jueves, 29 de abril de 2010



YA ERA TIEMPO.

Ya era tiempo que se mesclaran la nieve
Y la tierra,
La mariposa y el grillo,
El ruido de los transeúntes de la ciudad con
El aire fresco y libre que corren en los cañaverales,
Dos bocas y dos corazones.
Ya era tiempo que estuvieras conmigo,
Qué casualidad te había esperado desde antes
De nacer, desde antes de amar.

Francisco Rico Hernández.

CUANDO UNO ESTA ENAMORADO.

Cuando uno está enamorado la noche dura
Un poco más.
Cuando uno está enamorado la luna se vuelve
Indulgente, los cuerpos se transforman a la virtud
De la inconsciencia, ya no hay espacios desocupados
Y el tiempo es sólo un pretexto.
Cuando uno está enamorado lo tangible lo vuelve loco,
Sordo e inmune.
Cuando uno está enamorado aprende a sobrevivir
Muerto de amor estando vivo.

Francisco Rico Hernández.

martes, 27 de abril de 2010

El 8.

Y de repente siento miedo, se que nadie me espera en esa ciudad de un millón de cabezas donde uno tiene la teoría de que habita media humanidad.
Y si voy, o espero, pero no espero nada. Algo he de andar buscando en esos lugares que no conozco y de los que solo tengo en direcciones.
Surge la idea de no tener nada planeado, un par de monedas en el aparato, una llamada, un Hola, un bosque en medio de la ciudad,una pausa para recordar, no tengo chalecos antibalas ni un lugar donde templar un café y unos cigarros.
He de confesar que tengo el cabello un poco mas corto, y sigo siendo el mismo flaco de siempre, y por su puesto eso de ser escritor nunca paga bien.
Dos en la ciudad, algo tan solemne como las mañanitas del rey David.
Un ballet de pasos, una sinfonía de ruidos, un 8 tatuado en tu portón.




Francisco Rico.

viernes, 23 de abril de 2010

Discurso íntegro de José Emilio Pacheco

El escritor mexicano, ganador del Premio Cervantes 2009, manifiesta su deseo de que el galardón lo hubiese recibido el autor del QuijoteDisminuir tamaño del textoAumentar tamaño del texto EFE | MADRIDPublicado Viernes , 23-04-10 a las 13 : 48

Majestades, Señor Presidente del Gobierno, Señora Ministra de Cultura, Señor Rector de la Universidad de Alcalá de Henares, Señora Presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y para las Artes de México, Presidenta de la Comunidad de Madrid, Sr. Alcalde de esta ciudad, autoridades estatales, autonómicas, locales y académicas, amigas, amigos, señores y señoras.
1947 es una fecha tan lejana como 1547. Ambas se han hundido en la sombra eterna y son irrecuperables. Tal vez la memoria inventa lo que evoca y la imaginación ilumina la densa cotidianeidad. Sin embargo, del mismo modo que para nosotros serán siempre gigantes los molinos de viento que acababan de instalarse en 1585 y eran la modernidad anterior a la invención de esta palabra, en algún plano es real otra experiencia: la de un niño que una mañana de Ciudad de México va con toda su escuela al Palacio de Bellas Artes y asiste asombrado a una representación del libro convertido en espectáculo.
Salvador Novo adapta y dirige la obra con música de un mexicano, Carlos Chávez, y un español, Jesús Bal y Gal. Novo pertenece al Grupo de Contemporáneos, equivalente exacto del Grupo de 1927 en España. Mucho tiempo después sabré que Novo había conseguido que en julio de 1936 su amigo Federico García Lorca estuviera precisamente en ese Palacio de Bellas Artes para presenciar el estreno mexicano de Bodas de Sangre interpretada por Margarita Xirgu.
A telón cerrado aparece el historiador árabe Cide Hamete Benengeli a quien Cervantes atribuye la novela. Cide Hamete Benengeli ha decidido abreviar la historia para que los niños de México puedan conocerla. La cortina se abre. De la oscuridad surge la venta que es un castillo para Don Quijote. Quiere ser armado caballero a fin de que pueda ofrecer sus hazañas a la sin par Dulcinea del Toboso, la mujer más bella del mundo.
Dos horas después termina la obra. Desciende de los aires Clavileño que en esta representación es un pegaso. Don Quijote y Sancho montan en él y se elevan aunque no desaparecen. El Caballero de la Triste Figura se despide: "No he muerto ni moriré nunca. Mi brazo fuerte está y estará siempre dispuesto a defender a los débiles y a socorrer a los necesitados".
La otra realidad

En aquella mañana tan remota descubro que hay otra realidad llamada ficción. Me es revelado también que mi habla de todos los días, la lengua en que nací y constituye mi única riqueza, puede ser para quien sepa emplearla algo semejante a la música del espectáculo, los colores de la ropa y de las casas que iluminan el escenario. La historia del Quijote tiene el don de volar como aquel Clavileño. Sin saberlo, he entrado en lo que Carlos Fuentes define como el territorio de La Mancha. Ya nunca voy a abandonarlo.
Leo más tarde versiones infantiles del gran libro y encuentro que los demás leen otra historia. Para mí el Quijote no es cosa de risa. Me parece muy triste cuanto le sucede. Nadie puede sacarme de esta visión doliente.
En la mínima historia inconclusa de mi trato con la novela admirable hay a lo largo de tantos años muchos episodios que no describiré. Adolescente, me frustra no poder seguir de corrido la fascinación del relato: se opone lo que George Steiner designó como el aparato ortopédico de las notas. Me duele que las obras eternas no lo sean tanto porque el idioma cambia todos los días y con él se alteran los sentidos de las palabras.
También me asombra que necesiten nota al pie términos familiares en el español de México, al menos en el México de aquellos años remotos: "de bulto" como las estatuillas de los santos que teníamos en casa; "el Malo", el demonio"; "pelillos a la mar", olvido de las ofensas; "curioso", inteligente. Y tantas otras: "escarmenar", "bastimento", "cada y cuando".
Supercherías cervantinas

Ignoro si podría demostrase que el primer ejemplar del Quijote llegó a México en el equipaje de Mateo Alemán y en el mismo 1506 de su publicación . El autor del Guzmán de Alfarache había nacido en 1547 como Cervantes y estuvo en aquella Nueva España que don Miguel nunca alcanzó.
Tal vez el gran cervantista mexicano de hace un siglo, Francisco A. de Icaza, hubiera rechazado como una más de las 'Supercherías y errores cervantinos', que es el título de la obra de Icaza, esta atribución que me seduce. Por lo pronto me permite evocar en este recinto sagrado a Icaza, el mexicano de España y el español de México, a quien no se recuerda en ninguna de sus dos patrias. En todo caso sobrevive en el poema que le dedicó su amigo Antonio Machado: "No es profesor de energía/ Francisco A. de Icaza, sino de melancolía". Y en la inscripción que leen todos los visitantes de la Alhambra. Otra leyenda atribuye su inspiración al mismo mendigo de quien habló también Ángel Ganivet: "Dale limosna, mujer/ pues no hay en la vida nada/como la pena de ser/ciego en Granada".
Como todo, Internet es al mismo tiempo la cámara de los horrores y el Retablo de las Maravillas. No me dejará mentir la Red si les digo que el 30 de noviembre de 2009, en una rueda de prensa en la Feria del Libro de Guadalajara me preguntaron, con motivo del Premio Reina Sofía, si con él yo estaba en camino del Premio Cervantes. "Para nada", contesté. "Lo veo muy lejano. Nunca lo voy a ganar".
Al amanecer del lunes 30 la voz de la Señora Ministra de Cultura, Doña Ángeles González Sinde, me dio la noticia y me hundió en una irrealidad quijotesca de la que aún no despierto. Por aturdimiento, no por ingratitud, apenas en este día doy gracias al jurado por su generosidad al privilegiarme cuando apenas soy uno más entre los escritores de este idioma y hay tantas y tantos dignos con mucha mayor justificación que yo de estar ahora ante ustedes.
Para volver al plano de la realidad irreal o de la irrealidad real en que los personajes del Quijote pueden ser al mismo tiempo lectores del Quijote, me gustaría que el Premio Cervantes hubiera sido para Cervantes. Cómo hubiera aliviado sus últimos años el recibirlo. Se sabe que el inmenso éxito de su libro en poco o nada remedió su penuria.
Cómo nos duele verlo o ver a su rival Lope de Vega humillándose ante los duques, condes y marqueses. La situación sólo ha cambiado de nombres. Casi todos los escritores somos, a querer o no, miembros de una orden mendicante. No es culpa de nuestra vileza esencial sino de un acontecimiento ya bimilenario que tiende a agudizarse en la era electrónica.
En la Roma de Augusto quedó establecido el mercado del libro. A cada uno de sus integrantes -- proveedores de tablillas de cera, papiros, pergaminos; copistas, editores, libreros--le fue asignado un pago o un medio de obtener ganancias. El único excluido fue el autor sin el cual nada de los demás existiría. Cervantes resultó la víctima ejemplar de este orden injusto. No hay en la literatura española una vida más llena de humillaciones y fracasos. Se dirá que gracias a esto hizo su obra maestra.
El Quijote es muchas cosas pero es también la venganza contra todo lo que Cervantes sufrió hasta el último día de su existencia. Si recurrimos a las comparaciones con la historia que vivió y padeció Cervantes, diremos que primero tuvo su derrota de la Armada Invencible y después, extracronológicamente, su gran victoria de Lepanto: El Quijote es la más alta ocasión que han visto los siglos de la lengua española.
Nada de lo que ocurre en este cruel 2010 -de los terremotos a la nube de ceniza, de la miseria creciente a la inusitada violencia que devasta a países como México- era previsible al comenzar el año. Todo cambia día a día, todo se corrompe, todo se destruye. Sin embargo en medio de la catástrofe, al centro del horror que nos cerca por todas partes, siguen en pie, y hoy como nunca son capaces de darnos respuestas, el misterio y la gloria del Quijote.


Publicado por ABC.es

lunes, 19 de abril de 2010

La Mujer del Divan



"Justamente hoy en la noche a las diez de la mañana me acorde de ti."


Francisco Rico.

lunes, 12 de abril de 2010

El tiempo.


Fiesta de luces bajan a bailar entre nosotros,
El ruido y el calor confunden y asaltan cuerpos,
Entre los deseos mundanos de los mortales,
Se mesclan el calor y los latidos,
Polvos que respiras para volar,
Piedras de cristal, y alguna pastilla para no soñar.
Y entre tanta desfachatez, te venden rosas, y caramelos
De corazones tiernos. Postales y trenes.

Aunque guardamos los amantes alquilados,
Nos tumbamos a un buen rock and roll,
Dejamos caer la gratitud de las noches de salón.
Nunca quitamos la fotografía, ni borramos murales,
Ni nos robamos abril,
Aprendemos que los fulanos de tales,
Besan más que los supermanes.
Y aunque en los portales no venden
De esas sonrisas que hablan, tú tienes miedo
Cuando en las noches te vas a dormir sola.

Ante todo siempre olvidamos barajar las apariencias,
Y comprar boletos de viajeros exprés, ya nadie me
Escribe diciendo, “Ojala que estuvieras conmigo fumando”
Hay que poder a adormitar el alma, anestesiar a los olvidos,
Y tener razones para acordarme de ti.

En los diccionarios de mis pecados guarde las palabras que te dije,
En las flores que se trifurcan, se me encienden mis ganas güerita de recordar que con tinta china me tatuaste el corazón.
Eres un montaje de luces, colores, y sabores, un par de ojos que
Robaban la luz de la luna de miel.

Ahora que ya no miro el calendario,
Y ni me mato si nos estas,
Ni las mariposas de concupiscencia,
Nos cubren el sueño.
Las tormentas son breves,
Tocan los ojos,
Nada es peor que comenzar.



Francisco Rico

jueves, 8 de abril de 2010

La Mer.



Y si me voy al mar, y si cantamos sobre espumas y comemos sal.
Nada me parecería tan azul como tu piel.
Mujer que ojos tan cafés y azules por dentro tienes,
Es que el mar es tu espejo, ahí donde veo tus senos escasos,
Y tus largas piernas. Donde eres más bonita.
Nademos en el mar, sobre las olas grandes y de estambres
Alejándonos del mundo.
Hay veces en que tu piel se arruga perfectamente, como si fuera una oración,
Y tu ombligo es una pocita de agua dulce que me quita la sed.
Derritamos el aire debajo del mar, nademos hasta perdernos
En la perfección del azul.


Francisco Rico Hernandez.

martes, 6 de abril de 2010

Principios de Siglo.

Gesto la revolución
Se hizo más que necesaria
Para liberar al peón
De la hacienda carcelaria
Donde a base de sudor
Dejaba todo, aun su honor
En la vil tienda de raya.

Con el PRI nos fue muy bien
Por más de 70 años
Vivimos en el engaño
Pero, bueno cada quien
Para completar los cien
Tenemos el Pan seguro
Ya nos alcanzó el futuro
Pues con Fox y Calderón
Del desempleo vil campeón
Sentimos tupido y duro.

Es un presidente espurio
Que no logra legitimarse
Y en el pueblo ya renace
Aquel panorama oscuro
No solo negros augurios
Es terrible realidad
De tanta calamidad
Que al jodido mas abate
Él se regodea de magnates
Que expolian a la sociedad.

No puede cambiar el rumbo
Por los compromisos creados
Lo tienen culipandeado
Y camina dando tumbos
Ni aquel orejas de jumbo
Demostró tal ignorancia
Se perdió por su jactacian
Y éste por su pequeñez
Sólo rinde honra y prez
A la rica aristocracia.

Celebraron los 100 días
Primeros de su “Gobierno”
Y vamos hacia el infierno
Que ha creado la oligarquía
La seguridad se amplia
Y la escasez va en aumento
Para lograr el sustento
La mujer se prostituye
Y el hombre como tal huye
Hacia el norte, vano intento.

El ejército ha ocupado
El ámbito nacional
Esto no estaría nada mal
Si fueran bien educados
Por donde quiera han violado
Niñas, jóvenes y ancianas
Con las fuerzas de las armas
Viles aves de rapiña,
Olvidan que en la campiña
Están sus madres y sus hermanas.

A esto paso poco falta
Para que la paciencia acabe
Los síntomas son tan graves
Las evidencias resaltan
Hoy matan, roban y asaltan
En la ciudad y el campo
Los jerarcas mientras tanto
Regodease en conferencias
Con supina intrascendencia
Oyen de sirenas cantos.

El pueblo les cobrará
Recuérdenlo de seguro
Hoy viven sin apuro
Pero esto se acabará
Porque de mostrado esta
En la historia y por los siglos
Que sólo quedan vestigios
De la opulenta riqueza
Y que no hay mayor grandeza
Que vivir el sigilo.

Claudio Solano cruz.

jueves, 1 de abril de 2010

La noche de los Feos.

Ambos somos feos. Ni siquiera vulgarmente feos. Ella tiene un pómulo hundido. Desde los ocho años, cuando le hicieron la operación. Mi asquerosa marca junto a la boca viene de una quemadura feroz, ocurrida a comienzos de mi adolescencia.
Tampoco puede decirse que tengamos ojos tiernos, esa suerte de faros de justificación por los que a veces los horribles consiguen arrimarse a la belleza. No, de ningún modo. Tanto los de ella como los míos son ojos de resentimiento, que sólo reflejan la poca o ninguna resignación con que enfrentamos nuestro infortunio. Quizá eso nos haya unido. Tal vez unido no sea la palabra más apropiada. Me refiero al odio implacable que cada uno de nosotros siente por su propio rostro.
Nos conocimos a la entrada del cine, haciendo cola para ver en la pantalla a dos hermosos cualquiera. Allí fue donde por primera vez nos examinamos sin simpatía pero con oscura solidaridad; allí fue donde registramos, ya desde la primera ojeada, nuestras respectivas soledades. En la cola todos estaban de a dos, pero además eran auténticas parejas: esposos, novios, amantes, abuelitos, vaya uno a saber. Todos -de la mano o del brazo- tenían a alguien. Sólo ella y yo teníamos las manos sueltas y crispadas. Nos miramos las respectivas fealdades con detenimiento, con insolencia, sin curiosidad. Recorrí la hendidura de su pómulo con la garantía de desparpajo que me otorgaba mi mejilla encogida. Ella no se sonrojó. Me gustó que fuera dura, que devolviera mi inspección con una ojeada minuciosa a la zona lisa, brillante, sin barba, de mi vieja quemadura.
Por fin entramos. Nos sentamos en filas distintas, pero contiguas. Ella no podía mirarme, pero yo, aun en la penumbra, podía distinguir su nuca de pelos rubios, su oreja fresca bien formada. Era la oreja de su lado normal.
Durante una hora y cuarenta minutos admiramos las respectivas bellezas del rudo héroe y la suave heroína. Por lo menos yo he sido siempre capaz de admirar lo lindo. Mi animadversión la reservo para mi rostro y a veces para Dios. También para el rostro de otros feos, de otros espantajos. Quizá debería sentir piedad, pero no puedo. La verdad es que son algo así como espejos. A veces me pregunto qué suerte habría corrido el mito si Narciso hubiera tenido un pómulo hundido, o el ácido le hubiera quemado la mejilla, o le faltara media nariz, o tuviera una costura en la frente.
La esperé a la salida. Caminé unos metros junto a ella, y luego le hablé. Cuando se detuvo y me miró, tuve la impresión de que vacilaba. La invité a que charláramos un rato en un café o una confitería. De pronto aceptó.
La confitería estaba llena, pero en ese momento se desocupó una mesa. A medida que pasábamos entre la gente, quedaban a nuestras espaldas las señas, los gestos de asombro. Mis antenas están particularmente adiestradas para captar esa curiosidad enfermiza, ese inconsciente sadismo de los que tienen un rostro corriente, milagrosamente simétrico. Pero esta vez ni siquiera era necesaria mi adiestrada intuición, ya que mis oídos alcanzaban para registrar murmullos, tosecitas, falsas carrasperas. Un rostro horrible y aislado tiene evidentemente su interés; pero dos fealdades juntas constituyen en sí mismas un espectáculos mayor, poco menos que coordinado; algo que se debe mirar en compañía, junto a uno (o una) de esos bien parecidos con quienes merece compartirse el mundo.

Nos sentamos, pedimos dos helados, y ella tuvo coraje (eso también me gustó) para sacar del bolso su espejito y arreglarse el pelo. Su lindo pelo.
"¿Qué está pensando?", pregunté.
Ella guardó el espejo y sonrió. El pozo de la mejilla cambió de forma.
"Un lugar común", dijo. "Tal para cual".

Hablamos largamente. A la hora y media hubo que pedir dos cafés para justificar la prolongada permanencia. De pronto me di cuenta de que tanto ella como yo estábamos hablando con una franqueza tan hiriente que amenazaba traspasar la sinceridad y convertirse en un casi equivalente de la hipocresía. Decidí tirarme a fondo.
"Usted se siente excluida del mundo, ¿verdad?"
"Sí", dijo, todavía mirándome.
"Usted admira a los hermosos, a los normales. Usted quisiera tener un rostro tan equilibrado como esa muchachita que está a su derecha, a pesar de que usted es inteligente, y ella, a juzgar por su risa, irremisiblemente estúpida."
"Sí."
Por primera vez no pudo sostener mi mirada.
"Yo también quisiera eso. Pero hay una posibilidad, ¿sabe?, de que usted y yo lleguemos a algo."
"¿Algo cómo qué?"
"Como querernos, caramba. O simplemente congeniar. Llámele como quiera, pero hay una posibilidad."
Ella frunció el ceño. No quería concebir esperanzas.
"Prométame no tomarme como un chiflado."
"Prometo."
"La posibilidad es meternos en la noche. En la noche íntegra. En lo oscuro total. ¿Me entiende?"
"No."
"¡Tiene que entenderme! Lo oscuro total. Donde usted no me vea, donde yo no la vea. Su cuerpo es lindo, ¿no lo sabía?"
Se sonrojó, y la hendidura de la mejilla se volvió súbitamente escarlata.
"Vivo solo, en un apartamento, y queda cerca."
Levantó la cabeza y ahora sí me miró preguntándome, averiguando sobre mí, tratando desesperadamente de llegar a un diagnóstico.
"Vamos", dijo.

No sólo apagué la luz sino que además corrí la doble cortina. A mi lado ella respiraba. Y no era una respiración afanosa. No quiso que la ayudara a desvestirse. Yo no veía nada, nada. Pero igual pude darme cuenta de que ahora estaba inmóvil, a la espera. Estiré cautelosamente una mano, hasta hallar su pecho. Mi tacto me transmitió una versión estimulante, poderosa. Así vi su vientre, su sexo. Sus manos también me vieron. En ese instante comprendí que debía arrancarme (y arrancarla) de aquella mentira que yo mismo había fabricado. O intentado fabricar. Fue como un relámpago. No éramos eso. No éramos eso. Tuve que recurrir a todas mis reservas de coraje, pero lo hice. Mi mano ascendió lentamente hasta su rostro, encontró el surco de horror, y empezó una lenta, convincente y convencida caricia. En realidad mis dedos (al principio un poco temblorosos, luego progresivamente serenos) pasaron muchas veces sobre sus lágrimas. Entonces, cuando yo menos lo esperaba, su mano también llegó a mi cara, y pasó y repasó el costurón y el pellejo liso, esa isla sin barba de mi marca siniestra. Lloramos hasta el alba. Desgraciados, felices. Luego me levanté y descorrí la cortina doble.


Mario Benedetti.