lunes, 24 de mayo de 2010

Pajaro Azul

hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero soy duro con él,
le digo quédate ahí dentro, no voy
a permitir que nadie
te vea.
hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero yo le echo whisky encima y me trago
el humo de los cigarrillos,
y las putas y los camareros
y los dependientes de ultramarinos
nunca se dan cuenta
de que esté ahí dentro.
hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero soy duro con él,
le digo quédate ahí abajo, ¿es que quieres
hacerme un lío?
¿es que quieres
mis obras?
¿es que quieres que se hundan las ventas de mis libros
en Europa?
hay un pájaro azul en mi corazón
que quiere salir
pero soy demasiado listo, sólo le dejo salir
a veces por la noche
cuando todo el mundo duerme.
le digo ya sé que estás ahí,
no te pongas
triste.
luego lo vuelvo a introducir,
y él canta un poquito
ahí dentro, no le he dejado
morir del todo
y dormimos juntos
así
con nuestro
pacto secreto
y es tan tierno como
para hacer llorar
a un hombre, pero yo no
lloro,
¿lloras tú?


Charles Bukowski

jueves, 20 de mayo de 2010

En la casa numero 33.

A Marisa.
"Justamente hoy en la noche a las diez
de la mañana me acorde de ti"

Eran las nueves de la mañana, un sol enorme se ponía en el cielo limpio, el viento había escurrido las nubes. El cartero anunciaba su llegada silbando alegremente el pito, había llegado como todos los días puntualmente al lugar correspondiente, cumpliendo en ese acto el inicio de su ruta de trabajo. Aquel hombre llevaba puesto orgullosamente el uniforme de los servidores públicos del correo postal, unos zapatos negros, una gorra en la cabeza que lo cubría inútilmente de los rayos del sol; él tenia una cara alegre y un bigote estéticamente bien cortado.
La mochila de piel que traía consigo guardaba en su interior una variabilidad de sentimientos tangibles hechos cartas, mismos que estaban pronosticados a liberarse del encarcelamiento ocasional al abrirse un día de tantos.
En esas horas de aquella mañana don Gaspar, el cartero, recorría la calle Mariano Abasolo a pie. Escrupulosamente dejaba las cartas en las casas precisas. No había errores en el cumplimiento de su menester, más de diez años de experiencia lo abalaban.
En la casa marcada con el numero veintinueve le dejó a la maestra que ahí vivía, un paquete que contenía el libro del Kamasultra que por oferta única tenia ocho posiciones nunca antes vistas, además de cinco cartas pasionales escritas por sus diferentes novios por correspondencia. La siguiente morada que visitó era un lugar triste y solitario, desde que tenia memoria nunca había visto salir a nadie de allí, eso si, el buzón al otro día estaba vacio. La casa con el numero treinta y uno recibió del cartero un sobre tamaño oficio, el cual tenia una revista de astronomía, y una carta en donde mandaban una subscripción para pertenecer al equipo de Mausan.
En el siguiente hogar don Gaspar puso al buzón despintado y oxidado una carta para el pastor de una iglesia, misma que le enviaba desde prisión su hermano, en el escrito redactaba la cantidad exacta de dinero que tenia que reunir de su fieles para pagar la fianza.

“Una gota de sudor se escurría lentamente sobre su frente, don Gaspar sentía el calor del infierno en su pecho, le sudaban los testículos.”


Cuando por fin llegó al hogar de Toto, la casa marcada con el número treinta y tres de la calle Mariano Abasolo, don Gaspar tuvo un sentimiento de culpa, lo sentía cada día desde hace diecinueve meses, dos semanas, y cuatro días.
Sigilosamente colocó un par de cartas en el buzón y cuando se disponía a irse, la puerta se abrió y alguien dijo:
— ¡oiga cartero! Ese alguien era Toto.
—Hijo acaso no te rindes — agregó don Gaspar—.
—La esperanza no me deja.
—El cartero le lanzó una mirada de conmiseración.
Toto Riquelme todas las mañanas; sentado en su sillón, en silencio y con la vista bien puesta en su buzón, esperaba una carta que nunca llegaba. - Tal vez esta seleccionando las mejores palabras de amor, esa es la razón de su demora -, pensaba por las noches cuando el sueño era una excusa.
Cuando se atrevía a cerrar los ojos pensaba en Esperanza, recordaba la constelación de lunares en su cuello, el olor de otoños vivos de desprendía su cuerpo, sus manos largas y flacas, la amalgama peligrosa de sus labios juntos.

“Pienso en ti Esperanza, te amo y te deseo como si fueras la única mujer del mundo”.

Toto abrió las cartas enfrente de don Gaspar con una excelsitud de maestro, tanto esperar lo había vuelto juicioso. Una a una las fue abriendo; en la primer carta le informaban que Reader’s Digest necesitaba urgentemente el pago del segundo mes de su subscripción, en la otra carta le advertían que tenia que pagar el adeudo del predial de su casa, ya que el Honorable Ayuntamiento no tendría piedad alguna con los ciudadanos morosos. Las demás cartas eran de sus admiradores que leían sus notas en el periódico. No había ningún rastro escrito de algún amor. Que pequeño es el mundo cuando el pasado se hincha de recuerdos.
— ¿Que día es hoy? — preguntó Toto —.
—Domingo — respondió el cartero—.
—La fecha.
—19 de octubre — dijo el cartero —.
—Un día como hoy, hace un par de años atrás ella abrió por primera vez los ojos al mundo. La vida se volvió desde entonces más feliz.


“Empecé a soñar contigo Esperanza desde el momento en que te comencé a extrañar, ahora cada noche no hago otra cosa que pensar en ti”.


Ha deber sido porque don Gaspar nunca se enamoró, por ese motivo no entendía lo que sufría aquel muchacho exiliado del amor. Toto la había conocido un buen día, en un viaje, en un salón, en una hora precisa, en el lugar exacto. Pasaron doce horas juntos, buen pretexto para enamorarse. Fue amor a primera vista, de esos de los que quedan pocos. Don Gaspar escuchó otra vez la historia de amor de Toto, y harto después de una hora encolerizado gritó:
— ¡Desde hace diecinueve meses, dos semanas y cuatro días escuchó tu historia de mierda!
— Que casualidad, es el mismo tiempo que llevo esperando alguna carta que me alivie el corazón.
—Lo siento hijo, es que hablar de amor, es hablar de enfermedades, y yo no soy doctor — finalizó el cartero—.
Toto invitó a don Gaspar a pasar adentro de su casa. El cartero en su estancia en la sala pudo ver un cuadro de ángeles colgado en la pared, una lámpara hecha de madera en la esquina, una galería de fotografías puestas en la mesa rectangular, y en el sillón vio el estuche de un violín, también observó que en la mesa principal Toto tenia una maquina de escribir, una taza de café y un cenicero lleno de cenizas.
Toto no pasaba de los treinta años, era un hombre largo, no tenia bigote y a veces miraba con la mirada abstraída de un sordo.


“Hay veces en que duermes con alguien para callar una platica insulsa y saciar tu sed de placer, por ego. Hay veces en cambio, que quisieras dormir con alguien para seguir la conversación y saciar tu sed de sentir, por compartir”.


Mientras fumaba sin prejuicio alguno él le contaba al cartero ya no la historia de amor, si no el motivo por el cual había visto pasar el invierno, la primavera, el verano, el otoño; sentado todas las mañanas en el mismo lugar, aguardando paciente una carta que no llegaba nunca.
—Fue una promesa — dijo desilusionado Toto—.
—Dicen que las mejores promesas, son esas que no hay que cumplir.
—Eso es de Sabina.
De pronto el sol se perdió en la inmensidad del cielo — el cielo esta muy alto — las nubes se reunieron y el viento luego sopló debajo del cielo. El viento barría las calles.

Cuando abrió la puerta para que el cartero se fuera, el viento descarrilado consiguió que la gorra de don Gaspar callera al suelo. Se inclinó para recogerla. Toto le agradeció por su visita, discurrió rumbo al buró y sacó del cajón una carta que le entregó al cartero.
—Llevas diecinueve meses, dos semanas y cuatro días entregándome una carta.
El sonrío y después agregó: — Lo hago porque es lo mejor que sé hacer.

“Esperanza arroyo claro, mariposa ligera ¿recuerdas cuando nos besábamos? ¿Qué sentiste con el primer beso? ¿Dicha, el amor? Yo me sentía el hombre más feliz del mundo. De pronto me vi soñando con los ojos abiertos, no había más cuerpo en el mundo que el tuyo, yo era tierra y tú nieve. ¿Cuantas cosas hermosas se nos han muerto? Decir tu nombre me eleva al firmamento”.


Se despidió de don Gaspar con un abrazo sincero y, recobró la esperanza porque sabía que mañana lo vería otra vez.








8 de febrero del 2009.
Tlacotalpan, Veracruz.

domingo, 16 de mayo de 2010

La Puta


LA PUTA, LA GRANDISIMA PUTA, la inquisidora, la dama del nazismo, la virulenta, la mujer racista de mente apagada y culo blanco, la bruja solemne, la cara del sol, la pavada insípida, la mierda fresca, la que no le importa la libertad, la causante de un retroceso inolvidable, la que prefiere tener una raza ejemplar y cuestionar estúpidamente a la gente con tan solo mirarla. Sabiendo que esas personas son un pilar en su puta economía de mierda.
No es mas que esta Hija de puta, que se manifiesta en lanzar acusaciones que son una especie de circunstancias nazistas difíciles de entender de aquellos que según son el país líder. Nunca antes como hoy siento un asco hacia ese país y su gente, por eso pondré en mi café; Prohibida la entrada a perros y a estadounidenses.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Ángel del oeste.

A Guadalupe Hernández Vázquez.


Y a Cesar Alejandro Rico en el dia de su cumpleaños.







Debí de haberme encontrado hace años atrás y un par de soles antes de la primavera de Prudencio Esquinas, un joven vagabundo en busca de nada. Impasible ante la vida y desembarazado de todo prejuicio, norma y utopía de la sociedad. Era como yo quise ser toda la vida: nunca lo logré. Nunca supo nada acerca de su origen o quienes fueron sus padres. Sobrevivió a duras penas en aquel terrible orfanato donde todos los días tenía que despertar a las cuatro de la madrugada a cortar trozos de tomate para el desayuno inmemorial de cada mañana.
Una noche antes de la navidad Prudencio Esquinas desapareció del lugar donde lo mantenían en cautiverio. Saltó la barda con mochila al dorso, a sus diecisiete años de edad se enfrentaba a la calle, era lo que tanto había esperado.
Pasaron los años e inimaginablemente viajó por casi todos los estados del país, pero en una de sus paradas extraviadas fue donde lo encontré.
Era martes y llovía, la manera más adecuada de disfrutar ese hermoso clima de Orizaba era tomándose una taza de café en El gran café de Orizaba ubicado en el Palacio de Hierro antiguo Palacio Municipal, construido en Bélgica, por la Societé Anonyme des Forges D’Aiseau, es una magnifica estructura de hierro, la cual completamente desarmada fue enviada a México a bordo de los buques de la compañía Trasatlántica Francesa. El lugar es elegante, hay meseros refinados apunto de casarse con su oficio despabilado que llevan sobre sus rostros la seriedad de su encomienda, el piso es de una duela excelente, sobre los muros de metal hay historita y un par de cuadros sobre caballetes, además de una cafetalera de abolengo y una carretilla dorada en la cual hervían café sobre las calles en los nostálgicos años sesentas. La proporción de distintos cafés amenizaban los antojos de la melancolía y de la soledad a la gente que se congrega en esa ciudad de lluvias nostálgicas.
Ordené una taza de café guatemalteco, eso provocó una caída en mi economía que no me alcanzó para un café colombiano, había olvidado lo difícil que es darse la vida de rico en estos días. De pronto un tipo se me aproximó y me susurró al oído:
—Ángel del oeste.
—A Dios gracias — le dije —, pero mejor seria si estuviera a la hora de lidiar con los problemas de la economía.
—Ángel del oeste — lo repitió apretando los dientes —.
—No lo sé — contesté de un tajo —.
—El problema es que ya está pagado el envío.
—Apreté la mandíbula y quedé desconcertado.
—Yo camino de esquina a esquina alrededor del país, mi nombre es Prudencio Esquinas — se presentó—.
Él tenía el oficio solemne y muy reconocido de pasar al otro lado al que se quedó del lado de los jodidos. De Latinoamérica para los Estados Unidos. Prudencio era la persona encargada de llevar de contrabando a toda persona dispuesta a soñar el sueño de soñar menos con el sueño americano.
Desde que salió del orfanato se prometió así mismo ayudar a las personas que no se encuentran felices en el lugar en donde están, cómo él algún día lo estuvo. Era una manera de conmiseración hacia el tipo que suda la camisa al caminar por el desierto, o se la moja con el agua del Río Bravo hacia los condenados a cien años de pobreza.
Después de aquel suceso de encuentros imprevisibles salimos del Palacio de Hierro y nos dirigimos al parque Castillo donde un centenar de montículos de origen celular abarrotaban un pasillo del parque. Un conjunto de rubias hermosas desprendían un aroma a magnolias y adornaban con su belleza de fábula aquel parque. < ¿Entonces no sabes lo que quiere decir Ángel del oeste?>, me preguntó. Me incliné por la tangente y le dije que no.

Hace años atrás en uno de sus múltiples viajes constructores de sueños Prudencio Esquinas viajó con María Candelaria Salazar y Amado Paz, un par de oaxaqueños buscando el sueño de soñar más. Recordaba sus nombre porque significaron mucho para él y descubrió que los que se dedican a eso de reivindicar oportunidades y destinos, muchas veces se olvidan del sentido común, del sentido humano, y sólo les interesa el dinero más que la integridad del paisano latino que pone toda su fe en sus trampas.
De no haber tenido ésa fobia imprudente Amado Paz hubiera cruzado el río: pero no lo logró. María Candelaria llevaba en brazos a una niña de cinco años de nombre Luz María que era por lo que se atrevían a desafiar las desaventuras de una realidad de terrible calamidad.
Cruzaron el desierto a las once de la noche, durmieron toda la tarde para que el sueño no fuera una carga. Discurrieron treinta kilómetros debajo de la inmensidad del cielo sideral con luz de luna. La temperatura comenzó a bajar, y las ráfagas de arena conseguían moverles el coraje para darle paso al miedo. La única persona que lo disimulaba o lo eludía era la pequeña Luz María, nunca aprendió el miedo heredado de manera que nunca lo sintió hasta el instante de presenciar el final del camino. Para pasar a tierra de Donald Trump, Michelle Jackson, y míster Obama una valla electrificada conseguían separarlos.
La niña se asustó, su madre le colocó en su cuello un collar plateado, con una medalla de un ángel inclinado al oeste que le fue otorgado de premio por ganar un concurso de pinturas en el Caribe. Amado Paz tomó con las manos la valla electrificada y soportó los miles de kilowatts gringos, se mantuvo firme. Levantó la valla para que su esposa pasara mientras Prudencio ayudaba a la pequeña niña a pasar. Los tres consiguieron llegaron al otro lado, luego sin anticiparlo un estropicio se escuchó y centenares de disparos sacudieron a los padres, matándolos. El infante consiguió escabullirse por debajo de la valla en el último intento de su padre por salvarla, la nena y Prudencio Esquinas escaparon de aquel terrible lugar.

Hace un par de días Prudencio Esquinas recibió la llamada telefónica de Luz María, después de quince años, aquella mujer de piel canela tenia la idea de emprender la aventura del sueño americano, pero ahora acompañada de un hombre Poblano que resultaba ser su esposo. Por esa razón consiguió el número telefónico de Prudencio Esquinas, el cual a través de los años se había convertido del dominio popular.
Ellos acordaron reunirse en El gran Café de Orizaba, sin embargo aquella ocasión Luz María tuvo que abandonar el autobús que la llevaría a la ciudad pactada ya que su esposo había sufrido un repentino ataque de tos.
Cuando salimos del café y conversamos de los menesteres que realizaba, Prudencio Esquinas me miró exactamente en el espacio de la pupila que duele y compromete, luego terminó diciéndome:
—Tienes que ayudarme porque sinceramente tengo miedo.
Y como era el amigo más cercano que tenia a la vista y al alcance opté sin tregua alguna acompañarlo, sin premeditación había iniciado una amistad con aquel hombre.
Ese mismo día Prudencio Esquinas llamó por teléfono a Luz María, ambos acordaron reunirse en ciudad Juárez. Viajé más de quince horas con el culo entumido y la columna rota por la dureza del respaldo del autobús.
Al llegar a la ciudad nos aguardaba en una cantina ambigua Luz María y un taciturno poblano, Juan Ayala.
—Ángel del oeste—dijo Prudencio—.
—Nariz de zanahoria y culo de elefante— contestó ella—.
—Mi chaparra buena parte— sonrió y se burló Prudencio—.
Tomamos la misma receta contra el sueño y partimos a las once de la noche rumbo a los Estados Unidos. Discurrimos el desierto como coyotes hambrientos, burlando otra vez la valla electrificada y nos adentramos a un pequeño bosque. Tenía yo la adrenalina corriendo por mis venas, de improviso le saltó un enorme perro al esposo de Luz María, los oficiales le dispararon a Prudencio Esquinas a quemarropa; Juan tenía el rostro destrozado y murió desangrado. A lo lejos lentamente observé el cuerpo de Luz María caer inerte con los ojos puestos al oeste, después de lo ocurrido comencé a sentir las miradas de los policías norteamericanos y al mismo instante sentí caliente el pecho y me ahogaba con mi propia sangre, antes de morir escuché que uno de ellos dijo en un español legítimo:
— No te preocupes son mexicanos.



Francisco Rico Hernandez.

22 de julio del 2006.