fiesta y mujeres. Luego recibimos la invitación de Carlos, un cronista amigo que nos pedía que lo acompañáramos a Tuxpan al congreso crónico de ese mes, tenia la certidumbre que nada cultural nos esperaba allá, eso si, como cuatro botellas de brandy, y una de tequila y como seis cajetillas de cigarro y un puto desvelo de lujo. Nos tentó por completo la esa idea de excesos. Eso era lo mejor. Pero el destino hizo gala de presencia y tres días después recibí un e-mail de Carlos diciéndome que se cancelaría el congreso y por su parte César me dijo que tendría gastos inesperados y no viajaría conmigo a ninguno de los lugares puestos al menú de las aventuras. Como uno nunca sabe adonde va a parar decidí mejor mandar al carajo a ambos y me embarqué en el primer carro rumbo a Xalapa, solo, eso si, pero con el milagro de no tener un futuro realizado.
Al llegar a CAXA para que el cansancio fuera mermado y el sueño desapareciera me tomé una taza de café ideal para despabilar al cuerpo y mente. Sentado en la cafetería observé en el reloj digital que colgaba del techo que eran las 9:40am y sentía que tenía el tiempo para hacer de todo. Estábamos pocos en la cafetería, a mi derecha un especie de Hippie estaba bien acompañado por una rubia fea, y enfrente de mi estaba una anciana junto a su nieta, ella si era linda, no pasaba de los diecisiete años, tenia las mejillas rosadas y una valeriana en la cabeza, unos convers cuadriculados rosas, y estaba entretenida degustando su helado hasta la ultima gota del mismo. Yo ordené un sandwich y al instante recordé que tenía el dinero contado y tenía que adminístralo de la mejor manera. Después procuré que la chica de enfrente me mirara y así lo conseguí, la miré el tiempo disponible y ella no supo que hacer, noté su nerviosismo. Su abuela decidió ir por su desayuno, dejando en ese acto de locomoción el espacio intacto y bien desocupado para que yo, el peor Latín Lover del barrio, entrara a ocupar una plaza en el paraíso junto a ella. Pero no lo hice, sólo acerqué mi imaginación pero no mi cuerpo. Su abuela regresó, pagó la cuenta, se pararon y se fueron perdiéndose entre la multitud.
A continuación salí de la estación y pasé por una plaza en donde vendía una cantidad de libros, que si yo hubiera tenido el dinero suficiente me hubiera comprado uno. Abordé un taxi que me llevó al Museo del Transporte, cuando observé el recinto quedé deslumbrado, yo sabia que en ese lugar encontraría lo que tanto había buscado.Bajé las escaleras de la entrada principal y caminé por el pasillo mirando a mis alrededores; divisé el cartelón del FILU que colgaba de un póster y que mostraba a Carlos Fuentes, Octavio Paz, Emilio Carballido, Prof. Gonzalo Aguirre Beltrán y ha Dagoberto Guillaumin.

En esa mañana del 20 de septiembre había pisado por primera vez el Museo del Transporte, el sol alumbraba al inmueble y el frío esperado en la ciudad fue opacado por los cambios intempestivos del clima. Yo un fulano recién desempacado de la cuenca del Papaloapan, tenía las más grandes convicciones de lograr encontrar una editorial que me diera la oportunidad de mostrarle mi trabajo literario, sabía que también que el lugar estaría lleno de libros, escritores y de casas editoriales.
Al entrar una señora me dio un par de boletos dizque para que participara en una rifa que organizaba el evento, después me dirigí inmediatamente hacia la exposición de Emilio Carballido e hice en menos de cinco minutos una columna para el periódico donde trabajaba, al girarme hacia la derecha vislumbré a una rubia insultantemente bella que saludaba con delicadeza a los tipos con los cuales ella compartía una tertulia.— Que carajos, una así y me caso, pensé.
Saqué de mi mochila trotamundos el programa del evento y me enteré que en el salón 1 se exponía La mesa redonda de Literatura y los Blogs que fue presentada por Pedro Ángel Paulo, Sandro Cohen, Patricia Souza, Magda Díaz y Morales y Marco Tulio Aguilera.
Los expositores debatían acerca de esta evolución del blogs en el Internet y las consecuencias a futuro que tendría el libro en esta blogosfera. Así con las melancolías y preocupaciones de un pasado tan añejo Sandro Cohen se refirió al cambio tan brutal que ha puesto en jaque al mundo tan nítido para convertirlo en una masa de prisas, miedos, inseguridad, de tarjetas de crédito, de ropa cara y de desaventuras que la misma utopia ha implantado en esta sociedad sin consuelo. La peruana Patricia Souza se inclinó por los nuevos métodos de escritura, los blogs. Por su parte la gentiliza y amabilidad de Magda Díaz y Morales cautivo a los espectadores, ella era una anciana que de igual forma estaba envuelta en las sábanas inmaculadas de la literatura. Pedro Ángel Palou, poblano irreverente y erudito en el arte del mundo de la hoja en blanco acaparó más la atención de los periodistas, también bromeó con el publico y dijo que en Guadalajara las aulas son muy concurridas, pero nadie se acerca al escritor con un libro del autor bajo el brazos, piden autógrafos pero en hojas, y toman fotos, si ni quiera saber de que carajos trata el libro.
Mientras los expositores daban sus charlas, caí en la cuenta que mi madre tenia mucha razón, debí de haberme vestido mas formal de lo que se suponía, ya que me había plantado en aquel sitio con un pantalón de mezclilla azul sutilmente deslavado a consecuencia de lo viejo que se estaba poniendo, llevaba puesto una camisa cómoda y un abrigo ligero, y unos zapatos negros prestados muy de moda por esas fechas, y mi cabello crespo estaba peinado a voluntad del viento, también tenia una mochila en la espalda, la cual guardaba mi libreta, un lapicero, y borradores de columnas que hacia cuando me sorprendían los encantos de un buen tema que me cautivaba. Total que mal vestido o no, debería de conseguir en ese salón una entrevista con algún escritor de aquella conferencia. Saqué de la mochila una pequeña libreta y una lapicero y mientras escuchaba de los cambios contundentes de la literatura en este nuevo siglo, vislumbré que en la primera fila se encontraba una chica que sin lugar a dudas era una reportera, llegué hasta ella y le susurré al oído — ¿Vas hacer una entrevista?, si, contestó. Total que me puse de acuerdo con ella para que al terminar ambos lográramos nuestro propósito de obtener una buena entrevista. Nunca había entrevistado a alguien, pero para verme seguro con mi colega mentí diciéndole que era un experto en esos menesteres.De pronto noté que la rubia que hace un par de minutos me había cautivado en los pasillos del museo se encontraba establecida en la primera fila de la otra sección de las sillas. La miré por un instante, como reconociéndola, y continúen fraguando las preguntas que les tenia que hacer a los entrevistados.
— Alguien quiere dar su opinión o quiere hacer una pregunta — apuntaron los expositores —Sabía que este era el momento justo para lanzar mis preguntas.
— Yo tengo una — dijo la rubia de la primera fila con toda seguridad adelantándose a los demás, el joven que se encargaba del micrófono se dejó seducir por los encantos de ella y de inmediato le cedió la palabra.
— Las mujeres como esas de seguro no tienen nada en la cabeza, de que quiere hablar ¿De sus tarjetas de crédito? o de sus compras en Liverpool — pensé—.Me equivoque.
Aquella mujer de belleza eminente resultaba ser una inteligente Paloma, habló con gran convicción acerca de los blogs y los cambios de la literatura en este nuevo siglo, y hasta dijo que ella escribía y tenía un Blogger en la Web, yo quedé sorprendido, y hasta me sentía un pendejo por adelantarme a los hechos, de juzgarla sin saber que era en realidad ella. Ni modo.
después una brasileña que hablaba un español con tropiezos tomó el micrófono y así participaron más de tres personas y yo nunca me atreví a tomar la palabra. Cuando llegó el final del evento de La mesa redonda de Literatura y los Blogs, algunos espectadores buscaron la salida y otros se abalanzaron hacia los escritores, la chica periodista me lanzó una mirada que yo comprendí que era la señal clara de abordarlos, entonces tomé los recursos más inmemoriales del periodismo al coger mi libreta y mi lapicero. Debo de ser sincero y decir que sólo conseguí entrevistas con Pedro Ángel Paulo y Sandro Cohen, ya que Marco Tulio me mandó al carajo y prefirió las luces y tentativas de la televisión, a Magda y a Patricia las perdí de vista entre la muchedumbre.

Al salir de la conferencia me topé con un tipo que a leguas se veía que era dos años menor a mí, frustrado me dijo que era estudiante de periodismos en la U.V y sin miramientos agregó que los escritores son unos hijos de puta, no pude evitar soltar una carcajada, él estaba colérico por no le dieron la oportunidad de otórgale una entrevista, — Yo agregué, — A esos es mejor no hacerles caso. Él no me hizo caso y volvió a decir: — Es que son unos hijos de puta.Me alejé de él y busqué una cafetería en donde me compré mi cajetilla de cigarros, después de concluir mi propósito discurrir por el pasillo principal y al final del mismo fui testigo de una galería de cuadros al óleo que se exponían, una gringa me pidió que le tomara una foto para el recuerdo y al terminar de efectuar mi favor, me dio las gracias en un ingles de primer mundo.
Luego entré a un recinto donde estaban todas las editoriales y una gran cantidad de libros a la venta. Sentí en ese instante un gran fervor al observar aquellas obras magistrales de la literatura hispanoamericana, y también mundial. El primer libro que ojeé fue el de Sabines Yuria/Tarumba de Juan Rulfo El llano en llamas de Carlos Fuentes La región mas transparente de Mario Vargas Llosa Las travesuras de la niña mala, y Libertad bajo palabra del orgullo mexicano, Octavio Paz, el premio Nobel. Obras de Neruda, Borges, Emiliano Pérez Cruz, José Revueltas, Emilio Carballido y de Elena Poniatowska también ocupaban un lugar privilegiado en los Stans de las editoriales. De igual forma encontré libros de Kafka, Hemingway, Wiles y Shakespeare. Estaba maravillado en esos momentos, tanta literatura había ahí, que me que dolían los ojos. De pronto camino un poco más y me veo sorprendido por la ilustre y soberbia colección de las obras del señor Gabriel García Márquez. — ¡No mames, me cago, puta madre tienen toda la colección!—, dije al borde del delirio. Era un sentimiento casi orgásmico el que sentí cuando toqué, leí y olí sus libros, desde Las hojarascas hasta Memorias de mis putas tristes, todos.
Deambulé por los pasillos de todas las editoriales, al terminar mi primer recorrido me detuve en una entrada que daba con el pasillo principal del museo, justo ahí sin nada mas que hacer, contemplé de espaldas a la rubia que me había sorprendido con su manera tan sublime de hablar de la literatura. Vislumbré que llevaba un short negro elegante y medias del mismo color, una blusa azul que ostentaba su aura angelical y sus cabellos de azabaches eran de inmaculada y observé lo más importante: que estaba sola.La abordé con las peores intenciones, mi único fin (Nunca supe porque) era búrlame de ella con respecto a mis suspicacias de saber si en realidad una mujer como ella escribía, utilizar mi sarcasmo. Con arrogancia impasible le pregunté:
— ¿A poco tú escribes?Ella volteó hacia mí y con amabilidad y un tanto desconcertada dijo: — Si.
— ¿En verdad, no puedo imaginar que tú escribas?
— Por qué dices eso.
— Es que una mujer como usted, se me hace raro. Cuando la vi por primera vez no imaginé ni encontré un pretexto perfecto que me explicara porque una mujer con pinta de fresa y delicadeza estuviera en un evento literario, pero me sorprendió cuando tomó el micrófono y empezó hablar de esos menesteres sublimes. Se ve que eres inteligente y discúlpame por pensar eso de ti — le dije—.
— Ella sólo rió.
Comenzamos a parlarnos después de disipar los estereotipos mundanos que nos regala la primera impresión. Era una conversación amena, junto a ella percibí que su olor corporal desprendía un aroma diáfano a primaveras, mas de cerca observé sus ojos dulces y ligeros que eran otra expresión literal de la belleza. Llevaba también un sutil piercing sexymente colocado en la parte derecha de su nariz. Desprendíamos risas, y brevemente le conté del propósito de mi viaje y de las desaventuras que tendría a futuro en Xalapa ya que no contaba con mucho dinero y estaba solo en la ciudad. Igualmente le comenté que era un reportero lego y con miras hacer un gran escritor, ella atenta escuchaba, de pronto y no se porque, sacó de su bolsa de mano su tarjeta de presentación, misma que me mostraba que era ella una abogada y que su nombre era Eva.
— Cuando termines tu libro me puedes llamar y yo te ayudo a registrarlo.
— Ah me parece perfecto.
Tuve ganas de invitarla a fumar a fuera del lugar y a largar mas la plática, pero el fantasma de la timidez se me apareció y solamente le pedí su encendedor y encendí el cigarrillo, le dije que había sido un gusto en coincidir con ella, le estiré la mano, la miré y me despedí de Eva.
Sentado a fuera del museo y viendo la fuente me entretenía del tedio fumando, uno tras otro. Ahí conocí a un tipo de Durango que tenia una boina francesa en la cabeza y unos dientes amarillos grandes, su barba y su cabello largo lo ostentaban como un guerrillero de la Sierra Maestra, conversé con él brevemente y después se marchó. A continuación coincidí con la escritora Magda Díaz y Morales que muy pasible fumaba sin prejuicio alguno.
— Somos hijos de la necesidad — le dije a la señora Díaz y Morales refiriéndome al cigarro —.
Ella amablemente sonrío y me pidió fuego, yo me apresuré a encenderle su cigarro con el mío, ya que carecía de un encendedor.A fuera, en el exilio de la sociedad nos encontrábamos los fumadores fumándonos la manzana prohibida, ya que el gobierno aprobó la nueva ley acerca del cigarro y los lugares propicios para fumar.
Sin darme cuenta me explayé con Magda en una conversación de literatura, minutos más tarde apareció la escritora peruana Patricia Souza acompañada de su esposo y ellos por igual se unieron a nuestra plática.
— Hay hijo mío, ya se que amas a García Márquez, pero para mi y para muchos el mejor escritor de América Latina es Juan Rulfo— me dijo—.
— Yo no dije nada, sólo me reí sutilmente.
— ¿Hoy le toca venir a Carlos Fuentes verdad? — preguntó Patricia—.
— Creo que si, que maravilla, él es un viejito muy guapo— agregó Magda—.
— Me comentaron que ayer que vino Poniatowska no muchos se alegraron, creo que fue Monsiváis el más aclamado — puntualizó el esposo de la peruana—.
— ¿Y este joven quien es? — Preguntó Patricia—.
— Es un joven talentoso y muy aventurero, imagínate se vino a Xalapa solo y con su futuro incierto, además es escritor y se llama Francisco Rico y es de… ¿De donde me dijiste que eras? — Me dijo Magda—.
— De Cosamaloapan.
— ¿Y como se titula tu libro? — preguntó el esposo de la peruana—.
— La casa de la abuela y sus cuatro generaciones perdidas, 14 cuentos a mi manera.
— Suena interesante, te deseo suerte — apuntó Magda—.
Para entonces cuatro cigarros habían perdido la vida en mis labios, Marco Tulio se estableció con nosotros y se quejó de algo que no alcancé a escuchar. Algunos curiosos me volteaban a ver, como tratando de investigar algo, entonces muy seriamente caí en la cuenta que estaba en una tertulia literal que tal vez algunos envidiaban, y que yo estaba disfrutando. — Esto me pasa por ser tan agradable, pensé.
Total que media hora después se despidieron, me desearon suerte y se fueron.Por mi parte me dediqué a buscar las editoriales y me enfrenté al fantasma de la desconfianza que uno tienen por ser un joven desconocido, sin embargo recuerdo que sólo conmoví a seis editoriales, dos de Xalapa, una de Veracruz y tres del DF, las mas relevantes (sin faltarle al respeto a las demás) fueron la UNAM y editorial Océano. Alrededor de las cuatro de la tarde, empecé asentir hambre. Sólo había comido aparte del desayuno, una torta y bebido dos latas de Coca-cola y mi cajetilla de cigarros ya estaba acabándose. Tenía exactamente para entonces el dinero del pasaje y como veinte pesos para el taxi.Mientras caminaba otra vez hastiado ya por recorrer como cincuenta veces el Museo del Transporte fui tomado del brazo intempestivamente, al girar y hacerle frente al atrevido me vi sorprendido porque no se trataba ni más ni menos que de mi amiga Johary.Ella es una mujer menuda, alegre, con ojos grandes y una de boca de tentación. Con Johary había pactado encontrarme en Xalapa y con esmero ella procuró registrarme en un hotel por si desidia quemarme mas de un día, le comenté que sólo estaría ese mismo día y que mi carro salía a las 6:30pm. Parlamos en una banca de afuera mientras fumábamos; me puso al tanto de su vida y yo hice lo mismo. La hice reír con mis comentarios estupidos, y hablábamos de todo un poco. Le agradecí por irme a buscar, ya que me sentía un tanto aburrido y exiliado de los demás. La abrasé y le di un beso en la mejilla.
— ¿Tienes hambre?— No, ya comí — dije—.
— Pues yo si, me acompañas a comer.
— Claro.
— No vas hacer otra cosa aquí, si quieres nos quedamos.
— No, ya estuvo por hoy.
— Te voy a llevar mi querido Ricolino a un buen lugar a comer.
— Esta bien.
Dejamos aquel lugar maravilloso y comprendí que aquí comenzaba una historia, y fui feliz por todas las cosas que viví en tan pocas horas. Se lo agradecí a Dios.

Llegamos a un Buffett establecido en un callejón en la zona céntrica de la ciudad. Ahí comimos a placer, conversamos, fumamos y comí unas paellas deliciosas y aunque Johary me repitió como mil veces que las empanadas, que no recuerdo de que estaban hechas, estaban según ella deliciosas, yo nunca las probé. Para finalizar la buena tertulia nos tomamos un par de cervezas en un tarro, y fui como tres veces al baño.Las palomas que discurrían por el lugar las espantaba, y Johary sólo se reía. Fue un momento muy ameno el cual pasé con una de mis mejores amigas, ya de muchos años.Creo que yo tuve la idea sensata de preguntar la hora, y un poco preocupado le dije a mi amiga que sólo faltaban 20 minutos para que partiera mi autobús.
Ella con disciplina estricta me reprimió, su actitud me recordó a mi madre. — Pobre de sus alumnos, es una maestra sexy, pero con un carácter que espanta—, pensé.
Hizo que me tomara de un sólo sorbo su ultima cerveza que estaba a la mitad, pagó la comida voluntariamente y abordamos el primer taxi que nos llevaría a prisa hasta CAXA. Creo que Johary estaba más preocupada que yo, ella le repetía al conductor que se diera prisa, yo sólo me reía, creo que me estaba poniendo pedo por las cervezas que me tomé y por las tantas subidas y bajadas y vueltas que daba el taxi.
Cuando llegamos ella se apresuró a preguntar si ya habían anunciado la corrida a Cosamaloapan, se preocupaba tanto que llegué a sospechar que seria una gran madre, ya que su preocupación era desmedida, pero nunca le dije nada porque me gustaba ser consentido.Nos despedimos y le agradecí infinitamente el tener tiempo para este loco, vagabundo, peligroso y soñador. Le di gracias por ser mi amiga y finalizamos todo con un abrazo fraternal y un beso calido en la mejilla. Después me condujeron a mi lugar y yo me despedí agitando los brazos de mi tierna amiga Johary.Subí al autobús y mi número de asiento era el trece. Ese número me encanta, dije.
Viajé solo y dormí alrededor de media hora, desperté y no se porque pensé en Eva, fue algo tan contundente que mi cuerpo vibró, — Que loco estoy— me dije.
Después me entretuve viendo una película que se trataba de una princesa de cuentos de hadas que por un hechizo de la bruja del cuento dejó de ser una caricatura y fue convertida en humano y fue a dar a la ciudad de New York. Su príncipe también adoptó la forma humana y para completar la profecía tendría que buscar a su princesa y encontrarla antes de la media noche o por lo contrario su amor no se consumaría y ella moriría. Por eso su príncipe buscó a Yissel por toda la gran manzana. Ella apareció intempestivamente en la casa de un abogado divorciado y padre de una niña. Después de varios infortunios logró mantener una amistad con la familia y con el abogado que es el doctor Sheppard en la serie de Grey. Yiseel era una mujer totalmente optimista e inocente, que buscaba el amor verdadero. Pero para ser mas sincero, me encantó la película y casi lloré porque justamente cuando ella se iba a morir el abogado la despertó con un beso y ella comprendió que ya no amaba a su príncipe, pues el abogado le dijo mucho antes que uno a veces confunde el amor, las personas dicen que están enamorados de alguien porque así esta predestinado, no por el destino, si no por las sociedades, es como el ejemplo de los mismos cuentos “ Los buenos sufren, pero siempre gana, “ La princesa y el príncipe se casan y viven felices para siempre”. Son cosas que la misma monotonía marca como amor. Y aquí esta el otro lado de la historia que me cautivó; con el abogado no tenia un futuro que respaldara su destino, era tan absurdo creer que se enamoraría de él, ya saben por las mismas etiquetas de la sociedad, pero, aunque se trataron sólo un día, tuvieron una magia tan cabrona que descubrieron que para ser feliz y enamorarse sólo se necesita en instante, son casualidades del destino, son cosas que pasan y que derrumban las paredes de los estereotipos que la “realidad” impone.
Cuando bajé de autobús llegué cansado a mi ciudad; caminé y encendí mi cigarrillo.

Francisco Rico.

sábado, 5 de septiembre de 2009

El detalle.

-Que bien te quedó la puerta Rodolfo. Excelente trabajo, muy buena madera - decía don Joaquín mientras se abstraía viendo la puerta que habia hecho aquel hombre-.
Don Joaquín después de atender con suma dedicacion la creación de Rodolfo, inclinó la cabeza y puso la mano derecha sobre su mandíbula y termino diciendo con desconsuelo:
-Rodolfo tu puerta no tiene cerradura, por donde carajos le voy a meter la llave.
- Ahí esta el detalle don Joaquín.




Francisco Rico
Hernandez.

martes, 1 de septiembre de 2009

Julia.


He leído sobre ti Julia y sé que por las noches vas a escondidas a meterte bajo el mosquitero de la habitación con un niño que te lleva al patio a ver los dragones que vienen bañados en el aire bajo la luna, y por el resplandor de la bahía a rascarse la panza con las puntas erizadas de las palmeras del patio. Julia se que chupas la fiebre y te emociona caminar sobre los tejados respirando el aire de los sueños. Recuerdo haber visto por las noches cuando salías al patio a escondidas tu blancura sobre tu piel, como la blancura que tienen las gaviotas sobre el pecho, tenías también una belleza indiferente a la que tiene el Caribe.
He leído sobre ti Julia, he igual me he reído cuando aquel murciélago ciego salió del mar dando aletazos, pero tu risa igual creció por la casa, corrió por detrás de los sillones y los cortinones. Trenzados por el eco de tu risa, salieron corriendo hacia la terraza tú y el niño, cayéndose y golpeándose en el camino, rebotando en la mesa redonda del comedor y en la puerta de doble hoja que abría el camino de luz de la terraza. Justo ahí emocionada le dijiste a Héctor, el niño:
—Súbeme payasito con los dragones. Súbeme allá.
Recuerdo que tenias también unos ojos de niña que acariciaban, y una boca grande de la cual salió una mariposa con alas de papel.

Para tu mala suerte luego creciste Julia, y te importaba un carajo que te agarraran las nalgas, ahí en la casa de citas de la 5 de abril donde taloneabas oficiando tu calentura ¿Recuerdas cuales fueron las palabras que te dijeron un 24 de septiembre? Héctor no logra acordarse como ibas vestida, el perfume que llevabas sobre tu piel ¿Cual era? Supongo que olías a flores o a naranjas. Una vez Héctor se fue a encerrar con tu perfume a un hotel que no conoces, se llama Bolívar, pidió una botella de coñac y se tiró en la cama, cantó y puso otra vez la palma de su mano para que pudieras subir a la palmera o bajar almendras y vieras salir los pájaros cuando agitabas las ramas.
Lo que más le gustaba a Héctor de ti, era la caja de puros Coronita con las cartas de tu hermano Santiago, y tu aplicada manera de decir “Te chingas”.
He sabido que él te acompañó en las ultimas épocas a un café del centro llamado La Diligencia, una mesera llamada Irene te condujo hasta llevarte con tu padre y supiste después de una conversación de objetos e incomoda, que la ultima vez que te bañó tu padre fue en el patio y con una manguera el último verano, antes del ciclón y de la mala temporada de madera en el Benque Viejo, y esa vez bailaste el minuet que te enseñó la abuela y terminaste alzándote la falda para enseñar los bloomers que te habían comprado en el lado británico.
Que desgracia la tuya Julia, tú que no cantabas ni en el cielo ni en la tierra, ni los dragones te salvaron de esos amores tuyos que se acuerdan de quererte cada dos años. He leído sobre ti Julia, en la Decadencia de los Dragones, había un almendro y un aire que soplaba sobre el mar y unos dragones retorciéndose en esa fragancia. Héctor Aguilar Camín, tu payasito dijo que si, para que repitieras, y repetiste:
Este era un gato
Que tenía los pies de trapo
Y la cabeza al revés,
¿Quieres que te lo cuente otra vez?


Francisco Rico Hernandez.