jueves, 20 de mayo de 2010

En la casa numero 33.

A Marisa.
"Justamente hoy en la noche a las diez
de la mañana me acorde de ti"

Eran las nueves de la mañana, un sol enorme se ponía en el cielo limpio, el viento había escurrido las nubes. El cartero anunciaba su llegada silbando alegremente el pito, había llegado como todos los días puntualmente al lugar correspondiente, cumpliendo en ese acto el inicio de su ruta de trabajo. Aquel hombre llevaba puesto orgullosamente el uniforme de los servidores públicos del correo postal, unos zapatos negros, una gorra en la cabeza que lo cubría inútilmente de los rayos del sol; él tenia una cara alegre y un bigote estéticamente bien cortado.
La mochila de piel que traía consigo guardaba en su interior una variabilidad de sentimientos tangibles hechos cartas, mismos que estaban pronosticados a liberarse del encarcelamiento ocasional al abrirse un día de tantos.
En esas horas de aquella mañana don Gaspar, el cartero, recorría la calle Mariano Abasolo a pie. Escrupulosamente dejaba las cartas en las casas precisas. No había errores en el cumplimiento de su menester, más de diez años de experiencia lo abalaban.
En la casa marcada con el numero veintinueve le dejó a la maestra que ahí vivía, un paquete que contenía el libro del Kamasultra que por oferta única tenia ocho posiciones nunca antes vistas, además de cinco cartas pasionales escritas por sus diferentes novios por correspondencia. La siguiente morada que visitó era un lugar triste y solitario, desde que tenia memoria nunca había visto salir a nadie de allí, eso si, el buzón al otro día estaba vacio. La casa con el numero treinta y uno recibió del cartero un sobre tamaño oficio, el cual tenia una revista de astronomía, y una carta en donde mandaban una subscripción para pertenecer al equipo de Mausan.
En el siguiente hogar don Gaspar puso al buzón despintado y oxidado una carta para el pastor de una iglesia, misma que le enviaba desde prisión su hermano, en el escrito redactaba la cantidad exacta de dinero que tenia que reunir de su fieles para pagar la fianza.

“Una gota de sudor se escurría lentamente sobre su frente, don Gaspar sentía el calor del infierno en su pecho, le sudaban los testículos.”


Cuando por fin llegó al hogar de Toto, la casa marcada con el número treinta y tres de la calle Mariano Abasolo, don Gaspar tuvo un sentimiento de culpa, lo sentía cada día desde hace diecinueve meses, dos semanas, y cuatro días.
Sigilosamente colocó un par de cartas en el buzón y cuando se disponía a irse, la puerta se abrió y alguien dijo:
— ¡oiga cartero! Ese alguien era Toto.
—Hijo acaso no te rindes — agregó don Gaspar—.
—La esperanza no me deja.
—El cartero le lanzó una mirada de conmiseración.
Toto Riquelme todas las mañanas; sentado en su sillón, en silencio y con la vista bien puesta en su buzón, esperaba una carta que nunca llegaba. - Tal vez esta seleccionando las mejores palabras de amor, esa es la razón de su demora -, pensaba por las noches cuando el sueño era una excusa.
Cuando se atrevía a cerrar los ojos pensaba en Esperanza, recordaba la constelación de lunares en su cuello, el olor de otoños vivos de desprendía su cuerpo, sus manos largas y flacas, la amalgama peligrosa de sus labios juntos.

“Pienso en ti Esperanza, te amo y te deseo como si fueras la única mujer del mundo”.

Toto abrió las cartas enfrente de don Gaspar con una excelsitud de maestro, tanto esperar lo había vuelto juicioso. Una a una las fue abriendo; en la primer carta le informaban que Reader’s Digest necesitaba urgentemente el pago del segundo mes de su subscripción, en la otra carta le advertían que tenia que pagar el adeudo del predial de su casa, ya que el Honorable Ayuntamiento no tendría piedad alguna con los ciudadanos morosos. Las demás cartas eran de sus admiradores que leían sus notas en el periódico. No había ningún rastro escrito de algún amor. Que pequeño es el mundo cuando el pasado se hincha de recuerdos.
— ¿Que día es hoy? — preguntó Toto —.
—Domingo — respondió el cartero—.
—La fecha.
—19 de octubre — dijo el cartero —.
—Un día como hoy, hace un par de años atrás ella abrió por primera vez los ojos al mundo. La vida se volvió desde entonces más feliz.


“Empecé a soñar contigo Esperanza desde el momento en que te comencé a extrañar, ahora cada noche no hago otra cosa que pensar en ti”.


Ha deber sido porque don Gaspar nunca se enamoró, por ese motivo no entendía lo que sufría aquel muchacho exiliado del amor. Toto la había conocido un buen día, en un viaje, en un salón, en una hora precisa, en el lugar exacto. Pasaron doce horas juntos, buen pretexto para enamorarse. Fue amor a primera vista, de esos de los que quedan pocos. Don Gaspar escuchó otra vez la historia de amor de Toto, y harto después de una hora encolerizado gritó:
— ¡Desde hace diecinueve meses, dos semanas y cuatro días escuchó tu historia de mierda!
— Que casualidad, es el mismo tiempo que llevo esperando alguna carta que me alivie el corazón.
—Lo siento hijo, es que hablar de amor, es hablar de enfermedades, y yo no soy doctor — finalizó el cartero—.
Toto invitó a don Gaspar a pasar adentro de su casa. El cartero en su estancia en la sala pudo ver un cuadro de ángeles colgado en la pared, una lámpara hecha de madera en la esquina, una galería de fotografías puestas en la mesa rectangular, y en el sillón vio el estuche de un violín, también observó que en la mesa principal Toto tenia una maquina de escribir, una taza de café y un cenicero lleno de cenizas.
Toto no pasaba de los treinta años, era un hombre largo, no tenia bigote y a veces miraba con la mirada abstraída de un sordo.


“Hay veces en que duermes con alguien para callar una platica insulsa y saciar tu sed de placer, por ego. Hay veces en cambio, que quisieras dormir con alguien para seguir la conversación y saciar tu sed de sentir, por compartir”.


Mientras fumaba sin prejuicio alguno él le contaba al cartero ya no la historia de amor, si no el motivo por el cual había visto pasar el invierno, la primavera, el verano, el otoño; sentado todas las mañanas en el mismo lugar, aguardando paciente una carta que no llegaba nunca.
—Fue una promesa — dijo desilusionado Toto—.
—Dicen que las mejores promesas, son esas que no hay que cumplir.
—Eso es de Sabina.
De pronto el sol se perdió en la inmensidad del cielo — el cielo esta muy alto — las nubes se reunieron y el viento luego sopló debajo del cielo. El viento barría las calles.

Cuando abrió la puerta para que el cartero se fuera, el viento descarrilado consiguió que la gorra de don Gaspar callera al suelo. Se inclinó para recogerla. Toto le agradeció por su visita, discurrió rumbo al buró y sacó del cajón una carta que le entregó al cartero.
—Llevas diecinueve meses, dos semanas y cuatro días entregándome una carta.
El sonrío y después agregó: — Lo hago porque es lo mejor que sé hacer.

“Esperanza arroyo claro, mariposa ligera ¿recuerdas cuando nos besábamos? ¿Qué sentiste con el primer beso? ¿Dicha, el amor? Yo me sentía el hombre más feliz del mundo. De pronto me vi soñando con los ojos abiertos, no había más cuerpo en el mundo que el tuyo, yo era tierra y tú nieve. ¿Cuantas cosas hermosas se nos han muerto? Decir tu nombre me eleva al firmamento”.


Se despidió de don Gaspar con un abrazo sincero y, recobró la esperanza porque sabía que mañana lo vería otra vez.








8 de febrero del 2009.
Tlacotalpan, Veracruz.

3 comentarios:

PinKbutTerflY dijo...

Es un placer leerte :)
Estos textos me transportan a un mundo dónde sí hay algo que decir, algo que valga la pena escuchar.
Gracias.

un abrazO.

pájaro pequeño dijo...

Un beso

marta dijo...

Qué entrañable, este Toto, y qué privilegiado el cartero, por poder adentrarse en las historias de los demás y contemplar sus sentimientos.
Un beso MUYGRANDE :)