jueves, 8 de octubre de 2009

HOTEL


Recuerdo que era noviembre. Si, ese mes era, porque recuerdo que en la recepción del hotel condenado a dos estrellas al que fui me robé de la ofrenda un dulce.
A la señora que mostraba los estragos del desvelo en su rostro le pagué el peaje barato que me daba la entrada al paraíso, ella me asignó el cuarto numero siete y entonces pensé: — Es el número de la suerte. Desafortunadamente olvidé por error el nombre de aquel lugar, templo del morbo y descanso para los viajeros pobres en busca de nada. Sólo se que estaba ubicado en el callejón Pino Suárez, son de esos que casi nadie camina en las horas del desvelo. El hotel era de cuatro pisos, con luces de neon en la recepción, misma que tenia espejos colgados en cualquier espacio en la pared y un anuncio de Coca-Cola en una lamina oxidada.
Mientras subía las escaleras estaba pensando si lo que iba hacer a mi edad era lo correcto. Entonces para no hacerle caso a la moral encendí un cigarro de mi cajetilla nueva. Al llegar al segundo piso caminé por el pasillo sombrío y abigarrado, a consecuencia de los nervios la llave de la habitación se me cayó antes de meterla al cerrojo.
— Mierda — dije—.
Las levanté y a continuación me dispuse a abrir la puerta. Al entrar al cuarto encendí el apagador y me encontré de frente con un ambiente triste, con una cama compartida con tantas gentes, con un olor a nada, con el cementerio exacto de amores claudicados y el lugar de receso de aventuras fervientes. Me encontré con el espacio vacío de mil vidas vividas. En el cuarto de hotel había dos sillas, una cama individual, un baño pequeño y un buró de madera apolillado con un cenicero con el nombre de otro hotel. Deslicé las cortinas de la ventana y miré hacia la calle y me distrajo un gato negro que me miró fijamente. Tuve que alejarme de la ventana por aquella sensación que me dio al ver al gato. Me acosté en la cama y para entonces encendí otro cigarro y evoqué algunas aventuras que años atrás realicé en cuartos como este con tanto fervor. No había notado que un espejo se establecía en el techo, justamente arriba de la cama, creo que para elevar los egos de los amantes de una hora. Me sentí un poco avergonzado por estar mas solo que un espantapájaros en el lugar más indicado para realizar el ejercicio básico de buscar en el sexo las sobras de los amores caducados.
Para entonces mi celular sonó al ritmo de Barbie súper Star de Joaquín Sabina.
— Hola — dije —.
— Te habían dicho que estás loco — agregaba ella — a tu edad como se te ocurren
tantas pendejadas.
— Vas a venir ¿Si o no?
— Esta bien, en cinco minutos llego — finalizó Isis—.

En la puerta, con una puntualidad estricta se escucharon los llamados de Isis. Me apresuré a abrirle la puerta y cuando la vi le dije:
— Tu puntualidad me asusta.
— No todos somos como tú de impuntuales.
— Te ves terriblemente bella — apunté—.
— Dime algo que no sepa — dijo con desden ella—.
— ¿Y dime como supiste en que cuarto estaba yo?
— Pregunté por ti en recepción, eres el único pendejo que viene a un lugar como este y solo.
— Se llama hotel Isis, y ahora tú estas conmigo, pasa.
Ella entró al cuarto y apenas se atrevió a mirar el lugar. Isis no lucia tan hermosa como le dije, pero para ser sincero si era muy bonita. Llevaba puesto un vestido de gala color lila escotado de una sola pieza, unas zapatillas doradas que combinaban con su bolso de mano, el aroma de su perfume de Carolina Herrera que tenia impregnaba un olor diáfano a flores frescas, su cabello lo tenia suelto, y las uñas de sus manos eran perfectas, con sus ojos de atardecer y su maquillaje sutil mostraba su belleza al natural; una belleza de Caribe, diría yo. Isis se acomodó en una silla mientras yo la miraba aun ubicado detrás de la puerta sin saber que decirle.
— ¿Quieres que pidamos unas cervezas o una botella de tequila? — me preguntó —.
— Tequila, hoy no tengo ganas de vomitar.
— Me parece bien.
— Espérame un momento bajaré a pedir la botella y unos vasos y hielo— le dije—.
— Toma mi tarjeta de crédito, es que no tengo mucho efectivo— agregó ella—.
— No jodas, ¿Crees que en un lugar como este aceptan tarjetas de crédito?
— No verdad.
— No.
— Perdón no te enojes, además esta noche contigo no quiero pelear, hoy no. — me dijo Isis—.
— No te preocupes no lo haremos.
Ella me sonrió sinceramente y entonces salí de la habitación y bajé comprar las cosas a la recepción.
Antes de partir de nuevo al cuarto la señora me preguntó sin miramientos; ¿Quiere usted condones joven? Me detuve un momento a pensar en lo que me había preguntado, y saliéndome de la abstracción me atreví a lanzarle la respuesta tímidamente: No, gracias.
Cuando llegué al cuarto Isis me dijo que esta noche podría ser muy larga. Después nos
servimos el tequila con refresco acompañado por un par de peces de hielo. Brindamos y nos bebimos la primera copa en un sólo sorbo. Saqué mí cajetilla y encendí un cigarro.
— ¿Quieres un cigarro?
— No, gracias ya dejé de fumar.
— Me parece perfecto— le dije—.
— Gracias por preocuparte por mi salud — me agradecía —.
— No era eso. Digo que me parece perfecto que ya no fumes, así no tendré que compartir mis cigarros.
— Eres un idiota — finalizó Isis—.
Si ella me hubiera preguntado el motivo por el cual estaba conmigo en un hotel, yo no hubiera encontrado la justificación adecuada que me exonerara de cualquier cargo con culpa. Sin embargo sabia con mucha lucidez que este lugar era el idóneo para que los dos estuviéramos solos, mas unidos que nunca, este hotel de mala muerte para mi era la boca de Dios. Ahí no había nada de prisas, miedos, muertes, hambre, mentiras, menstruación. No alcancé a notarlo antes pero vislumbré que en el dedo medio de la mano izquierda tenía un anillo de oro, ella notó que mi vista descubrió su prematuro secreto, mientras se lo sacaba del dedo me dijo:
— Justamente hoy me pidió que fuera su esposa.
— Tú lo has dicho Isis, justamente e inconvenientemente hoy.
— Aun no sé si lo amo.
— ¿Es abogado verdad? — le pregunté—.
— Si — contestó un poco confundida—.
— Dicen que los abogados saben poco de amor, pues el amor se cohíbe en los juzgados — agregué—.
Entonces ella se atrevió a decirme el mejor piropo de toda la noche: — Eres un hijo de puta.

No podría creer que esa mujer que no pasaba de los veintidós años tuviera una propuesta tan indecorosa como la propuesta del matrimonio. Nos servimos otra copa de tequila, y algo había ahí que me inspiraba el desgarramiento de mi timidez.
— Fúmate un cigarro, te hará bien— insistí—.
— Creo que tienes razón, dame un uno.
Yo había sido el culpable de que ella aprendiera a fumar. Años atrás una noche, en un portón que no era el de su casa ni el de la mía le confesé inoportunamente que me gustaba, le propuse de la manera menos indicada que fuera mi novia, Isis por esos años no se atrevió a responderme, sólo me pidió un cigarro y sin darnos cuenta entre los dos nos acabamos una cajetilla hablando de lo que sentíamos. Desde ese momento comenzó a fumar.
— ¿Porqué lo nuestro no funcionó?
— Tú lo arruinantes — afirmó ella—.
— ¡Yo!
— Si tú compañerito. Éramos buenos amigos, nos entendíamos, me escuchabas, me escribiste poemas. Pero después los dos no nos aguantábamos, discutíamos mucho, por culpa de nuestro carácter que son incompatibles. Además que le gustabas a mi prima.
— Mierda no sólo fue mi culpa, usted señorita también la cagó. Eras un crucigrama para mí. Además no exageres sólo te escribí dos poemas — aclaré —.
— Mejor cállate, no quiero discutir contigo como siempre. Además te informó que hubo otra cosa por la que no fuimos novios, ese pequeño detalle fue el hecho que eras muy mujeriego— añadió con remilgos—.
— No jodas Isis, te repito hasta la noche de luna que Merari sólo era mi amiga.
— Por favor francisco no me hagas reír, eres hasta descarado.
— Te informo que ya soy mas maduro que antes.
— Esta bien — dijo ella—.
La noche se hacia mas vieja, y las horas del desvelo y de los excesos hicieron acto de presencia en los cuartos vecinos. Me levanté de la cama en donde estaba sentado y tomé el cenicero lleno de colillas y lo vacié en el cesto del baño. Isis se sirvió otra copa de tequila y empezó con su clásico jueguito de halarse el cabello, luego me miró, cruzó las piernas y sensualmente me pidió que le encendiera el cigarrillo. Lo hice mientras me temblaban las manos. Después me senté en la cama y me quité el abrigo, ella tuvo el descaro de invadir mi espacio y se sentó en la cama, junto a mí. Sabía que ese acto de locomoción correspondía al evento pronosticado por el cual estábamos en aquel lugar. Isis me tomó de la mano y me susurró sin preámbulos al odio:
— Háblame de ella, de la bella.
— Me estremecí.
— No — apunté con autoridad—.
— Ha estas horas aquí, eso seria lo mas decente y romántico — me dijo—.
— Te puedo contar de muchas cosas; de la puta de mi vecina, de las preocupaciones que no tengo, te puedo hablar de literatura, de los abogados y hasta de política, pero por favor no me pidas que te hable de la bella.
— Es ahora o nunca — sentenció—.
Cuando me disponía por fin hablarle de la bella el momento fue destemplado por los ruidos que venían de la puerta. Presuroso atendí el llamado. Cuando abrí la puerta lo reconocí a primera vista aunque se hubiera dejado el cabello largo, era César y le dije:
— Carajo hubiera preferido que me partiera un rayo.
— Buenas noches Julianito — dijo con ánimos de fiesta—.
— ¿Y tú impúdico animal adicto a la inmoralidad como supiste que estaba yo aquí? — le pregunté —.
— Me llamó a mi móvil Isis, y me dijo que viniera. Cabrón se que te gusta dejar nombres falsos, pero el que dejaste esta vez en recepción me pareció muy gay, no mames “Julián”, que maricon me saliste — me dijo burlándose César—.
Isis se rió brevemente y a continuación César pasó y nos preguntó que carajos hacíamos los dos solos en un hotel, con tequila, cigarros, y cuestionó por ende el porque Isis estaba en la cama sentada despeinada y yo sin mi abrigo. No le di explicaciones ni ella tampoco.

— ¿Que hacemos para que valga la pena este desvelo? — preguntó César—.
— Quiero que “Julianito” — decía Isis mientras se burlaba — nos cuente ahora si de la bella.
— No hay gran cosa que contar, porque no mejor nos emborrachamos hasta perder el conocimiento — propuse—.
— Ni madres cabrón. Tú algo tienes, desde que regresaste de Xalapa estas más raro que de costumbre — me dijo César—. Tienes que contarnos acerca de la bella.
— Sabias César que Isis se va a casar — interrumpí—.
— ¿En verdad?
— No mames cabrón, no cambies el tema — apuntó Isis enfadada—.
— ¿En verdad te vas a casar Isis? — volvió a preguntar César—.
— Según ella, pero cometería un gran error si se casa con él, ni siquiera esta convencida de hacerlo — agregué—.
— Si estoy convencida, pero aun no se si lo amo — dijo Isis confundida—.
— Ves Cesar lo que te digo, como entender a las mujeres si ellas mismas se contradicen. Esta mujer, ¿Acabas de escuchar su confuso argumento?
— Los hombres son unos pendejos, ustedes tienen en su naturaleza la capacidad de arruinarlo todo y precipitar los hechos con sus prisas — aclaraba ella— si las cosas salen mal nos culpan. Nosotras siempre pedimos a hombres que nos escuchen, que sean tiernos y que nos hagan sentir respetadas y amadas.
— ¿Entonces por que luego andan de novias con cada barbaján? — preguntó Cesar—.
— No les digo que los hombres son unos brutos, eso es lo que “pedimos”, pero no muchas veces es lo que necesitamos, lo que queremos es un hombre que nos haga sentir mujer en todos los aspectos — nos dijo Isis —. Pero claro también tienen que ser tiernos y amarnos.
— No mames de cual te fumaste Isis, como es eso que lo que piden las mujeres a veces no es lo que necesitan — dijo mi amigo —.
— Yo si lo entiendo. Las mujeres son un misterio, un dulce misterio, por eso me gustan tanto — finalicé—.
Para entonces César se había servido una copa de tequila, encendió un cigarro y caminó rumbo a la ventana y contempló la avenida desabitada, por mi parte me recosté en el hombro de Isis y me sentí más cómodo, ella deslizó su mano en mi antebrazo y se sorprendió de la suavidad de mi piel. Mi amigo se bebió otra copa de tequila y encendió otro cigarrillo. Tenia claro que aquel cuartucho mismo que estábamos compartiendo con tantas gentes que alguna vez estuvieron antes que nosotros, el cual se acostumbró por el paso de los años a escuchar innumerables historia ya caducadas por el tiempo tenia en amparo a un trío de seres humanos que no encontraban un escaparate maravilloso para ser felices a plenitud.
— Saben me estoy acordando de La canción de las noches perdidas de Joaquín Sabina — dije—.
— Tú y tu puto Joaquín Sabina ya me tienes harto con ese maricon — apuntó César—
— Dinos si siempre nos vas a contar de la bella.
— Si, pero no toda la historia, prometí que seria lo que vivimos ella y yo un secreto.
— Que político me saliste — dijo César—.
— A mi me parece romántico — apuntó ella—.
Enseguida les empecé a narrar mi historia, omitiendo en verdad muchos detalles y eventualidades que prometí no contar. Entre algunas cosas que les dije fue que nos fumamos dos cajetillas, por igual forma les conté que mientas caminaba con ella de la mano y la besaba mi alma desvariaba de alegría, que con tan sólo respirar su cuello lugar de paz y de sus lunares yo me sentía insultantemente feliz. También agregué que bailamos salsa en la calle y que le regalé una rosa en el café que frecuentamos y que tuvimos el acuerdo gentil de enviarnos cartas por el correo postal.
— Que romántico — me dijo Isis mientras me tomaba del hombro—.
— Que loco eres — concluyó mi amigo—.
Después escuchamos unos alaridos de placer que provenían del cuarto vecino, Cesar se apresuro a abrir la puerta y atento escuchaba los gemidos intermitentes. Isis se empezó a carcajear y yo reprimí a mi amigo, a él no le importó lo que le dije, por eso le hice la broma de tocar la puerta del cuarto del placer y corrí a prisa a nuestra habitación y cerré la puerta dejándolo a fuera. — Eso le pasa por caliente, le dije a Isis.
Entre ella y yo nos acabamos lo que sobraba de la botella, impasibles a las rogativas de Cesar por entrar. Que noche tan inesperada y hasta extraña la que pasamos en ese hotel de dos estrellas. Todo estaba bien, hasta que Isis rompió el encanto.
— Mierda, no puedo ser todas las mujeres en una. Mi madre desea que fuera mejor hija, que fuera mejor estudiante, y ahora me presionan con eso del matrimonio. Necesito un espacio para mí. Sabes por eso también acepte tu invitación.
— No quiero te pongas triste, tu eres una gran persona con una capacidad intelectual y espiritual inmensa sin lugar a dudas puedes con esos menesteres — le dije—.
— No es que no me sienta capas, simplemente que tengo un poco de miedo a despertar agresivamente a una realidad que desconocía — me dijo—.
— Sabes que cuentas conmigo, yo te quiero mucho.
Ella me miró como ya hacia tiempo había dejado de mirarme. Yo la tomé de la mano y entonces cuando todo era sublime, Isis vomito. Yo me alejé de ella y corrí a abrirle la puerta a César.
— ¿Adónde esta Isis?
— En el baño.
— Vomitando.
— Si.
Yo me sentía un poco confundido, y por igual estaba sintiendo los estragos del tequila y del desvelo, eran las cuatro de la madrugada.
— No dejo de pensar en la bella.
— ¿En verdad?
— Si. Estoy demasiado involucrado, la quiero mucho, la quiero volver a ver.
— ¿Y no estarás bautizando de amor, lo que de seguro es compañía? , tal vez es como las demás mujeres de mentirosas — me dijo—.
— No creo. Yo se que aun hay mujeres que valen la pena por estos días en este mundo tan convulsionado. Es especial. No se explicártelo pero en un día normal, nosotros dos lo hicimos especial, fue una magia mutua que no estaba planeada y que más sin embargo se apareció. Fue sencillamente maravilloso haber compartido un pedazo de mi vida con ella, con la bella.
— Ojala.
Para entonces Isis había regresado y empezamos a contar un poco de nuestras vidas vividas en un tiempo de hace años atrás. Al terminar la reunión en un amanecer azul, nos despertamos a la realidad y dejamos aquel cuartucho de hotel que guardaría por el resto de su vida esa noche mágica y sensacional que pasamos.
— ¿Porque escogiste como reunión un hotel? — preguntó ella—.
— Digamos que para mi son los lugares mas oportunos, solos, grises, esporádicos, y en donde todos vienen con la seguridad que una mañana al despertar no se acordaran de nada— respondí— es un lugar que ami me gusta por que ahí la soledad te da las alas para volar al mundo de la literatura, es algo muy raro, para explicar.
— Acuérdate que fue en noviembre que venimos — dijo Cesar—.
— Si.
— ¿Y como se llama este hotel? — preguntó mi amiga—.
— No, eso si no lo preguntes — le dije—.
— ¿Porque? — Preguntó Cesar—.
— Porque la memoria luego encuentra caminos de regreso.


Francisco Rico Hernandez.

4 comentarios:

•Eveelyn dijo...

Meritorios aplausos.
Excelente escrito.
Me gustó tanto! sobre todo la descripción exacta de la mujer en la voz de Isis, nunca más de acuerdo.

Abrazos!

Anthonella dijo...

Te quiero.

DOC RUDOLPH dijo...

Muy lindo. Me encanta leerte, colega.

Saludos desde Argentina.

FER!

AAN dijo...

Historia de nicotina e hielos tintineantes. Me gustó