miércoles, 5 de mayo de 2010

Ángel del oeste.

A Guadalupe Hernández Vázquez.


Y a Cesar Alejandro Rico en el dia de su cumpleaños.







Debí de haberme encontrado hace años atrás y un par de soles antes de la primavera de Prudencio Esquinas, un joven vagabundo en busca de nada. Impasible ante la vida y desembarazado de todo prejuicio, norma y utopía de la sociedad. Era como yo quise ser toda la vida: nunca lo logré. Nunca supo nada acerca de su origen o quienes fueron sus padres. Sobrevivió a duras penas en aquel terrible orfanato donde todos los días tenía que despertar a las cuatro de la madrugada a cortar trozos de tomate para el desayuno inmemorial de cada mañana.
Una noche antes de la navidad Prudencio Esquinas desapareció del lugar donde lo mantenían en cautiverio. Saltó la barda con mochila al dorso, a sus diecisiete años de edad se enfrentaba a la calle, era lo que tanto había esperado.
Pasaron los años e inimaginablemente viajó por casi todos los estados del país, pero en una de sus paradas extraviadas fue donde lo encontré.
Era martes y llovía, la manera más adecuada de disfrutar ese hermoso clima de Orizaba era tomándose una taza de café en El gran café de Orizaba ubicado en el Palacio de Hierro antiguo Palacio Municipal, construido en Bélgica, por la Societé Anonyme des Forges D’Aiseau, es una magnifica estructura de hierro, la cual completamente desarmada fue enviada a México a bordo de los buques de la compañía Trasatlántica Francesa. El lugar es elegante, hay meseros refinados apunto de casarse con su oficio despabilado que llevan sobre sus rostros la seriedad de su encomienda, el piso es de una duela excelente, sobre los muros de metal hay historita y un par de cuadros sobre caballetes, además de una cafetalera de abolengo y una carretilla dorada en la cual hervían café sobre las calles en los nostálgicos años sesentas. La proporción de distintos cafés amenizaban los antojos de la melancolía y de la soledad a la gente que se congrega en esa ciudad de lluvias nostálgicas.
Ordené una taza de café guatemalteco, eso provocó una caída en mi economía que no me alcanzó para un café colombiano, había olvidado lo difícil que es darse la vida de rico en estos días. De pronto un tipo se me aproximó y me susurró al oído:
—Ángel del oeste.
—A Dios gracias — le dije —, pero mejor seria si estuviera a la hora de lidiar con los problemas de la economía.
—Ángel del oeste — lo repitió apretando los dientes —.
—No lo sé — contesté de un tajo —.
—El problema es que ya está pagado el envío.
—Apreté la mandíbula y quedé desconcertado.
—Yo camino de esquina a esquina alrededor del país, mi nombre es Prudencio Esquinas — se presentó—.
Él tenía el oficio solemne y muy reconocido de pasar al otro lado al que se quedó del lado de los jodidos. De Latinoamérica para los Estados Unidos. Prudencio era la persona encargada de llevar de contrabando a toda persona dispuesta a soñar el sueño de soñar menos con el sueño americano.
Desde que salió del orfanato se prometió así mismo ayudar a las personas que no se encuentran felices en el lugar en donde están, cómo él algún día lo estuvo. Era una manera de conmiseración hacia el tipo que suda la camisa al caminar por el desierto, o se la moja con el agua del Río Bravo hacia los condenados a cien años de pobreza.
Después de aquel suceso de encuentros imprevisibles salimos del Palacio de Hierro y nos dirigimos al parque Castillo donde un centenar de montículos de origen celular abarrotaban un pasillo del parque. Un conjunto de rubias hermosas desprendían un aroma a magnolias y adornaban con su belleza de fábula aquel parque. < ¿Entonces no sabes lo que quiere decir Ángel del oeste?>, me preguntó. Me incliné por la tangente y le dije que no.

Hace años atrás en uno de sus múltiples viajes constructores de sueños Prudencio Esquinas viajó con María Candelaria Salazar y Amado Paz, un par de oaxaqueños buscando el sueño de soñar más. Recordaba sus nombre porque significaron mucho para él y descubrió que los que se dedican a eso de reivindicar oportunidades y destinos, muchas veces se olvidan del sentido común, del sentido humano, y sólo les interesa el dinero más que la integridad del paisano latino que pone toda su fe en sus trampas.
De no haber tenido ésa fobia imprudente Amado Paz hubiera cruzado el río: pero no lo logró. María Candelaria llevaba en brazos a una niña de cinco años de nombre Luz María que era por lo que se atrevían a desafiar las desaventuras de una realidad de terrible calamidad.
Cruzaron el desierto a las once de la noche, durmieron toda la tarde para que el sueño no fuera una carga. Discurrieron treinta kilómetros debajo de la inmensidad del cielo sideral con luz de luna. La temperatura comenzó a bajar, y las ráfagas de arena conseguían moverles el coraje para darle paso al miedo. La única persona que lo disimulaba o lo eludía era la pequeña Luz María, nunca aprendió el miedo heredado de manera que nunca lo sintió hasta el instante de presenciar el final del camino. Para pasar a tierra de Donald Trump, Michelle Jackson, y míster Obama una valla electrificada conseguían separarlos.
La niña se asustó, su madre le colocó en su cuello un collar plateado, con una medalla de un ángel inclinado al oeste que le fue otorgado de premio por ganar un concurso de pinturas en el Caribe. Amado Paz tomó con las manos la valla electrificada y soportó los miles de kilowatts gringos, se mantuvo firme. Levantó la valla para que su esposa pasara mientras Prudencio ayudaba a la pequeña niña a pasar. Los tres consiguieron llegaron al otro lado, luego sin anticiparlo un estropicio se escuchó y centenares de disparos sacudieron a los padres, matándolos. El infante consiguió escabullirse por debajo de la valla en el último intento de su padre por salvarla, la nena y Prudencio Esquinas escaparon de aquel terrible lugar.

Hace un par de días Prudencio Esquinas recibió la llamada telefónica de Luz María, después de quince años, aquella mujer de piel canela tenia la idea de emprender la aventura del sueño americano, pero ahora acompañada de un hombre Poblano que resultaba ser su esposo. Por esa razón consiguió el número telefónico de Prudencio Esquinas, el cual a través de los años se había convertido del dominio popular.
Ellos acordaron reunirse en El gran Café de Orizaba, sin embargo aquella ocasión Luz María tuvo que abandonar el autobús que la llevaría a la ciudad pactada ya que su esposo había sufrido un repentino ataque de tos.
Cuando salimos del café y conversamos de los menesteres que realizaba, Prudencio Esquinas me miró exactamente en el espacio de la pupila que duele y compromete, luego terminó diciéndome:
—Tienes que ayudarme porque sinceramente tengo miedo.
Y como era el amigo más cercano que tenia a la vista y al alcance opté sin tregua alguna acompañarlo, sin premeditación había iniciado una amistad con aquel hombre.
Ese mismo día Prudencio Esquinas llamó por teléfono a Luz María, ambos acordaron reunirse en ciudad Juárez. Viajé más de quince horas con el culo entumido y la columna rota por la dureza del respaldo del autobús.
Al llegar a la ciudad nos aguardaba en una cantina ambigua Luz María y un taciturno poblano, Juan Ayala.
—Ángel del oeste—dijo Prudencio—.
—Nariz de zanahoria y culo de elefante— contestó ella—.
—Mi chaparra buena parte— sonrió y se burló Prudencio—.
Tomamos la misma receta contra el sueño y partimos a las once de la noche rumbo a los Estados Unidos. Discurrimos el desierto como coyotes hambrientos, burlando otra vez la valla electrificada y nos adentramos a un pequeño bosque. Tenía yo la adrenalina corriendo por mis venas, de improviso le saltó un enorme perro al esposo de Luz María, los oficiales le dispararon a Prudencio Esquinas a quemarropa; Juan tenía el rostro destrozado y murió desangrado. A lo lejos lentamente observé el cuerpo de Luz María caer inerte con los ojos puestos al oeste, después de lo ocurrido comencé a sentir las miradas de los policías norteamericanos y al mismo instante sentí caliente el pecho y me ahogaba con mi propia sangre, antes de morir escuché que uno de ellos dijo en un español legítimo:
— No te preocupes son mexicanos.



Francisco Rico Hernandez.

22 de julio del 2006.

8 comentarios:

pájaro pequeño dijo...

Besooo

Suso dijo...

Excelente escrito, me ha gustado mucho. Un fuerte abrazo en tu camino

Miss Morphine dijo...

Te agrego, pues.
Pero apenas utilizo el msn.
Cuánto tiempo sin pasarme por aquí! un beso

Mayte Llera (Dalianegra) dijo...

Hola, Francisco. Me he gustado mucho este relato, realista como la vida misma y cruel como ella, con un final triste y desalentador, no sólo porque la muerte se hizo omnipresente en él, sino por la insolidaridad y la xenofobia humana, que a veces viene, incluso de los propios hermanos de raza, pues parece que el agente debía ser también hispano, a juzgar por lo bien que hablaba castellano, ¿no? Un beso y muy feliz fin de semana.

La Caperucita que se enamoró del lobo. dijo...

:)

Nati Jota dijo...

Me gustó. Gracias además por tus palabras tan sabias, con tanta buena onda y buenas intenciones. Por otro lado, me da curiosidad por qué en el perfil ponés algunas mayúsculas jajajajaja es una boludés pero bueno.

Xiomara dijo...

Terrible cabalgata de sueños truncados…como un hacha decapita a la niebla con la que quieren ocultar la realidad…inmigración…marginación… xenofobia…me gusto mucho …me atrapaste hasta el final …besos Francisco

Laura Sánchez dijo...

Haha, ¿y esa proposición así, repentina?

:]