martes, 24 de agosto de 2010

Aquella noche.

Me había deslumbrado igual que un niño cuando ve algo extraordinario por primera vez. Eso fue a consecuencia de una caja musical enorme que un organillero utilizaba por primera vez en mi pueblo. Era un hombre que utilizaba anteojos y que dibujaba treinta años a cuestas, acompañado por una mujer seria de cabellos de bronce. Ellos habían venido del DF en un viaje expedito a Cosamaloapan. Esa noche era jueves y la noche anterior los ciudadanos se habían deslumbrado con el primer eclipse lunar del año. Yo discurría como siempre en el parque central con mochila al dorso la cual tenía trozos literarios que escribía en una libreta trotamundos, un libro de García Márquez y lapiceros con los cuales capturaba los versos improvisados que me sorprendían a cualquier hora.
Mientras fumaba con mis amigos escuché la música que deambulaba dulcemente en mis oídos. Él organillero daba un concierto amateur con una música tan pura, inmaculada, amena y al mismo tiempo tan añeja, que sentí una nostalgia porque esas notas musicales habían quedado brillando en el exilio del olvido. La música suspendió todos los ruidos de la calle, mermó los gritos de los indecentes, enamoró a los enamorados que se besaban, deslumbró a los jóvenes e hizo recordar a los viejos y calló a los que charlaban. Yo quedé gélido ante aquellas partituras de fábula. Me quedé en una abstracción ignota, deslumbrado como si hubiera visto por primera vez a una mujer desnuda.
Después me aproximé hacia ellos y les pregunté lo que mi curiosidad me ordenaba. Mientras la mujer de cabellos de bronce pedía un par de monedas a los transeúntes, su compañero aceptó con gusto mi entrevista improvisada. Él me dijo que en plena segunda guerra mundial Hitler donó al gobierno mexicano un par de organillos, hoy en día estas cajas musicales aun no se jubilan pues si lo hacen estarían matando algo más que música, le faltarían al respeto a la identidad mexicana. Él organillero me explicaba que los organillos por estos días ya no se fabrican, <<>>, les dije. Ellos rieron. Extraje de mi bolsillo del pantalón un par de monedas y las deposité al sombrero café que parecía de agente de tránsito y no de un organillero decente. Me alejé de ellos con el único propósito de capturar está vivencia que perdurara en el tiempo a través de una imagen fotográfica. Después de andar exasperado por no encontrar un celular con cámara, mi amiga Alejandra me hizo el favor humano de prestarme su móvil. Ya todo estaba listo para la fotografía del recuerdo, David probaba escrupulosamente las funciones nocturnas de la cámara para que no hubiera tropiezo alguno en la calidad de la fotografía, yo por mi parte me peinaba y ensayaba mi mejor ángulo fotográfico para salir guapo en la foto. Cuando le propuse al organillero que nos tomáramos la fotografía él con remilgos de cabrón se negó rotundamente argumentando que las fotografías son mal usadas por la prensa y que el sindicato nacional de organilleros se los prohíbe. << Lo siento>>, dijo impasible la mujer. Yo caminé mostrando una sonrisa apretada y exclamé colérico, << Hijos de Puta>> Lo que la música había trasformado en gloria pura, el sindicato de los organilleros lo volvió mierda.

Después de esto aprendí que la naturaleza tiene esa estética de cautivar y sorprender al ser humano, mientras éste tiene el talento de decepcionarla con sus acciones, con sus reglas y locuras. Recuerdo que aquella noche mágica fui feliz, pero la felicidad me duró lo que dura un estornudo. Antes de irme me pregunté:
— ¿A caso ocultaban algo?


Francisco Rico Hernandez.

4 comentarios:

Emilia Fabiola Altamirano dijo...

La música de dulces elodías conquista y atrapa. No se si ocultaban algo pero si subsisten gracias a "la gorra" no les ha de gustar que todo el mundo los vea. Buscan cuativar y sorprender, no tienen grandes sueños, solo vivir de su arte.
Un fuerte abrazo argentino.

Miss Morphine dijo...

¡Cuánto tiempo!
Espero que te vaya bien :)

Miss Morphine dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Diario de un PEaton dijo...

Fue una noche de dias buenos.