miércoles, 6 de abril de 2011

Figuras de Lodo

El sol desbarata las figuras de lodo. De pronto él se vio convertido en un objeto de barro. La tierra estaba quebrada, árida y él se encontraba parado en ella debajo del sol que los consumía a ambos — Tierra y hombre—.

Ahí se encontraba ese hombre quemándose los cueros de barro, despellejándose todito. Su corazón latía, pero no tenia ni una gota de vida, el calor lo consumía, le pudría el alma. En aquel lugar exiguo de sombras no existían las flores y el único ruido que se escuchaba era el sonido del palpitar de su corazón.
Sin darse cuenta de pronto sus piernas áridas estaban clavadas en el suelo. Eran estacas de barro. Del ombligo le creció una semilla de maíz, le había nacido un pequeño sol en su cuerpo.

“El cielo estaba ardiendo, Huitzilopochtli sonreía.”


Vio sus manos; eran dos y estaban inmóviles, secas, hechas barro como todo su cuerpo, inútiles. De su boca entreabierta salió una serpiente misma que después se convirtió en humo, el sol se come hasta el humo.
Él con una estrella sobre su frente seguía observando el cielo que se situaba allá arriba, es muy alto allá arriba donde se encuentra el cielo.
El sol es enorme, es una bola de fuego que da calor, es una yema de huevo hirviendo.

Un viento imprevisible que venia desde más allá de la distancia en donde el ojo pierde la vista desbarataba todo a su paso, quebraba el filo de las piedras, destrozaba los cimientos de la vida, desmenuzaba estirpes de nubes. Ahora en la tierra lo derruía todo; hasta los pensamientos borraba el aire.
Y él inmóvil e ingenuo aun se mantenía pensando si el sol estaba en la tierra o, la tierra en el sol. Pobre objeto de barro, desconocía su desgracia.
No tuvo tiempo de sucumbir al miedo, sus ojos de cristal se destruyeron de inmediato, su cuerpo se partió, se desmoronó, se hizo añicos; los remolinos intempestivos del viento lo trasformaron a pequeñas migajas de polvo. No quedó nada de él. El viento se fue y sólo quedó el sol allá arriba; un ojo de lumbre que lo ve todo, que lo sabe todo.
¿Qué culpas habrá pagado aquel hombre de barro? Suplicio indecoroso es esperar ser destruido por algo tan ligero y tormentoso como es el viento.

Al final, en un enorme agujero oscuro de pronto despertó del sueño, no, no es cierto; los muertos no sueñan.




Francisco Rico Hernández.
19 de febrero del 2009.
Escrita en el transcurso de Tlacotalpan – Cosamaloapan.

3 comentarios:

NooN dijo...

Qué bello latir tiene Ud, querido peatón que hace soñar hasta a los muertos.

Un beso muy fuerte

Emilia Fabiola Altamirano dijo...

Hay una canción por aqui que dice: "Quiero ver amanecer, pero del otro lado ver amanecer, pero que alguien se quede aqui para saber si yo sigo vivo..". Un fuerte abrazo argentino querido peatón Francisco.

Javier dijo...

Yo no pienso en estas cosas cuando cruzo la calle, pero ojala lo hiciera. Todos los peatones debriamos parecernos un poco más a vos, y ser un poco menos barro. Un saludo.