miércoles, 29 de septiembre de 2010

Diario de un Peatón.

En la madrugada con un frío del carajo me despedí de mi madre, subí al taxi que puntualmente había llegado a la hora que se pactó 5:40am, alcancé a decirle a mi madre antes de marcharme — Me voy para ser famoso— Ella me miró y cruzada de brazos me lanzó un gesto de complicidad.Mientras el taxi discurría por el pueblo observé las calles vacías y una madrugada que ostentaba para los rumberos el regocijo extraordinario de la noche anterior del antro, cuando llegamos a la zona céntrica vislumbré a un par de tipos que se habían divertido mas de lo debido, uno de ello se detuvo a vomitar; descargando los excesos de la fiesta.
— Mierda, esos podríamos ser mis amigos y yo — pensé desilusionado—.
El taxista tuvo la buena idea de no hacerme plática, éste señor canoso y de espalda ancha se apresuró a poner en su estero una canción optimista de Diego Torres que decía más o menos así Es mejor perderse que nunca embargar, mejor intentar que dejar de intentar/ color esperanza. Cuando llegamos a la estación de autobuses creo que hasta el panteón era más divertido que la misma, tuve las ganas de fumar, pero recordé que una cajetilla de cigarros comprada en una estación de autobuses era un gran pecado a la economía.
En la ventanilla pedí el asiento número 9 que según la astrología china es mi número de vida y de buena suerte. El viaje demoró más de lo que había pronosticado, los intermitentes ronquidos de mi vecino de viaje mermaron mi sueño, pero gracias a eso observé el amanecer majestuoso en el puente de Alvarado en donde los rayos del sol se acostaban sobre el mar. También escuché en aquel viaje casi toda la vida de una anciana que nació en 1925 y que evocó en una tertulia viajera todos sus recuerdos hasta el año 2008.
Después de tres horas llegamos a la ciudad de Xalapa, había emprendido el viaje para asistir a la Feria Internacional del Libro Universitario que se organizó en esa ciudad. Creo que asistí por pura coincidencia y tentativas del destino, fragué el viaje con dos semanas de anticipación y, según yo y mi amigo seria un viaje de placer, de excesos y de libros. Pero el muy cabrón no ahorró el dinero pertinente, y por eso después tuvimos la idea sensata de irnos mejor a Orizaba, yo llevaría las llaves de la casa de mi abuela, la cual estaba desocupada y acta para dar asilo a un par de canallas buscadores de fiesta y mujeres. Luego recibimos la invitación de Carlos, un cronista amigo que nos pedía que lo acompañáramos a Tuxpan al congreso crónico de ese mes, tenia la certidumbre que nada cultural nos esperaba allá, eso si, como cuatro botellas de brandy, y una de tequila y como seis cajetillas de cigarro y un puto desvelo de lujo. Nos tentó por completo la esa idea de excesos. Eso era lo mejor. Pero el destino hizo gala de presencia y tres días después recibí un e-mail de Carlos diciéndome que se cancelaría el congreso y por su parte César me dijo que tendría gastos inesperados y no viajaría conmigo a ninguno de los lugares puestos al menú de las aventuras. Como uno nunca sabe adonde va a parar decidí mejor mandar al carajo a ambos y me embarqué en el primer carro rumbo a Xalapa, solo, eso si, pero con el milagro de no tener un futuro realizado.
Al llegar a CAXA para que el cansancio fuera mermado y el sueño desapareciera me tomé una taza de café ideal para despabilar al cuerpo y mente. Sentado en la cafetería observé en el reloj digital que colgaba del techo que eran las 9:40am y sentía que tenía el tiempo para hacer de todo. Estábamos pocos en la cafetería, a mi derecha un especie de Hippie estaba bien acompañado por una rubia fea, y enfrente de mi estaba una anciana junto a su nieta, ella si era linda, no pasaba de los diecisiete años, tenia las mejillas rosadas y una valeriana en la cabeza, unos convers cuadriculados rosas, y estaba entretenida degustando su helado hasta la ultima gota del mismo. Yo ordené un sandwich y al instante recordé que tenía el dinero contado y tenía que adminístralo de la mejor manera. Después procuré que la chica de enfrente me mirara y así lo conseguí, la miré el tiempo disponible y ella no supo que hacer, noté su nerviosismo. Su abuela decidió ir por su desayuno, dejando en ese acto de locomoción el espacio intacto y bien desocupado para que yo, el peor Latín Lover del barrio, entrara a ocupar una plaza en el paraíso junto a ella. Pero no lo hice, sólo acerqué mi imaginación pero no mi cuerpo. Su abuela regresó, pagó la cuenta, se pararon y se fueron perdiéndose entre la multitud.
A continuación salí de la estación y pasé por una plaza en donde vendía una cantidad de libros, que si yo hubiera tenido el dinero suficiente me hubiera comprado uno. Abordé un taxi que me llevó al Museo del Transporte, cuando observé el recinto quedé deslumbrado, yo sabia que en ese lugar encontraría lo que tanto había buscado.Bajé las escaleras de la entrada principal y caminé por el pasillo mirando a mis alrededores; divisé el cartelón del FILU que colgaba de un póster y que mostraba a Carlos Fuentes, Octavio Paz, Emilio Carballido, Prof. Gonzalo Aguirre Beltrán y ha Dagoberto Guillaumin.

En esa mañana del 20 de septiembre había pisado por primera vez el Museo del Transporte, el sol alumbraba al inmueble y el frío esperado en la ciudad fue opacado por los cambios intempestivos del clima. Yo un fulano recién desempacado de la cuenca del Papaloapan, tenía las más grandes convicciones de lograr encontrar una editorial que me diera la oportunidad de mostrarle mi trabajo literario, sabía que también que el lugar estaría lleno de libros, escritores y de casas editoriales.
Al entrar una señora me dio un par de boletos dizque para que participara en una rifa que organizaba el evento, después me dirigí inmediatamente hacia la exposición de Emilio Carballido e hice en menos de cinco minutos una columna para el periódico donde trabajaba, al girarme hacia la derecha vislumbré a una rubia insultantemente bella que saludaba con delicadeza a los tipos con los cuales ella compartía una tertulia.— Que carajos, una así y me caso, pensé.
Saqué de mi mochila trotamundos el programa del evento y me enteré que en el salón 1 se exponía La mesa redonda de Literatura y los Blogs que fue presentada por Pedro Ángel Paulo, Sandro Cohen, Patricia Souza, Magda Díaz y Morales y Marco Tulio Aguilera.
Los expositores debatían acerca de esta evolución del blogs en el Internet y las consecuencias a futuro que tendría el libro en esta blogosfera. Así con las melancolías y preocupaciones de un pasado tan añejo Sandro Cohen se refirió al cambio tan brutal que ha puesto en jaque al mundo tan nítido para convertirlo en una masa de prisas, miedos, inseguridad, de tarjetas de crédito, de ropa cara y de desaventuras que la misma utopia ha implantado en esta sociedad sin consuelo. La peruana Patricia Souza se inclinó por los nuevos métodos de escritura, los blogs. Por su parte la gentiliza y amabilidad de Magda Díaz y Morales cautivo a los espectadores, ella era una anciana que de igual forma estaba envuelta en las sábanas inmaculadas de la literatura. Pedro Ángel Palou, poblano irreverente y erudito en el arte del mundo de la hoja en blanco acaparó más la atención de los periodistas, también bromeó con el publico y dijo que en Guadalajara las aulas son muy concurridas, pero nadie se acerca al escritor con un libro del autor bajo el brazos, piden autógrafos pero en hojas, y toman fotos, si ni quiera saber de que carajos trata el libro.
Mientras los expositores daban sus charlas, caí en la cuenta que mi madre tenia mucha razón, debí de haberme vestido mas formal de lo que se suponía, ya que me había plantado en aquel sitio con un pantalón de mezclilla azul sutilmente deslavado a consecuencia de lo viejo que se estaba poniendo, llevaba puesto una camisa cómoda y un abrigo ligero, y unos zapatos negros prestados muy de moda por esas fechas, y mi cabello crespo estaba peinado a voluntad del viento, también tenia una mochila en la espalda, la cual guardaba mi libreta, un lapicero, y borradores de columnas que hacia cuando me sorprendían los encantos de un buen tema que me cautivaba. Total que mal vestido o no, debería de conseguir en ese salón una entrevista con algún escritor de aquella conferencia. Saqué de la mochila una pequeña libreta y una lapicero y mientras escuchaba de los cambios contundentes de la literatura en este nuevo siglo, vislumbré que en la primera fila se encontraba una chica que sin lugar a dudas era una reportera, llegué hasta ella y le susurré al oído — ¿Vas hacer una entrevista?, si, contestó. Total que me puse de acuerdo con ella para que al terminar ambos lográramos nuestro propósito de obtener una buena entrevista. Nunca había entrevistado a alguien, pero para verme seguro con mi colega mentí diciéndole que era un experto en esos menesteres.De pronto noté que la rubia que hace un par de minutos me había cautivado en los pasillos del museo se encontraba establecida en la primera fila de la otra sección de las sillas. La miré por un instante, como reconociéndola, y continúen fraguando las preguntas que les tenia que hacer a los entrevistados.
— Alguien quiere dar su opinión o quiere hacer una pregunta — apuntaron los expositores —Sabía que este era el momento justo para lanzar mis preguntas.
— Yo tengo una — dijo la rubia de la primera fila con toda seguridad adelantándose a los demás, el joven que se encargaba del micrófono se dejó seducir por los encantos de ella y de inmediato le cedió la palabra.
— Las mujeres como esas de seguro no tienen nada en la cabeza, de que quiere hablar ¿De sus tarjetas de crédito? o de sus compras en Liverpool — pensé—.Me equivoque.
Aquella mujer de belleza eminente resultaba ser una inteligente Paloma, habló con gran convicción acerca de los blogs y los cambios de la literatura en este nuevo siglo, y hasta dijo que ella escribía y tenía un Blogger en la Web, yo quedé sorprendido, y hasta me sentía un pendejo por adelantarme a los hechos, de juzgarla sin saber que era en realidad ella. Ni modo.
después una brasileña que hablaba un español con tropiezos tomó el micrófono y así participaron más de tres personas y yo nunca me atreví a tomar la palabra. Cuando llegó el final del evento de La mesa redonda de Literatura y los Blogs, algunos espectadores buscaron la salida y otros se abalanzaron hacia los escritores, la chica periodista me lanzó una mirada que yo comprendí que era la señal clara de abordarlos, entonces tomé los recursos más inmemoriales del periodismo al coger mi libreta y mi lapicero. Debo de ser sincero y decir que sólo conseguí entrevistas con Pedro Ángel Paulo y Sandro Cohen, ya que Marco Tulio me mandó al carajo y prefirió las luces y tentativas de la televisión, a Magda y a Patricia las perdí de vista entre la muchedumbre.

Al salir de la conferencia me topé con un tipo que a leguas se veía que era dos años menor a mí, frustrado me dijo que era estudiante de periodismos en la U.V y sin miramientos agregó que los escritores son unos hijos de puta, no pude evitar soltar una carcajada, él estaba colérico por no le dieron la oportunidad de otórgale una entrevista, — Yo agregué, — A esos es mejor no hacerles caso. Él no me hizo caso y volvió a decir: — Es que son unos hijos de puta.Me alejé de él y busqué una cafetería en donde me compré mi cajetilla de cigarros, después de concluir mi propósito discurrir por el pasillo principal y al final del mismo fui testigo de una galería de cuadros al óleo que se exponían, una gringa me pidió que le tomara una foto para el recuerdo y al terminar de efectuar mi favor, me dio las gracias en un ingles de primer mundo.
Luego entré a un recinto donde estaban todas las editoriales y una gran cantidad de libros a la venta. Sentí en ese instante un gran fervor al observar aquellas obras magistrales de la literatura hispanoamericana, y también mundial. El primer libro que ojeé fue el de Sabines Yuria/Tarumba de Juan Rulfo El llano en llamas de Carlos Fuentes La región mas transparente de Mario Vargas Llosa Las travesuras de la niña mala, y Libertad bajo palabra del orgullo mexicano, Octavio Paz, el premio Nobel. Obras de Neruda, Borges, Emiliano Pérez Cruz, José Revueltas, Emilio Carballido y de Elena Poniatowska también ocupaban un lugar privilegiado en los Stans de las editoriales. De igual forma encontré libros de Kafka, Hemingway, Wiles y Shakespeare. Estaba maravillado en esos momentos, tanta literatura había ahí, que me que dolían los ojos. De pronto camino un poco más y me veo sorprendido por la ilustre y soberbia colección de las obras del señor Gabriel García Márquez. — ¡No mames, me cago, puta madre tienen toda la colección!—, dije al borde del delirio. Era un sentimiento casi orgásmico el que sentí cuando toqué, leí y olí sus libros, desde Las hojarascas hasta Memorias de mis putas tristes, todos.
Deambulé por los pasillos de todas las editoriales, al terminar mi primer recorrido me detuve en una entrada que daba con el pasillo principal del museo, justo ahí sin nada mas que hacer, contemplé de espaldas a la rubia que me había sorprendido con su manera tan sublime de hablar de la literatura. Vislumbré que llevaba un short negro elegante y medias del mismo color, una blusa azul que ostentaba su aura angelical y sus cabellos de azabaches eran de inmaculada y observé lo más importante: que estaba sola.La abordé con las peores intenciones, mi único fin (Nunca supe porque) era búrlame de ella con respecto a mis suspicacias de saber si en realidad una mujer como ella escribía, utilizar mi sarcasmo. Con arrogancia impasible le pregunté:
— ¿A poco tú escribes?Ella volteó hacia mí y con amabilidad y un tanto desconcertada dijo: — Si.
— ¿En verdad, no puedo imaginar que tú escribas?
— Por qué dices eso.
— Es que una mujer como usted, se me hace raro. Cuando la vi por primera vez no imaginé ni encontré un pretexto perfecto que me explicara porque una mujer con pinta de fresa y delicadeza estuviera en un evento literario, pero me sorprendió cuando tomó el micrófono y empezó hablar de esos menesteres sublimes. Se ve que eres inteligente y discúlpame por pensar eso de ti — le dije—.
— Ella sólo rió.
Comenzamos a parlarnos después de disipar los estereotipos mundanos que nos regala la primera impresión. Era una conversación amena, junto a ella percibí que su olor corporal desprendía un aroma diáfano a primaveras, mas de cerca observé sus ojos dulces y ligeros que eran otra expresión literal de la belleza. Llevaba también un sutil piercing sexymente colocado en la parte derecha de su nariz. Desprendíamos risas, y brevemente le conté del propósito de mi viaje y de las desaventuras que tendría a futuro en Xalapa ya que no contaba con mucho dinero y estaba solo en la ciudad. Igualmente le comenté que era un reportero lego y con miras hacer un gran escritor, ella atenta escuchaba, de pronto y no se porque, sacó de su bolsa de mano su tarjeta de presentación, misma que me mostraba que era ella una abogada y que su nombre era Eva.
— Cuando termines tu libro me puedes llamar y yo te ayudo a registrarlo.
— Ah me parece perfecto.
Tuve ganas de invitarla a fumar a fuera del lugar y a largar mas la plática, pero el fantasma de la timidez se me apareció y solamente le pedí su encendedor y encendí el cigarrillo, le dije que había sido un gusto en coincidir con ella, le estiré la mano, la miré y me despedí de Eva.
Sentado a fuera del museo y viendo la fuente me entretenía del tedio fumando, uno tras otro. Ahí conocí a un tipo de Durango que tenia una boina francesa en la cabeza y unos dientes amarillos grandes, su barba y su cabello largo lo ostentaban como un guerrillero de la Sierra Maestra, conversé con él brevemente y después se marchó. A continuación coincidí con la escritora Magda Díaz y Morales que muy pasible fumaba sin prejuicio alguno.
— Somos hijos de la necesidad — le dije a la señora Díaz y Morales refiriéndome al cigarro —.
Ella amablemente sonrío y me pidió fuego, yo me apresuré a encenderle su cigarro con el mío, ya que carecía de un encendedor.A fuera, en el exilio de la sociedad nos encontrábamos los fumadores fumándonos la manzana prohibida, ya que el gobierno aprobó la nueva ley acerca del cigarro y los lugares propicios para fumar.
Sin darme cuenta me explayé con Magda en una conversación de literatura, minutos más tarde apareció la escritora peruana Patricia Souza acompañada de su esposo y ellos por igual se unieron a nuestra plática.
— Hay hijo mío, ya se que amas a García Márquez, pero para mi y para muchos el mejor escritor de América Latina es Juan Rulfo— me dijo—.
— Yo no dije nada, sólo me reí sutilmente.
— ¿Hoy le toca venir a Carlos Fuentes verdad? — preguntó Patricia—.
— Creo que si, que maravilla, él es un viejito muy guapo— agregó Magda—.
— Me comentaron que ayer que vino Poniatowska no muchos se alegraron, creo que fue Monsiváis el más aclamado — puntualizó el esposo de la peruana—.
— ¿Y este joven quien es? — Preguntó Patricia—.
— Es un joven talentoso y muy aventurero, imagínate se vino a Xalapa solo y con su futuro incierto, además es escritor y se llama Francisco Rico y es de… ¿De donde me dijiste que eras? — Me dijo Magda—.
— De Cosamaloapan.
— ¿Y como se titula tu libro? — preguntó el esposo de la peruana—.
— La casa de la abuela y sus cuatro generaciones perdidas, 14 cuentos a mi manera.
— Suena interesante, te deseo suerte — apuntó Magda—.
Para entonces cuatro cigarros habían perdido la vida en mis labios, Marco Tulio se estableció con nosotros y se quejó de algo que no alcancé a escuchar. Algunos curiosos me volteaban a ver, como tratando de investigar algo, entonces muy seriamente caí en la cuenta que estaba en una tertulia literal que tal vez algunos envidiaban, y que yo estaba disfrutando. — Esto me pasa por ser tan agradable, pensé.
Total que media hora después se despidieron, me desearon suerte y se fueron.Por mi parte me dediqué a buscar las editoriales y me enfrenté al fantasma de la desconfianza que uno tienen por ser un joven desconocido, sin embargo recuerdo que sólo conmoví a seis editoriales, dos de Xalapa, una de Veracruz y tres del DF, las mas relevantes (sin faltarle al respeto a las demás) fueron la UNAM y editorial Océano. Alrededor de las cuatro de la tarde, empecé asentir hambre. Sólo había comido aparte del desayuno, una torta y bebido dos latas de Coca-cola y mi cajetilla de cigarros ya estaba acabándose. Tenía exactamente para entonces el dinero del pasaje y como veinte pesos para el taxi.Mientras caminaba otra vez hastiado ya por recorrer como cincuenta veces el Museo del Transporte fui tomado del brazo intempestivamente, al girar y hacerle frente al atrevido me vi sorprendido porque no se trataba ni más ni menos que de mi amiga Johary.Ella es una mujer menuda, alegre, con ojos grandes y una de boca de tentación. Con Johary había pactado encontrarme en Xalapa y con esmero ella procuró registrarme en un hotel por si desidia quemarme mas de un día, le comenté que sólo estaría ese mismo día y que mi carro salía a las 6:30pm. Parlamos en una banca de afuera mientras fumábamos; me puso al tanto de su vida y yo hice lo mismo. La hice reír con mis comentarios estupidos, y hablábamos de todo un poco. Le agradecí por irme a buscar, ya que me sentía un tanto aburrido y exiliado de los demás. La abrasé y le di un beso en la mejilla.
— ¿Tienes hambre?— No, ya comí — dije—.
— Pues yo si, me acompañas a comer.
— Claro.
— No vas hacer otra cosa aquí, si quieres nos quedamos.
— No, ya estuvo por hoy.
— Te voy a llevar mi querido Ricolino a un buen lugar a comer.
— Esta bien.
Dejamos aquel lugar maravilloso y comprendí que aquí comenzaba una historia, y fui feliz por todas las cosas que viví en tan pocas horas. Se lo agradecí a Dios.

Llegamos a un Buffett establecido en un callejón en la zona céntrica de la ciudad. Ahí comimos a placer, conversamos, fumamos y comí unas paellas deliciosas y aunque Johary me repitió como mil veces que las empanadas, que no recuerdo de que estaban hechas, estaban según ella deliciosas, yo nunca las probé. Para finalizar la buena tertulia nos tomamos un par de cervezas en un tarro, y fui como tres veces al baño.Las palomas que discurrían por el lugar las espantaba, y Johary sólo se reía. Fue un momento muy ameno el cual pasé con una de mis mejores amigas, ya de muchos años.Creo que yo tuve la idea sensata de preguntar la hora, y un poco preocupado le dije a mi amiga que sólo faltaban 20 minutos para que partiera mi autobús.
Ella con disciplina estricta me reprimió, su actitud me recordó a mi madre. — Pobre de sus alumnos, es una maestra sexy, pero con un carácter que espanta—, pensé.
Hizo que me tomara de un sólo sorbo su ultima cerveza que estaba a la mitad, pagó la comida voluntariamente y abordamos el primer taxi que nos llevaría a prisa hasta CAXA. Creo que Johary estaba más preocupada que yo, ella le repetía al conductor que se diera prisa, yo sólo me reía, creo que me estaba poniendo pedo por las cervezas que me tomé y por las tantas subidas y bajadas y vueltas que daba el taxi.
Cuando llegamos ella se apresuró a preguntar si ya habían anunciado la corrida a Cosamaloapan, se preocupaba tanto que llegué a sospechar que seria una gran madre, ya que su preocupación era desmedida, pero nunca le dije nada porque me gustaba ser consentido.Nos despedimos y le agradecí infinitamente el tener tiempo para este loco, vagabundo, peligroso y soñador. Le di gracias por ser mi amiga y finalizamos todo con un abrazo fraternal y un beso calido en la mejilla. Después me condujeron a mi lugar y yo me despedí agitando los brazos de mi tierna amiga Johary.Subí al autobús y mi número de asiento era el trece. Ese número me encanta, dije.
Viajé solo y dormí alrededor de media hora, desperté y no se porque pensé en Eva, fue algo tan contundente que mi cuerpo vibró, — Que loco estoy— me dije.
Después me entretuve viendo una película que se trataba de una princesa de cuentos de hadas que por un hechizo de la bruja del cuento dejó de ser una caricatura y fue convertida en humano y fue a dar a la ciudad de New York. Su príncipe también adoptó la forma humana y para completar la profecía tendría que buscar a su princesa y encontrarla antes de la media noche o por lo contrario su amor no se consumaría y ella moriría. Por eso su príncipe buscó a Yissel por toda la gran manzana. Ella apareció intempestivamente en la casa de un abogado divorciado y padre de una niña. Después de varios infortunios logró mantener una amistad con la familia y con el abogado que es el doctor Sheppard en la serie de Grey. Yiseel era una mujer totalmente optimista e inocente, que buscaba el amor verdadero. Pero para ser mas sincero, me encantó la película y casi lloré porque justamente cuando ella se iba a morir el abogado la despertó con un beso y ella comprendió que ya no amaba a su príncipe, pues el abogado le dijo mucho antes que uno a veces confunde el amor, las personas dicen que están enamorados de alguien porque así esta predestinado, no por el destino, si no por las sociedades, es como el ejemplo de los mismos cuentos “ Los buenos sufren, pero siempre gana, “ La princesa y el príncipe se casan y viven felices para siempre”. Son cosas que la misma monotonía marca como amor. Y aquí esta el otro lado de la historia que me cautivó; con el abogado no tenia un futuro que respaldara su destino, era tan absurdo creer que se enamoraría de él, ya saben por las mismas etiquetas de la sociedad, pero, aunque se trataron sólo un día, tuvieron una magia tan cabrona que descubrieron que para ser feliz y enamorarse sólo se necesita en instante, son casualidades del destino, son cosas que pasan y que derrumban las paredes de los estereotipos que la “realidad” impone.
Cuando bajé de autobús llegué cansado a mi ciudad; caminé y encendí mi cigarrillo.

Francisco Rico.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Bicentenario.

Que Viva México, yo soy de México. De Sonora Hasta Oaxaca, de Chiuhaua hasta Campeche, de Manzanillo hasta Veracruz.

martes, 14 de septiembre de 2010

Los Niños Olvidados

Pascual Augusto Santos había despertado aquella mañana nublada y lluviosa de un septiembre que agonizaba en los calendarios, al abrir los ojos al mundo había caído en la cuenta que durmió más de lo que hubiera imaginado. Por fin se atrevió hacer lo que tanto estuvo fraguando alrededor de diez años. Hoy no fue a trabajar.
Pascual Augusto Santos era un viejo de sesenta años, y al decir que era un viejo no era por culpa de los años, si no por sentirse así con el mismo. Ejerce su lúgubre y senil oficio de contador público en uno de los despachos olvidados del siglo pasado donde ha trabajado por más de treinta años ininterrumpidos, hasta hoy. Vive solo en su departamento de soltero prehistórico desde aquel domingo de futbol en que lo dejó su mujer, una abogada de corazón de plomo que se desembarazó sin tregua alguna de aquel canalla desalmado que blasfemaba su amor. Aun a estas alturas de la vida Pascual Augusto Santos trataba de recordar las últimas palabras turbias dirigidas a su humanidad por aquella mina que era inmune a las reconciliaciones, sin embargo para la mustia sinceridad del corazón no lograba recordar aquellas palabras por culpa de esa enfermedad que lo ha perseguido y que siempre ha tratado de ocultar; el amor insondable. Una algebra de la vida moderna.
Cada domingo desde hace quince años atrás su hija Carmela le ha llevado un ramo de tulipanes. Esta costumbre florida a la cual lo somete su hija cada semana le resulta un acto extraño y singular, ya que considera que los hombres no son muy afanes a las flores. Nunca había cuestionado aquel detalle de su hija hasta hoy. Ahora que descansa en su cama y siente el clima gélido sobre su piel se pregunta: — ¿Si al león le ofrecieran una pequeña presa la aceptaría o preferirá una más grande?
Él sabía que si fuera ése león optaría por la primera opción, que es lo que menos te esperas, los pequeños detalles son los que te agrandan la vida. Un pedacito de tu vida que se convertirá en el dueño del corazón.
Las ganas de orinar lo hacen levantarse de la cama. La mañana es lluviosa, y el ambiente de la habitación es solitario, ideal para morir en aquella cama sin que lo supiera nadie, un cuerpo anacoreta alejado del mundo seria. Pascual Augusto Santos lo sabe, y piensa en la muerte irremediablemente, en esa oscuridad quisiera en verdad encontrar la luz que le ilumine.
—Hoy no — le dice a Dios cuando piensa en la muerte —.

Alrededor de sus más de treinta primaveras ejerciendo el oficio ingrato de jugar con los números, con los impuestos sobre la renta, de organizar auditorias sorpresas, jamás pensó en convertirse en el monstruo disímil de la contaduría que ha sido en todos estos años por hacer mucho y dejar tan poco a los pendejos de buena voluntad que vienen detrás de él. Pascual Augusto Santos fue siempre sin lugar a dudas hábil en el trabajo y dedicado a la confianza que depositaban en él sus clientes. Sin embargo al transcurrir de los años la monotonía y la desfachatez de la solemnidad lo habían orillado al cementerio de las emociones que plasmaba en aquellos libros llenos de números. Aunque bien hubiera valido la pena dejar atrás aquella vida esporádica y llena de zozobra por las noches cuando no tenía un par de labios que lo acariciaran, Pascual Augusto Santos remedia de esas melancolías de pobres corazones en ilustres maniobras del oficio solemne.
Afuera sigue lloviendo y por costumbre Pascual Augusto Santos deberá bajar de los departamentos para ir al supermercado por el desayuno, ya que hoy como ayer sigue estando solo.
Se para y se viste frente al espejo, se pone sus lentes redondos de armazón metálico y toma de uno de los ganchos del armario su abrigo de lana color marrón aunado a su sombrero de bombín que había comprado en la ciudad de Puebla en los años mozos de su vida adulta. Mientras baja intermitentemente los escalones de la escalera de caracol su respiración se agita brevemente, al llegar a la planta baja da los buenos días en un saludo jovial al portero del edificio. Las calles están inundadas a consecuencia de la fuerte lluvia y como puede se dirige al supermercado bajo el aguacero y sin paraguas alguno que lo cubra. En la zona de lácteos del supermercado tomó una bote de leche descremada, dos kilos de avena y enseguida se dirigió al pasillo de las frutas y verduras de donde agarró cuatro manzanas como se lo había recetado en el desayuno el doctor, y en la caja del supermercado le pide a la señorita de ojos de ciruela que una cajetilla de Delicados sin filtro como se lo recetó la melancolía. Ella le cobra y él se va a pasos lentos hacia la salida.
Como la lluvia no había escampado y el tedio del supermercado era fatal, Pascual Augusto Santos había conseguido salir a las bancas de concreto que ocupaban la localidad del mostrador de los licores. Allí alejado de los dimes y diretes de la gente que va a prisa a comprar el desayuno Pascual Augusto Santos encendió un cigarro para apaciguar la paciencia. Es un jueves gris, por enésima ocasión el estado del tiempo del noticiero se equivocó en sus pronósticos a la razón de los intempestivos cambios de la naturaleza. Aquel anciano vislumbra a lo lejos que en la mitad de la calle un par de niños disfrutan el mojarse bajo la lluvia, ellos corren desvariados, gritan, sonríen y sacuden las cabelleras bajo el milagro pluvial de la naturaleza.
Uno de esos niños gritaba con algarabía desmedida:
—¡Hoy no fui a la escuela!
El niño que Pascual Augusto Santos miraba de lejos era un chico adiposo, menudo y con muchas ganas de disfrutar el arte supremo de la vida al desembarazada de las normas o formalismos triviales como el engaño inmisericorde de ir todos los días a clases. Aquel niño estaba descalzo y sin camisa que lo cubriera, arrastraba junto a los demás un juguete improvisado que era en términos reales de un adulto una tabla de madera que contaba con cuatro ruedas en los ángulos correspondientes y que montaba uno mientras los otros jalaban de un lado al otro de la calle para provocar olas urbanas. Ése niño regordete junto a sus amigos jugaba bajo la lluvia mientras que el viejo de Pascual Augusto Santos de lejos observaba el despilfarro de la vida. A las buenas costumbres nunca se había acostumbrado.
Sentado en las bancas del exterior del supermercado Pascual Augusto Santos pensaba que a veces el hombre es un tonto malgastando su vida en resolver los enigmas de la misma. Él después de tantos años ha comprendido que a su edad los excesos ya son nostalgia, la altivez con las mujeres poco a poco la fue perdiendo cuando se le apagó el foco del descaro hacia la moral. Hoy en día a sus años Pascual Augusto Santos lo único que frecuenta con severa amargura son las reuniones con whisky acompañado de sus leales amigos de la vieja guardia de la asociación de contadores públicos que fundara alguna vez bajo el temporal del despilfarro de la economía, esporádicamente visita la iglesia y la única mujer que logra tocarlo a estas alturas de la vida es una enfermera mulata que lo visita dos veces por semana.

Hundido en la pesadumbre de la memoria que se regocijaba en la maravilla de los días que fueron Pascual Augusto Santos evocaba los pasajes asombrosos de su infancia, recordaba como se solucionaba cualquier asunto con un “volado” y que decir cuando probabas tus habilidades y lo fuerte que eras con la frase; “A que no puedes hacer esto” también lo único por aquellos días que te hacía sufrir eran las tareas los fines de semana. Cuando es uno niño el más joven se refería a cualquiera que tuviera mas de catorce años, nadie en el mundo es más linda que tu mamá pues con tan sólo un beso te curaba de cualquier mal. Lo peor que te podía pasar con las niñas eran que no quisieran jugar contigo, o que te llamaran extraterrestre por andar tan sucio y desaliñado. “¡El ultimo paga los refrescos!” era el grito que te hacia correr como loco; por otro lado el Santo, Kaliman y el Chapulín Colorado eran los superhéroes que admirabas y no se conocía tanta violencia en ellos. Antes nos llevaba a los misterios mas grandes de la imaginación el saber que era una platica de adultos, hoy con pena nos enteramos que las conversaciones de los adultos son los asuntos mas estúpidos del mundo.
Recordaba que lo mas esperado de las tardes era ver salir pasear a la chica que tanto nos gustaba, y lo por los días de esos años los globos de agua era la mas poderosa y eficiente “arma” que se había inventado. El viejo que miraba caer la lluvia sobre las calles inundadas quería regresar en esos días cuando los errores de gramática se solucionaban arrancando la hoja y volviéndolo hacer, y cuando los juegos de moda eran las escondidas y el balero otorgaba la paciencia requerida. En aquellos años para la mayoría de las personas no era nada raro tener dos o mas mejores amigos y para viajar desde la tierra al cielo sólo tenias que imaginar, Pascual Augusto Santos expuesto a la soledad comprendió en aquel instante que esos niños que se mojaban bajo la lluvia podían hacer eso y él no.
Pascual Augusto Santos tenía claro que aquellos niños empapados de agua podrían pasar horas interminables frente al televisor, y él con tan sólo media hora quedaba profundamente dormido. Pascual Augusto Santos había obtenido un fondo para el retiro en un banco que le mandaba una pequeña cantidad a su casa cada quince días, él administraba su dinero al destinar el cuarenta porciento para los medicamentos, el otro porcentaje equivalente a la misma cifra lo utilizaba para compra cigarros y el restante veinte porciento para comer. Y sin embargo cuando uno es niño tener dinero sólo significa comprar golosinas y juguetes. Todo aquello podrían hacer los chicos que se mojaban bajo la lluvia, y entonces solo y resignado llegó a la deducción de que esos eran los niños olvidados de un régimen de reglas y acervos utópicos de las normas.

La infancia de Pascual Augusto Santos había sido muy libertina, de andar en las calles más cómodo que en casa. De vivir en un barrio que le pedía muy poco a la imaginación, era un lugar justo como para escribir una novela.
La madre de Pascual Augusto era una mujer que se preocupa por el bienestar de la familia sin afectar decisiones que condujeran al estruendo de los problemas. Su viejo le había heredado su oficio, la iglesia y lo inflexible de las creencias que marcaron todo un heraldo en la familia. En el liceo las monjas le enseñaron el camino de la pulcritud, de principios y valores. Un mal día les preguntó si Jesús había tenido noviecita que lo hubiera vuelto loco, la monja colérica al escuchar esto le asignó el castigo de pasar una hora arrodillado al sol del medio día por toda una semana.
Ha escampado la lluvia y mientras regresa al departamento a aquel viejo le da por encender otro cigarro. Al llegar observa que el gato subió a la mesa y derramó la botella de vino de la noche anterior. Y más solo que un espantapájaros en un trigal piensa:
—Ya no tengo a nadie en éste pueblo, es mejor partir para Nueva York.
Es decir estar muerto, como alguna vez García Márquez lo escribió en una de sus obras.
Pascual Augusto Santos dejó lo que compró en la mesa de la cocina, y de pronto se instala en la mecedora mientras su gato Elvis ronronea en sus pies pidiendo alimento. Observa desde la ventana que comienza a llover y de pronto los cristales se empañan. Pascual Augusto Santos ahora se enfrenta al delicado momento de pensar en la soledad, y al instante un gran escalofrió que recorre su cuerpo marca una pauta que lo resigna al mal ejemplo que le ofrece aquel día lluvioso. Pascual Augusto Santos piensa que es excesivo buscar en unos labios abiertos el resucitar de su corazón, por eso busca en su vicio las prisas ahora que más se siente devastado por aquellos niños que le giñen el ojo a su antojo a la vida.
Ese viejo que fumaba sentado en su mecedora viendo llover pensaba en la muerte, los olvidos, en los tulipanes, Carmela. Enseguida busca en la alacena la botella de vino que se ganó en una canasta navideña del año pasado que se rifó entre todos los miembros de la asociación de contadores públicos. Pascual Augusto Santos toma una copa y se sirve. Olvida el protocolo soberbio del vino y de un trancazo bebe el vino. Aprieta la mandíbula después de acabarse la copa y enseguida se dirige al tocadiscos instalado en su sala principal. Luego saca de sus bolsillos la cajetilla de cigarros y enciende uno mientras selecciona el disco adecuado para el momento. Pascual Augusto Santos pone en el aparato musical un ejemplar de Agustín Lara. Y deja para entonces la copa que cae estrepitosamente en el piso, y concluye en tomar el vino de la botella sorbo por sorbo y mientras comienza a reírse mientras llora. Luego se dirige hasta el tocadiscos y en el pone un ejemplar de Agustín Lara y comienza a danzar con el gato mientras reiré y llora desconsoladamente escuchando Farolito. Enseguida sufre un ataque de tos y el gato cae al piso y huye a esconderse.
—Mierda. ¡El mundo es una mierda! — gritaba —.
Después tomó la botella de vino y continúo bebiendo su amargura arraigada por los años en su corazón marchito.
El sonido del piano de Lara deambulaba por aquel departamento, y el viejo lloraba sentado en el su mecedora. Después reía y fumaba mientras cantaba; Amores abras tenido, muchos amores María bonita, María del alma, pero ninguno tan bueno ni tan honrado como el que hiciste que en mi brotara.
Pascual Augusto Santos recordó todo lo bueno y los pecados de su vida, mientras que Piensa en mi/ Noche de Ronda/ Veracruz/ Farolito/ María Bonita/ Aventurera/Amor de mis Amores/Granada/ conseguían darle la absolución a su alma. Después Pascual Augusto Santos al escuchar esas canciones que dicen tantas cosas bonitas con las que se arrullan corazones cerró los ojos y con calma y feliz entró a un sueño del cual jamás despertaría.








Francisco Rico Hernández.
Del libro de cuentos de (Francisco Y Viceverza)
de Francisco Rico Hernandez.
19 de agosto del 2010.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Sollozos.

Hoy en el malecón vi a un hombre llorar, y de pronto
Tuve ganas de llorar con él.
Ambos teníamos dolores diferentes pero compartíamos
La misma rabia, angustia, lagrimas.
No se que dolor le causaba ese sufrimiento,
que algo en mi pensaba que podríamos compartir el dolor,
el duelo, la resignación.
Quería llorar con aquel hombre para así calmar este corazón
Hinchado de necesidades.Huérfano de sus besos.
Ahora que estoy solo y él no esta lo extraño aunque ni siquiera
Nos conocemos. Me siento verdaderamente pequeño a un lado de los demás.
Me duele que me duelas sin tener un sitio preciso
en mi cuerpo donde doler.
Eres como un veneno de necesidades,
como el polvo que no deja ver mis ojos.
No dejes que se aparte de ti los rastrojos
de estas cenizas que cubren la olas donde suelo llorar.


Francisco Rico Hernàndez.