sábado, 16 de mayo de 2009

La Herencia de Don Feliciano.

Yo vi cuando la vendieron. Yo vi cuando su padre, don Feliciano, el cuidador de becerros vendió a su hija Mercedes con un foráneo disque comerciante de ropa.
La pobre no pasaba de los quince años y era tierna como los pétalos de las rosas, sus ojos negros intensos sollozaban como las lluvias de mayo, era flaca y su color de piel era el de la azúcar morena.
Yo vi cuando su padre la tenia parada junto a él al pie de la puerta de su casa, vi cuando su hermano y sus otras dos hermanas que aun miaban la cama la despedían mientras le colocaban junto a ella una caja con su ropa, dos cacerolas de barro y una muñeca vieja que se llevaba la niña grande.
Su padre era inmune a las rogativas de la pequeña Mercedes, a ella la pobreza le mataba la inocencia.
Escuché a los perros ladrar cuando un hombre, su futuro esposo llegó con su camioneta destartalada a buscar la inmaculada herencia de don Feliciano; la casta y virtuosa de Mercedes.
Mientras don Feliciano reciba el dinero que había acordado por la venta del cuerpo de su hija, observé claramente la humanidad de aquel hombre ignoto. Él tenia puestas unas botas de culebra muy sucias, el pantalón con la bragueta rota y por culpa de su obesidad la camisa cuadrada que lo cubría carecía de dos botones; era muy feo y mal hablado , pero eso si, con el dinero suficiente como para comprarse una virgen de a deberás y llevársela a su cuarto.
Después de tener todo en orden lo subsecuente fue que comenzó apretar el frio en la sierra.
Mercedes vio por última vez su pobre hogar, camino en dirección hacia sus pequeñas hermanas y les susurró al oído con amargura:
— Váyanse de aquí cuando puedan.
— No podemos — contestó una de ellas—.
— ¡Que se larguen lo más pronto posible!
— No podemos hacer eso, tenemos hambre.
Aquellas palabras ostentaban la condición de infortunio que se implantaría en el destino de sus hermanas. No hubo una despedida familiar, ni mucho menos mas lagrimas, simplemente las manos se movieron en el aire de un lado a otro y la desdicha, madre de esta terrible realidad apretó el corazón de todos y cerró las ventanas del alma que son los ojos, secando así toda gota de felicidad.
Yo vi todo eso, y mientras se me escurrían las lágrimas de los ojos vislumbré como se alejaba la niña Mercedes.

Esa misma noche me fui a la cantina de Jonás, ahí quería emborracharme para matar mis pobrezas, mis penas. Aquel lugar no tenía moral, las cuatro paredes estaba teñidas en un acto ambivalente de alegrías y tristezas, nada ahí era sublime, todo era desaliñado y lánguido. Le pedí al cantinero un trago mas desde mi mesa, al instante miré como don Feliciano entraba a la cantina impasible. Ese anciano no debía de pasar de los sesenta años y cada invierno que pasaba en esta sierra su corazón se volvía más gélido.
— Don Feliciano, siéntese aquí — le dije—.
— ¿Quien eres tú? — me preguntó —.
—Soy Gaudencio, el mismo flaco que vivía enfrente de su casa. Me fui del pueblo con mis padres cuando tenía diez años de edad a los United States, pero me los mataron al cruzar y por eso sólo me quedé allá nueve años tratando de sobrevivir, y ahora vuelvo con más pena que gloria a mi pueblo.
— Pobre de ti muchacho.
—No se fije don Feliciano, la vida me ha hecho hombre y yo no sé rajarme, por eso decidí regresar para empezar de nuevo, aquí en este pueblo en donde no crese nada, en donde la tierra no produce mas que miseria y desgracia — le dije—.
Don Feliciano no se atrevió a contestarme, pido una copa de brandy y mientras la bebía yo miré en sus ojos la amargura de su persona, el descuido de amor en el que había vivido tantos años.
— Cuénteme a usted como lo ha tratado la vida.
—Pues uno siempre esta acostumbrado a sobrellevarla como puede, la pobreza no perdona, la pobreza duele en la panza — agregó—.
— Ahí son los pesares.
Mientras continuábamos bebiendo en aquella cantina de pobres él me contó que por fin tenia una excusa para burlarse de la pobreza, me dijo que había logrado cobrar la herencia que le dejó su esposa muerta. — No tuve otra cosa mas que hacer— narraba— su madre me dijo que Mercedes era lo único de valor que dejaba a la familia, y por esa razón tuve que venderla, siguiendo la tradición del pueblo — Don Feliciano ya estaba harto de andar siempre con el ombligo pegado al espinazo, ya no veía lo duro, si no lo tupido. Con su miserable sueldo de cuidador de borregos tenia que mantener a cuatro bocas y todavía tenia la mala suerte de estar viejo y el inconveniente de haber nacido pobre.

Dos horas después cuando la noche es más pesada y el frio te cala los huesos, don Feliciano me dijo así nada más, sin preámbulos:
— Gaudencio a mi hija la vendí por trescientos pesos.
Hijo de toda su madre, pensé, vendió a la chamaca por tan poco, hasta yo la hubiera comprado, hubiera vendido por ella mi colchón y mi caballo, el negro que tanto me gusta.
Pero créanme cuando se los dijo, el dinero no le duró mucho, yo lo vi, se los digo de verdad. Esa misma noche tuvo que pagarle lo fiado al señor de los abarrotes que apunta de navaja le cobraba la deuda, también el muy pendejo se calentó demasiado y le agarró las nalgas a una puta que traía macho esa noche provocando así una pelea grande. Al final tuvo que pagar los desmanes que provocó, mesas quebradas, cristales rotos, y botellas despilfarradas, y aunque vendió su chamarra y se quedó con frio aun quedó debiendo la cuenta de la borrachera.


Francisco Rico Hernandez.

3 comentarios:

Laura Sánchez dijo...

A veces hablar de cosas tan sencillas puede convertirse en algo de lo más complicado. Supongo que mis últimos textos no están escritos de forma tan críptica como otros, los que tan sólo yo entendía.
Tampoco pretendo que todo aquel que pase por mi blog tenga que adular mis textos, pues está claro que el que ve algo como una obra maestra a otro le puede parecer una bazofia.

¿Sabes? Me has recordado en cierto modo a la forma de escribir de Eduardo Mendoza, está claro que hay muchos factores discrepantes, como puede ser el uso de algunas palabras tuyas de origen de tu país, pero he de reconocer que me ha enganchado de principio a fin ese aura de pobreza y desdichez que envolvía a los personajes.

En resumen, me seguiré pasando para brindar por la salud de las palabras, que últimamente enfermece por culpa de la sociedad.

Un besito.

marta dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
marta dijo...

Ya sé yo el esfuerzo que le pongo a mis escritos, y ése es un punto incuestionable. ¿A qué te refieres con eso de "para ser una chica"?


En fin, dejando a un lado eso, debo decir que tu escrito está bastante bien, desde el punto técnico tiene algunas faltas de ortografía y hay algunos errores como signos de puntuación invisibles, pero por lo demás es correcto. La historia en sí me ha llamado la atención. Me pasaré por aquí más a menudo.

Un beso MUYGRANDE :)