miércoles, 14 de enero de 2009

Cosas de un vagabundo

La música salsa que se escuchaba en la calle me susurraba al oído; Volver a verte evitaré, en el piso la escoba del anciano borraba el tiempo y los caminos, otro anciano para despabilarse intenta hablarle a las palomas.
De pronto el parque que al principio de mi estancia estaba casi vacío empieza a poblarse de transeúntes que caminan despacio hacia ningún lado. Algunos se abrigan del frío y otros como yo, nos aguantamos.
La luna se establece en el cielo y le da vida a las sombras, al mismo instante que los faros se encienden.
Observo a un conjunto de ex señoritas reírse de la manera mas vulgar y descarada, los alumnos de las escuelas del turno vespertino llegan al lugar mas indicado para fumar, ahí conversan, se carcajean y se atreven a volver a caminar, anticipo que alrededor de una hora harán lo mismo.

Tengo en mi mochila el libro de Pedro Páramo de un tal Juan Rulfo y un borrador de Nosotros el cual hice en noviembre y que aun no lo termino. Me siento un poco mareado por fumarme un cigarro que le quite de la manera más gandalla a la “Rubia” que es un bolero casi de cuarenta años, muy mal hablado. Ahora tengo ganas de orinar.
Sin pedir permiso se establecen en mi espacio una ex novia y su prima, la prima lleva puesto un chaleco plateado el mero estilo de un Guarda Costas y me hace recordar que hace unas horas atrás vi en la televisión un documental del Titanic, me reí de ella. Mi ex novia me dice que mañana se regresa al Estado de México y suelta una sonrisa de picardía, yo no me emociono, y ella ante mi conducta impasible insinúa que soy gay.
– A lo mejor y si- contesté.
Poco después se despidieron prometiendo regresar, se fueron gracias a Dios.
Miro unos metros más allá y observo a una tertulia de policías, que coleccionan recuerdos y que se instalan en la esquina del parque pareciendo a mi parecer un conjunto de putas en huelga. El frío aumente y no hay mujeres de paso cerca que se atrevan a quitármelo; si hay, es que no me gusta ni una. Lo único decente que hago es mandarle saludos a una compañera de la escuela, nada relevante.
Tengo ganas de orinar, tendré que ir al Café el cinema, allí gracias a la amistad que hice con doña lupita no me cobraran, y hasta a veces antes de irme me regalan dulces, eso me pasa por ser tan agradable o gracias al “Verbo” como diría mi buen amigo Alan. Justo cuando me disponía a descargar mi entusiasmo, un tipo que no recuerdo como se llama me dice:
— vamos a dar la vuelta en mi motocicleta.
— Bueno— dije—.
Después de un par de arrancones que dio ese cabrón, juré no volver a subirme con él, además recordé el pánico que tengo por las motocicletas.
Sin embargo, ese paseo me sirvió para despeinarme, ahora si me siento bien, peinado a la voluntad del viento. Regreso al café y ahora si orino.

Antes de esperar un buen pretexto que me sirva de escaparate para este principio de la noche, apunto la hora en que mi alma necesita un cuerpo que acariciar 8:13 PM. Ya recordé a Marisa.
El viento no se lleva mi recuerdo que es en vivo en mi mente, son conjuros de la imaginación, pensé. Ahora pienso yo que no hay espacios donde mis labios se establezcan, pongo un circo y me crecen los enanos.
Luego, ya mas tarde y mas abstraído en los recuerdos que se le ocurren regresar, mas raro me siento, mas solo.
Por fin se me ocurre parpadear, y miro a mi abuela caminando por el parque junto a mi madre, las llamo y conversamos de asuntos triviales, antes de darme dinero me dicen:
— No llegues tarde.
— Creo que ya es costumbre, de sobra lo saben.
Se despiden y yo sigo caminado.

Francisco Rico Hernandez.

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