miércoles, 30 de septiembre de 2009

La Muerte es una Joda

Gerardo:
qué tal? Estoy en México, distrito federal, o mejor dicho DF, para evitar la rima en prosa, algo que, según recuerdo, figura entre tus alergias de lector. Hace quince días que llegué y tal vez me quede (ya te indicaré más adelante el porqué de esa inseguridad) quince días más. Como siempre que me sumerjo en esta combinación de historia precolombina y contaminación poshispana, ya me desmayé en dos ocasiones (una vez fue en la bañera y otra junto a la cama de este simpático hotel de tres estrellas), sin que nadie acudiera a socorrerme, y al cabo de cinco o diez minutos (no llevo conmigo un desmayómetro) resucité sin mayores consecuencias físicas. Y digo físicas, porque cada vez que me desmayo en México (en otros puntos del planeta sólo me desmayé una vez: a la vista del óleo con los zapatos de Cezanne, pero fue de emoción incontrolada), digo que cada vez que me desmayo en México DF, tengo la impresión de que en el alma me sale una verruga. Vos que sos licenciado en psicología tal vez puedas responderme: existen las verrugas virtuales? Ustedes no las llaman así, ya lo sé, sería demasiado comprensible para vuestros inermes pacientes, pero yo, como no-licenciado en psicología, las llamo verrugas y se acabó.
De esta ciudad, en la que uno tiene la impresión de que vive media humanidad y que siempre está cubierta de humo o de bruma o de neblina, me gusta la gente, ufana y desenvuelta, con un enigmático mohín indígena, habituada al inevitable deterioro de sus pulmones y a la comparecencia pretérita y actual (y casi seguramente venidera) de los vecinos del norte que les robaron buena parte de su territorio. Los yanquis son en México la otra contaminación. Los aman y los odian. Es tan raro, che. Tengo aquí amigos entrañables a los que nunca les digo ni les escribo semejantes pelotudeces, acaso injustas. Sé que no escribís a los amigos (y menos aún a los enemigos), me consta que sos un estreñido postal, pero ahora que la humanidad se ha vuelto cibernauta, podrías agenciarte un modesto Windows 95 (todavía no el 98) para hacerme saber, en uso u abuso del e-mail, de tu vida y milagros, de tu tenaz y casi fanática solteronía, de tu siempre actualizada profesión, que tanta atracción ejerce sobre inexpertos catalanes y madrileños. Ya sé que los analistas porteños han copado el mercado peninsular, pero vos te metiste de a poco en ese ruedo casi exclusivo y ya tenés más pacientes (y sobre todo impacientes) que los coleccionados por el viejito Freud en su largo campeonato.
Pero ahora te estampo una consulta en serio, cuya respuesta a distancia confío no genere honorarios, debido 1) a nuestra larga, fecunda y leal amistad, 2) a que los giros bancarios suelen extraviarse, y 3) a que nunca creí demasiado en el psicoanálisis. Carajo, pensarás con toda razón, y entonces para qué me consulta este tilingo?. Bueno, en realidad este tilingo te consulta, no como reputado profesional, sino como amigo del alma, alma que en mi caso es más tacaña que mi esqueleto, pero mucho más sabia. La pregunta es la siguiente: A qué altura de la existencia puede aparecer la obsesión de la muerte? Pavada de pregunta no? Te confieso que nunca tuve ese metejón premortuorio. Siempre me desenvolví como si fuera eterno, es decir inmorible, un neologismo que me parece más adecuado a mi caso. Nunca padecí esa angustia, mejor dicho, nunca hasta hace dos meses, o sea hasta mis 54 años recién cumplidos, cuando detecté un dolorcito estúpido en mi flanco izquierdo, y, por segunda vez en mi vida (la primera fue a los doce años, cuando tuve la tos convulsa) fui atendido por un médico, quien, tras hacerme varios análisis clínicos y ecografías, me volvió a citar en su consultorio, y allí, tras repatingarse como un gorila en un sofá francamente repulsivo y dedicarme una sonrisa odiosa, me espetó, escuetamente y sin anestesia, que el resultado de tantos exámenes era que yo tenía cáncer, y luego, sin darme ni un minuto de tregua, completó su diagnóstico augurándome que en el mejor de los casos me quedaban unos seis meses de roñosa vida. Qué tal, pibe? Por eso me vine a México DF, ansioso por desmayarme por última vez en tierra de Pancho Villa y del subcomandante Marcos.
Ante semejante futuro ignominioso tal vez te sorprenda el tono bienhumorado y hasta jodón de mi misiva, pero no me creas. Es puro teatro. Desde cualquier ángulo que la mires, la muerte es una joda. En el fondo me siento como un escombro finisecular y prematuro. Te diré que lloro promedialmente cinco horas por noche. A veces seis. Mi última confianza es que mi próximo desmayo mexicano no me despierte en esta confortable habitación 904 sino a la vera de San Pedro. Porque sigo convencido de que Dios no existe pero San Pedro sí. A la espera de tu carta de consuelo, aquí va un abrazote casi póstumo de tu amigo de siempre y hasta nunca.
JUAN ANDRÉS.


Mario Benedetti.

martes, 29 de septiembre de 2009

Acuerdate.

Acuerdate bien cuando aquella noche al filo de las once, íbamos caminando por las calles, si, claro que nos tomamos de la mano mientras cantábamos "Yo quiero ser una chica almodovar". No tenias porque asustarte cuando aquel perro te ladró, sabias que estaba yo ahí para defenderte. Nunca supe que hacer cuando trataste de bailar y lo único que se me ocurrió fue bailar contigo sin música en plena acera, y terminamos besandonos debajo de esa farola que nos alumbraba el alma.

Decía un poeta, que los amores a primera vista son los únicos que valen, y lo supe de inmediato cuando te vi por primera vez sentada a lado mio, y lo asenté cuando entablamos aquella conversión de minutos.
Por eso cuando llegamos a esa esquina y escuchamos los trenes enseguida supe que los amorosos se despiden dolorosamente entre trenes...
Cuando me enredé en tu cintura con la sana intención de no dejarte ir recuerdo que me besaste, y me abrazaste y nos miramos." Tu mirada me hizo sentir el abordaje del amor,sensaciones de ternura." Después al escuchar tus pasos lejanos y decidida de irte no aguante, y lo sabes, y de nuevo fui a ti, como un niño que no abandona sus sueños, como un hombre sin mas religión que el cuerpo tuyo Bella. Te besé, recuerdalo, y nos miramos, y terminamos por hundirnos en el hueco que deja la ansiedad.
Siempre recuerdo cuando cerré los ojos, si, los cerré después de que vi que tu cuerpo se alejaba y se convertía en la ausencia.
Bella, eres bella porque de algún modo me lo dicen tus ojos, tus labios....
Nunca olvidaré los detalles tuyos que se convirtieron en los muy mios, ahora casi siempre nunca paro de viajar hacia ti, claro solo con la imaginacion.

Te veías mas hermosa besandome..."


Francisco Rico

lunes, 28 de septiembre de 2009

Cronica de un viaje.

“Hay veces que uno emprende aventuras y viajes a lugares que no conoce, es bien raro hacer esos viajes y más cuando suele ser el día en que naciste. Los amigos y tu familia no entienden tu repentina decisión de marcharte prometiendo que volverás un día, pero que volverás. No haces otra cosa que sentirla a ella a pesar de las distancias. Sabes que cuando llegas a la estación la veras, y ella a ti. Te da por sentir ese revoloteo de sentimientos en tu panza, y luego, luego tienes ganas de vomitar de la emoción.”

Lo recuerdo, había emprendido el viaje para coincidir con ella, el día de san Miguel de arcángel, un tal 29 de septiembre. Había seguido las recomendaciones de la señorita de la ventanilla que un día atrás me atendió en la terminal de autobuses y me aclaró que lo mas oportuno seria no comprara el boleto en ese momento, ya que las carreteras estaban inundadas e intransitables, que lo que debería de hacer era comprarlo al día siguiente.
Por esa razón llegué a la estación con una hora de anticipación en medio de una madrugada angelical. Volví a comprar el boleto numero 9. Y cuando me embarqué en el autobús lleno de optimismo sentí un apoyo con una frase de amor que había llegado a mi celular. No pude dormir en todo el viaje, y por la ventanilla vislumbraba el amanecer en la cuenca del papaloapan, era mágico, había unas nubes teñidas de un dorado nostálgico, y un sol enorme que salía bostezando al mundo, a las nubes se las llevaba el viento, y sobre el rio volaban algunas mariposas. Luego ahí esta el mar, un mar tranquilo que miraba de lejos y que me daba paz.
El conductor amenizaba el viaje con música, la misma que me daba por imaginarme un mundo con La Bella, tenia ganas de verla, y que volara el autobús,— Maldición porque no me compré un boleto de avión, pensé desilusionado.
Total que llegué al puerto a las nueve de la mañana, como la carretera que me llevaría al lugar exacto donde encontraría a La bella esta inundada tuve que transbordar. Por eso mi primera parada fue el puerto. Había una ventanilla exprés sólo para estos viajes de amor. Después de comprar el boleto tuve que esperar en contra de mi voluntad una hora a que el autobús llegara.
Viví un tedio escabroso en la terminal, había una multitud de personas formadas en fila india que avanzaban lentamente hacia las ventanillas. En el muro de la pared que tenia enfrente había un cartel de Maelo Ruiz que anunciaba su concierto en los próximos días, por igual se encontraba otro cartel que invitaba al público a la presentación del ballet Ruso de Moscú. En punto de las diez de la mañana abordé el último autobús que me pondría en el mismo lugar que el de La Bella. Mientras emprendíamos el viaje en plena carretera me dio por verme en la necesidad de armar un buen argumento que dijera algo mas que un “Hola Bella, un gusto en verte” no sabia que coños le iba yo a decir a esa mujer que me había convertido en un extraterrestre enamorado. Luego me calmé un poco y decidí ver la película que nadie estaba viendo. La mayoría de los pasajeros dormía. No sentí la primera hora de viaje, pero la segunda hora vino a romperme la cordura. A la señora que viajaba con sus dos pequeños hijos en los asientos de atrás le pregunté:
—¿Disculpe, cuando falta para llegar?
—Normalmente el viaje dura menos de dos horas— dijo—.
—Vamos retrasados — dije—.
—Si, pero no se preocupe joven llegaremos pronto.
No podía concebir esos retrasos ocasionales ya que había pactado una hora exacta con La Bella, el violar ese pacto con una hora de retraso me hacia sentirme exasperado.
—Mierda— dije. Y volví a recortarme para tratar de encontrar un remido para aquellas astucias de las horas.
Cuando entramos a la ciudad y vi el anuncio de Bienvenidos mi corazón se hinchó de felicidad. Estaba a un par de minutos de verme con la mujer con la que había soñado.
Estiré los músculos, dibujé una sonrisa en mi cara, y bajé del autobús.
Caminé por los andenes hasta llegar a los baños de la estación, saqué de mi mochila trotamundos un abrigo y me lo puse. Cuando me puse sobre el tocador del baño me lavé la cara, y me enjuague la boca además de peinarme y giñarle el ojo al espejo.
Mientras caminaba hacia la sala de espera me froté las manos tratando de quitarle el frio a mis manos, había cambiado en un par de horas de un clima caluroso a uno gélido.

Total que acostumbrado o no a esos climas salí de la estación y me fui al lugar centro en donde nos quedamos de ver la Bella y yo. No estaba. No supe que hacer. Y la busqué con los ojos llenos de pánico por no encontrarla. No estaba en las bancas de la afuera en las cuales nos quedamos de ver, tampoco en el pequeño parquecito de enfrente, ni mucho menos por el túnel en donde salían los taxis y a los cuales fui con la misión de encontrarla. Nada ni rastro de la Bella.
A mi mente llegó la certidumbre de que por culpa de los retrasos la Bella se había marchado de allí encolerizada, y eso era lo más obvio pues no la encontré en el lugar en donde pactos vernos.
Cuando regresaba desilusionado a la sala de espera y con la firme convicción de irme, la vi de lejos sentada en una de las bancas de afuera, estaba fumando un cigarrillo y tenía las piernas cruzadas. Estaba vestida con un pantalón de mezclilla y una camisa blanca ligera y tenía una chaqueta de cuero y unos lentes ray-ban puestos, su cabello de sirena lo tenía amarrado. Estaba irremediablemente bella, tenía una presencia sublime y una personalidad seductora. La Bella me esperaba y yo estaba consiente de ello, no había mas cuerpo en el mundo para mi que el de la Bella.
No me dirigí inmediatamente hacia ella, entré sin que me viera a la sala de espera y ahí me compré una cajetilla de cigarros para calmar los nervios y anestesiar la cabrona timidez. Mientras fumaba un cigarrillo, exhalaba el aire y pensaba que lo a continuación sucedería jamás lo iba a olvidar.
Apagué el cigarrillo y caminé lentamente hacia el lugar de la Bella, cuando la vi ella alzó la vista y me miró suavemente, se levantó de la banca y me sonrió y yo le dije:
— Hola.


Francisco Rico.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Espero curarme de Ti.

Espero curarme de ti en unos días. Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte. Es posible. Siguiendo las prescripciones de la moral en turno. Me receto tiempo, abstinencia, soledad.

¿Te parece bien que te quiera nada más una semana? No es mucho, ni es poco, es bastante. En una semana se puede reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra y se les puede prender fuego. Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado. Y también el silencio. Porque las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada.

Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral y subversivo del que ama. (Tú sabes cómo te digo que te quiero cuando digo: «qué calor hace», «dame agua», «¿sabes manejar?», «se hizo de noche»... Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías, te he dicho «ya es tarde», y tú sabías que decía «te quiero»).

Una semana más para reunir todo el amor del tiempo. Para dártelo. Para que hagas con él lo que quieras: guardarlo, acariciarlo, tirarlo a la basura. No sirve, es cierto. Sólo quiero una semana para entender las cosas. Porque esto es muy parecido a estar saliendo de un manicomio para entrar a un panteón.


Jaime Sabines

lunes, 21 de septiembre de 2009

El Cuervo.


Cierta noche aciaga, cuando, con la mente cansada,
meditaba sobre varios libracos de sabiduría ancestral
y asentía, adormecido, de pronto se oyó un rasguido,
como si alguien muy suavemente llamara a mi portal.
"Es un visitante -me dije-, que está llamando al portal;
sólo eso y nada más."


¡Ah, recuerdo tan claramente aquel desolado diciembre!
Cada chispa resplandeciente dejaba un rastro espectral.
Yo esperaba ansioso el alba, pues no había hallado calma en mis libros,
ni consuelo a la pérdida abismal
de aquella a quien los ángeles Leonor podrán llamar
y aquí nadie nombrará.


Cada crujido de las cortinas purpúreas y cetrinas
me embargaba de dañinas dudas y mi sobresalto era tal
que, para calmar mi angustia repetí con voz mustia:
"No es sino un visitante que ha llegado a mi portal;
un tardío visitante esperando en mi portal.
Sólo eso y nada más".


Mas de pronto me animé y sin vacilación hablé:
"Caballero -dije-, o señora, me tendréis que disculpar
pues estaba adormecido cuando oí vuestro rasguido
y tan suave había sido vuestro golpe en mi portal
que dudé de haberlo oído...", y abrí de golpe el portal:
sólo sombras, nada más.


La noche miré de lleno, de temor y dudas pleno,
y soñé sueños que nadie osó soñar jamás;
pero en este silencio atroz, superior a toda voz,
sólo se oyó la palabra "Leonor", que yo me atreví a susurrar...
sí, susurré la palabra "Leonor" y un eco volvióla a nombrar.
Sólo eso y nada más.


Aunque mi alma ardía por dentro regresé a mis aposentos
pero pronto aquel rasguido se escuchó más pertinaz.
"Esta vez quien sea que llama ha llamado a mi ventana;
veré pues de qué se trata, que misterio habrá detrás.
Si mi corazón se aplaca lo podré desentrañar.
¡Es el viento y nada más!".


Mas cuando abrí la persiana se coló por la ventana,
agitando el plumaje, un cuervo muy solemne y ancestral.
Sin cumplido o miramiento, sin detenerse un momento,
con aire envarado y grave fue a posarse en mi portal,
en un pálido busto de Palas que hay encima del umbral;
fue, posóse y nada más.


Esta negra y torva ave tocó, con su aire grave,
en sonriente extrañeza mi gris solemnidad.
"Ese penacho rapado -le dije-, no te impide ser
osado, viejo cuervo desterrado de la negrura abisal;
¿cuál es tu tétrico nombre en el abismo infernal?"
Dijo el cuervo: "Nunca más".


Que una ave zarrapastrosa tuviera esa voz virtuosa
sorprendióme aunque el sentido fuera tan poco cabal,
pues acordaréis conmigo que pocos habrán tenido
ocasión de ver posado tal pájaro en su portal.
Ni ave ni bestia alguna en la estatua del portal
que se llamara "Nunca más".


Mas el cuervo, altivo, adusto, no pronunció desde el busto,
como si en ello le fuera el alma, ni una sílaba más.
No movió una sola pluma ni dijo palabra alguna
hasta que al fin musité: "Vi a otros amigos volar;
por la mañana él también, cual mis anhelos, volará".
Dijo entonces :"Nunca más".


Esta certera respuesta dejó mi alma traspuesta;
"Sin duda - dije-, repite lo que ha podido acopiar
del repertorio olvidado de algún amo desgraciado
que en su caída redujo sus canciones a un refrán:
"Nunca, nunca más".


Como el cuervo aún convertía en sonrisa mi porfía
planté una silla mullida frente al ave y el portal;
y hundido en el terciopelo me afané con recelo
en descubrir qué quería la funesta ave ancestral
al repetir: "Nunca más".


Esto, sentado, pensaba, aunque sin decir palabra
al ave que ahora quemaba mi pecho con su mirar;
eso y más cosas pensaba, con la cabeza apoyada
sobre el cojín purpúreo que el candil hacía brillar.
¡Sobre aquel cojín purpúreo que ella gustaba de usar,
y ya no usará nunca más!.



Luego el aire se hizo denso, como si ardiera un incienso
mecido por serafines de leve andar musical.
"¡Miserable! -me dije-. ¡Tu Dios estos ángeles dirige
hacia ti con el filtro que a Leonor te hará olvidar!
¡Bebe, bebe el dulce filtro, y a Leonor olvidarás!".
Dijo el cuervo: "Nunca más".


"¡Profeta! -grité -, ser malvado, profeta eres, diablo alado!
¿Del Tentador enviado o acaso una tempestad
trajo tu torvo plumaje hasta este yermo paraje,
a esta morada espectral? ¡Mas te imploro, dime ya,
dime, te imploro, si existe algún bálsamo en Galaad!"
Dijo el cuervo: "Nunca más".


"¡Profeta! -grité -, ser malvado, profeta eres, diablo alado!
Por el Dios que veneramos, por el manto celestial,
dile a este desventurado si en el Edén lejano
a Leonor, ahora entre ángeles, un día podré abrazar".
Dijo el cuervo: "¡Nunca más!".


"¡Diablo alado, no hables más!", dije, dando un paso atrás;
¡Que la tromba te devuelva a la negrura abisal!
¡Ni rastro de tu plumaje en recuerdo de tu ultraje
quiero en mi portal! ¡Deja en paz mi soledad!
¡Quita el pico de mi pecho y tu sombra del portal!"
Dijo el cuervo: "Nunca más".


Y el impávido cuervo osado aún sigue, sigue posado,
en el pálido busto de Palas que hay encima del portal;
y su mirada aguileña es la de un demonio que sueña,
cuya sombra el candil en el suelo proyecta fantasmal;
y mi alma, de esa sombra que allí flota fantasmal,
no se alzará...¡nunca más!.



Edgar Allan Poe.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Noche, y nada.

Soledades que no se desnudan,
besos empotrados, y escapes bajo
la luna.Me comes cuando quieres.
Manos que preparan el amor,
ojos de ciruela.
Nunca como hoy serás tan mujer
debajo de la lluvia,
sobre tu vestido mis sueños
llevas, te robas, mi espíritu.
Tu fotografía es la invitada
en mi noche que hacia tus pies
me conducen.
Multitudes de colillas
me critican, me fumaron.




Francisco Rico Hernandez.
Septiembre 16 del 2009.

sábado, 12 de septiembre de 2009

En la Casa numero 33.


Eran las nueves de la mañana, un sol enorme se ponía en el cielo limpio, el viento había escurrido las nubes.
El cartero anunciaba su llegada silbando alegremente el pito, había llegado como todos los días puntualmente al lugar correspondiente, cumpliendo en ese acto el inicio de su ruta de trabajo. Aquel hombre llevaba puesto orgullosamente el uniforme de los servidores públicos del correo postal, unos zapatos negros, una gorra en la cabeza que lo cubría inútilmente de los rayos del sol; él tenia una cara alegre y un bigote estéticamente bien cortado.
La mochila de piel que traía consigo guardaba en su interior una variabilidad de sentimientos tangibles hechos cartas, mismos que estaban pronosticados a liberarse del encarcelamiento ocasional al abrirse un día de tantos.
En esas horas de aquella mañana don Gaspar, el cartero, recorría la calle Mariano Abasolo a pie. Escrupulosamente dejaba las cartas en las casas precisas. No había errores en el cumplimiento de su menester, más de diez años de experiencia lo abalaban.

En la casa marcada con el numero veintinueve le dejó a la maestra que ahí vivía, un paquete que contenía el libro del Kamasultra que por oferta única tenia ocho posiciones nunca antes vistas, además de cinco cartas pasionales escritas por sus diferentes novios por correspondencia. La siguiente morada que visitó era un lugar triste y solitario, desde que tenia memoria nunca había visto salir a nadie de allí, eso si, el buzón al otro día estaba vacio. La casa con el numero treinta y uno recibió del cartero un sobre tamaño oficio, el cual tenia una revista de astronomía, y una carta en donde mandaban una subscripción para pertenecer al equipo de Mausan.
En el siguiente hogar don Gaspar puso al buzón despintado y oxidado una carta para el pastor de una iglesia, misma que le enviaba desde prisión su hermano, en el escrito redactaba la cantidad exacta de dinero que tenia que reunir de su fieles para pagar la fianza.

“Una gota de sudor se escurría lentamente sobre su frente, don Gaspar sentía el calor del infierno en su pecho, le sudaban los testículos.”

Cuando por fin llegó al hogar de Toto, la casa marcada con el número treinta y tres de la calle Mariano Abasolo, don Gaspar tuvo un sentimiento de culpa, lo sentía cada día desde hace diecinueve meses, dos semanas, y cuatro días.
Sigilosamente colocó un par de cartas en el buzón y cuando se disponía a irse, la puerta se abrió y alguien dijo:
—¡ oiga cartero! Ese alguien era Toto.
—Hijo acaso no te rindes — agregó don Gaspar—.
—La esperanza no me deja.
—El cartero le lanzó una mirada de conmiseración.
Toto Riquelme todas las mañanas; sentado en su sillón, en silencio y con la vista bien puesta en su buzón, esperaba una carta que nunca llegaba. - Tal vez esta seleccionando las mejores palabras de amor, esa es la razón de su demora -, pensaba por las noches cuando el sueño era una excusa.
Cuando se atrevía a cerrar los ojos pensaba en Esperanza, recordaba la constelación de lunares en su cuello, el olor de otoños vivos de desprendía su cuerpo, sus manos largas y flacas, la amalgama peligrosa de sus labios juntos.

“Pienso en ti Esperanza, te amo y te deseo como si fueras la única mujer del mundo”.

Toto abrió las cartas enfrente de don Gaspar con una excelsitud de maestro, tanto esperar lo había vuelto juicioso. Una a una las fue abriendo; en la primer carta le informaban que Reader’s Digest necesitaba urgentemente el pago del segundo mes de su subscripción, en la otra carta le advertían que tenia que pagar el adeudo del predial de su casa, ya que el Honorable Ayuntamiento no tendría piedad alguna con los ciudadanos morosos. Las demás cartas eran de sus admiradores que leían sus notas en el periódico. No había ningún rastro escrito de algún amor. Que pequeño es el mundo cuando el pasado se hincha de recuerdos.
—¿Que día es hoy? — preguntó Toto—.
—Domingo — respondió el cartero—.
—La fecha.
—19 de octubre — dijo el cartero —.
—Un día como hoy, hace un par de años atrás ella abrió por primera vez los ojos al mundo. La vida se volvió desde entonces más feliz.

“Empecé a soñar contigo Esperanza desde el momento en que te comencé a extrañar, ahora cada noche no hago otra cosa que pensar en ti”.

Ha deber sido porque don Gaspar nunca se enamoró, por ese motivo no entendía lo que sufría aquel muchacho exiliado del amor. Toto la había conocido un buen día, en un viaje, en un salón, en una hora precisa, en el lugar exacto. Pasaron doce horas juntos, buen pretexto para enamorarse. Fue amor a primera vista, de esos de los que quedan pocos.
Don Gaspar escuchó otra vez la historia de amor de Toto, y harto después de una hora encolerizado gritó:
—¡Desde hace diecinueve meses, dos semanas y cuatro días escuchó tu historia de mierda!
—Que casualidad, es el mismo tiempo que llevo esperando alguna carta que me alivie el corazón.
—Lo siento hijo, es que hablar de amor, es hablar de enfermedades, y yo no soy doctor — finalizó el cartero—.
Toto invitó a don Gaspar a pasar adentro de su casa. El cartero en su estancia en la sala pudo ver un cuadro de ángeles colgado en la pared, una lámpara hecha de madera en la esquina, una galería de fotografías puestas en la mesa rectangular, y en el sillón vio el estuche de un violín, también observó que en la mesa principal Toto tenia una maquina de escribir, una taza de café y un cenicero lleno de cenizas.
Toto no pasaba de los treinta años, era un hombre largo, no tenia bigote y a veces miraba con la mirada abstraída de un sordo.

“Hay veces en que duermes con alguien para callar una platica insulsa y saciar tu sed de placer, por ego. Hay veces en cambio, que quisieras dormir con alguien para seguir la conversación y saciar tu sed de sentir, por compartir”.

Mientras fumaba sin prejuicio alguno él le contaba al cartero ya no la historia de amor, si no el motivo por el cual había visto pasar el invierno, la primavera, el verano, el otoño; sentado todas las mañanas en el mismo lugar, aguardando paciente una carta que no llegaba nunca.
—Fue una promesa — dijo desilusionado Toto—.
—Dicen que las mejores promesas, son esas que no hay que cumplir.
—Eso es de Sabina.
De pronto el sol se perdió en la inmensidad del cielo — el cielo esta muy alto — las nubes se reunieron y el viento luego sopló debajo del cielo. El viento barría las calles.

Cuando abrió la puerta para que el cartero se fuera, el viento descarrilado consiguió que la gorra de don Gaspar callera al suelo. Se inclinó para recogerla. Toto le agradeció por su visita, discurrió rumbo al buró y sacó del cajón una carta que le entregó al cartero.
—Llevas diecinueve meses, dos semanas y cuatro días entregándome una carta.
El sonrío y después agregó: — Lo hago porque es lo mejor que sé hacer.

“Esperanza arroyo claro, mariposa ligera ¿recuerdas cuando nos besábamos? ¿Qué sentiste con el primer beso? ¿Dicha, el amor? Yo me sentía el hombre más feliz del mundo. De pronto me vi soñando con los ojos abiertos, no había más cuerpo en el mundo que el tuyo, yo era tierra y tú nieve. ¿Cuantas cosas hermosas se nos han muerto? Decir tu nombre me eleva al firmamento”.

Se despidió de don Gaspar con un abrazo sincero y, recobró la esperanza porque sabía que mañana lo vería otra vez.


A Marisa.
“Fumando te espero.”






Francisco Rico Hernández.

8 de febrero del 2009.
Tlacotalpan, Veracruz.